La pandemia está dejando huella y crece el sentimiento de que el sufrimiento se hace demasiado pesado…
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Esta mañana me telefonearon para darme una mala noticia. Nunca imaginé que algo así pudiera pasar. Te preguntas por qué. ¿Qué está ocurriendo? Estos tiempos de pandemia parecen que son de lo peor. Y las noticias desagradables circulan. Parece que el mundo se ha detenido.
En mi país, Panamá, ves las calles y avenidas vacías los fines de semana, pues estamos en cuarentena obligatoria, encerrados en nuestras casas. Tienes un sentimiento extraño, indescriptible, al ver las grandes avenidas en silencio, sin un solo auto.
Cuánto se está sufriendo…
Pienso en la pesada cruz que cada uno de nosotros carga. Hace poco leí un meme católico que invitaba a no juzgar: “Nunca juzgues, no sabes el tamaño de la cruz que lleva el otro”.
Bien sugería Juan XXIII, el Papa Bueno: “Comprender no criticar”.
Estos son tiempos en que las palabras de Jesús cobran sentido:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará” (Lucas 9, 23-24)
Y también nos dice estas palabras esperanzadoras:
“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”. (Mateo 11, 28-30)
“Quiero seguirte Jesús, pero el camino es muy empinado. Y esta cruz la siento muy pesada”.
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Es momento de ayudarse
La verdad es que me siento como un gran egoísta, por quejarme.
Mi cruz es pequeña, ligera, al lado de otras cruces que he visto. Y comprendo que estamos llamados a ayudarnos en el amor. Podemos aliviar tantas cruces como Simón de Cirene, inmortalizado en la historia porque ayudó a Jesús a cargar su cruz.
Todos somos de alguna forma, cirineos. No dejes solo a tu hermano con su pesada cruz. Consuela. Ama y ora por el que necesita de tus oraciones.
Recuerda que todos somos hermanos, hijos de Dios.
Sencillamente ofrecer
Si cargas una cruz muy pesada, ofrécela a Dios. Hay tanta necesidad en el mundo de ofrecimientos y oraciones…
Siempre recuerdo una dulce ancianita que visité con un amigo Ministro Extraordinario de la Comunión. La ancianita sonrió cuando nos vio llegar. Nos acercamos a su cama y comentó: “Sufro mucho, pero lo veo como un tesoro, lo ofrezco todo a Dios”.
Su amor, me dejó reflexionando sobre mi egoísmo. Lo ofrecía todo a Dios por nosotros. Era impresionante. Qué bella ancianita. Doy gracias porque me dio una gran lección de amor.
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