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La Montaña de Cristo Rey, a la luz de los mártires

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Jaime Septién - publicado el 25/11/20
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La historia de la montaña de Cristo Rey es la historia de México, de su fe y su devoción popular más intensa

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Tres hitos del martirio, la persecución y la fidelidad a Cristo Rey se dieron el pasado fin de semana en México:

  1. La celebración del Día del Laico, representado por el beato Anacleto González Flores
  2. El recuerdo del fusilamiento del beato Miguel Agustín Pro (otro mártir de la persecución religiosa)
  3. El centenario del “monumento cristero” por excelencia: el que se yergue en el Cerro del Cubilete, a 2,579 metros sobre el nivel del mar (150 metros más que el Machu Picchu en Perú) en el centro geográfico del país, en Silao, Guanajuato. Monumento a Cristo Rey.

El martirio y la adoración de la gente

Las historias de los beatos mexicanos Anacleto González Flores y Miguel Agustín Pro, son bien conocidas. El primero es patrono de los laicos mexicanos. El segundo padre Pro, un sacerdote jesuita que fue involucrado en un intento de magnicidio (lo cual nunca fue probado), tiene cerca la canonización.

Ambos murieron fusilados y martirizados por el gobierno federal en la etapa más dura de la persecución religiosa mexicana (de 1926 a 1929). Se consideraba reo de muerte el mero hecho de portar una medalla o de ir a Misa (los templos cerraron al culto a partir del 1 de agosto de 1926). Y ambos entregaron su alma invocando a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. El grito “¡Viva Cristo Rey!” – ¡Viva Cristo Rey! – fueron las últimas palabras que pronunció el padre Pro antes de ser ejecutado. Y junto con ”¡Viva Santa María de Guadalupe!”, el “grito” es santo y seña de los cristeros y de todos los que, aún ahora, forman la Guardia Nacional Cristera.

Devoción popular en México

Este grupo y millones de mexicanos han tomado el Cerro del Cubilete –con el monumento a Cristo Rey—como el centro de sus peregrinaciones. Quieren salvar el reinado de Cristo sobre el corazón de México. Es llamativo que la canción “Caminos de Guanajuato” del popular compositor de música ranchera José Alfredo Jiménez, tenga entre sus estrofas, el siguiente recuerdo a la Montaña de Cristo Rey: “El Cristo de su montaña / Del Cerro del Cubilete / Consuelo de los que sufren /Adoración de la gente / El Cristo de su montaña / Del Cerro del Cubilete…”.

De hecho, en la capilla interior, en forma circular, simulando la redondez de la Tierra y con una corona circundando el orbe, tiene grabadas dos jaculatorias. Las dos son parte de las devociones populares en México. Fueron creadas por un laico: Manuel Urquiza y Figueroa: “Sagrado Corazón de Jesús, perdónanos y sé nuestro Rey”; “Santa María de Guadalupe, Reina de México, ruega por tu nación”.

La primera piedra y el bombardeo

En este emblemático lugar se realizó el domingo 22 de noviembre la Misa con motivo de los primeros cien años de la primera piedra del monumento a Cristo Rey. Emeterio Valverde y Téllez, por entonces obispo de León, la colocaba el 12 de marzo de 192º. Con este acto simbólico iniciaba, en medio de atentados y hostigamientos sin fin, en la duras décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado, la construcción del monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete.

Hay que recordar que la cima encontramos el monumental Cristo Rey de la Paz. Construido en los años de 1940, pero un monumento anterior data del año de 1920. En 1928 el monumento fue bombardeado y dinamitado por órdenes del entonces presidente de la República, Plutarco Elías Calles, principal perseguidor de los católicos durante su mandato. La llamada “Ley Calles, que prácticamente proscribió a la Iglesia católica, fue la que desató “la Cristiada”.

La celebración eucarística –presidida por el arzobispo de León, Alfonso Cortés– se realizó sin presencia de los fieles y fue transmitida por redes sociales. “Hoy estamos celebrando una fecha histórica para toda la fe de Guanajuato y el mundo”, dijo monseñor Cortés, quien también afirmó, que la fe de México “está de pie” pese a los tiempos difíciles que vive la nación.

Aquella homilía de Benedicto XVI

El domingo 25 de marzo de 2012, en el viaje que hizo a México, el Papa Benedicto XVI durante la Misa que ofició el Parque Bicentenario, a los pies de la Montaña de Cristo Rey, hizo una serie de pronunciamientos. Calaron hondo en los mexicanos, sobre todo, porque daban explicación de por qué un Papa tan querido como San Juan Pablo II no se había acercado a este lugar:

“Queridos hermanos, al venir aquí (por helicóptero, desde la vecina ciudad de León) he podido acercarme al monumento a Cristo Rey, en lo alto del Cubilete. Mi venerado predecesor, el (entonces) beato Papa Juan Pablo II, aunque lo deseó ardientemente, no pudo visitar este lugar emblemático de la fe del pueblo mexicano en sus viajes a esta querida tierra. Seguramente se alegrará hoy desde el cielo de que el Señor me haya concedido la gracia de poder estar ahora con ustedes…”.

Esta frase hacía referencia al segundo de los cinco viajes que hizo San Juan Pablo II a México, el que realizó del 6 al 13 de mayo de 1990, cuando pidió celebrar en el Cerro del Cubilete, pero las autoridades mexicanas no lo dejaron, justamente por “no volver a abrir las heridas del pasado”. Propusieron en su lugar la celebración en la Basílica de San Juan de lo Lagos (Jalisco), cercana a la montaña de Cristo Rey.

Un poder más grande

Benedicto XVI dejó muy claro en su homilía que una dirección es por donde corre la fe del pueblo mexicano y otra por donde caminan los cauces oficialistas: “Pues bien, en este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio”.

Y remató el actual Papa Emérito al pie de la Montaña de Cristo Rey: “Este es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario es un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad”.

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