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“El artista anónimo”: Quien aprecia el arte, valora a Cristo

EL ARTISTA ANONIMO
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José Luis Panero - publicado el 27/10/20
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Una película que te mostrará que la felicidad verdadera sólo se halla cuando el deber se ha cumplido

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El pasado 23 de octubre las salas de cine españolas acogían El artista anónimo, último trabajo del muy premiado cineasta finlandés, Klaus Härö (Cartas al padre Jacob, 2011; La clase de esgrima, 2015), a través de una límpida narración sobre el conflicto intergeneracional y su eficaz modo de redimirse a través del arte. Distribuye European Dreams Factory.

El filme sigue los pasos del Olavi Launio (Heikki Nousiainen). Se trata de un veterano galerista, egoísta a ratos y refunfuñón, obsesionado por un misterioso retrato. El anciano -experimentado negociante de arte y en otros tiempos muy respetado- ha caído en el olvido. No ha sabido adaptarse a los tiempos y su vieja y pequeña galería de arte en nada puede competir con las nuevas galerías al uso, amplias y luminosas. Una de ellas, paradojas de la existencia, está instalada muy próxima a la suya. Separado además de su familia, a causa de un asunto sin resolver con Lea (Pirjo Lonka), su única hija, Olavi espera que el cuadro, un icono infravalorado por los especialistas en arte, devuelva a su vida la fortuna -personal y profesional- perdida.


EL ARTISTA ANONIMO
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Otra vez, el cine del finlandés Klaus Härö incide el la problemática del ser humano con determinación y claridad, con salidas argumentales bien trazadas, sin personajes huecos ni diálogos reprobables. De nuevo, vuelve a lucirse.

En el caso que nos ocupa, Härö pone el foco, por un lado, en las relaciones padres-hijos-nietos, un tema que siempre le ha llamado la atención. Y consigue que funcione el contraste entre ambos mundos: el interior del huraño Olavi -que representa lo antiguo y en desuso- con el de su nieto Otto (Amos Brotherus), que encarna lo contrarió, es decir, lo nuevo y renovado. Esa alianza, más allá de la pura cuestión genética, pone en valor la necesidad de crecer con los tiempos y, sobre todo, de encontrar la vía en la que abuelo y nieto puedan complementarse y cada uno se reconozca en el otro. Tal vez el principio de lo que podía haber sido una familia feliz.

Por otro lado, la película se centra en los sinsabores que experimentan los expertos en arte, de las metas cumplidas o los sueños por conquistar. Del modo que se tiene de pujar por algo, de la nítida distancia que existe entre la inexperiencia y la madurez y las ventajas que ello conlleva.

Todo ello lo expone Härö con gran pulso narrativo gracias al muy trabajado guión de Anna Heinämaa, tanto en la definición de todos los personajes, como en la estructura que despliega la trama. Una trama de formato clásico, por cierto, con un muy buen acabado formal donde exhibe un país desesperanzado, en tránsito al mundo de las grandes empresas que lo devoran todo -espectacular puesta en escena de carácter intimista y ambientación siempre en claroscuro-, que además goza de un atractivo tono de thriller, que impide que el espectador desconecte del argumento principal.

Además, El artista anónimo quiere homenajear a todas aquellas personas relacionadas con la cultura de la historia del arte, pone el acento en que una economía saneada no da paso a una felicidad verdadera, que sólo se halla cuando el deber se ha cumplido. En este sentido, el último tercio del filme resulta especialmente brillante y conmovedor, asunto que sólo se consigue si se valora la belleza y si se posee cierta sensibilidad.

Nos hallamos, pues, ante otra de las grandes joyas del cine de autor, didáctica en cierta medida, de ejecución sencilla, sin adornos innecesarios, agradable para todos los públicos, y que arroja una moraleja directa sobre el porqué de nuestra vida, la importancia de la fugacidad del tiempo y de todo aquello que condiciona nuestros actos, por ejemplo, reconocer que no todo tiene un precio.

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