No le faltó de nada, ni material ni espiritual. Con una formación esmerada y unos valores católicos transmitidos por su propia familia, Rafaela formó su propia y extensa familia cuando en 1861 se casó con el ingeniero José de Vilallonga. La casa pronto se llenó de niños. Siete tuvo la pareja, aunque dos no sobrevivieron a la infancia. Aún tuvo espacio Rafaela para acoger a cinco sobrinos.
Durante un tiempo, Rafaela se dedicó a los suyos además de acudir a las reuniones sociales y a participar en actos benéficos. Muy sensibilizada con los más desfavorecidos, Rafaela se dio cuenta de que, a pesar de la buena voluntad de las damas refinadas de dar limosna a los pobres, aquello era insuficiente en un mundo en el que cada vez había más pobreza e injusticia social. Así que Rafaela salió del mundo elegante y protegido en el que vivía y bajó a buscar a las niñas y jóvenes en riesgo de exclusión.
Rafaela Ybarra trabajó sin descanso para buscar para ellas refugio
Les encontró un hogar donde vivir y promovió talleres para que pudieran formarse y valerse por sí mismas. Impulsó la creación de instituciones que protegieran a las mujeres en el ámbito económico, social y laboral.
Todo ello culminó en 1894 cuando, junto a otras compañeras, nació la idea de lo que tres años después sería la creación de la Congregación Ángeles Custodios, un nombre que hacía honor a la labor que desde entonces iban a realizar: "amar, guiar, proteger, orientar y acompañar sin perder nunca de vista la presencia de Dios". Con el beneplácito de su marido, Rafaela hizo profesión religiosa al fundar la congregación.
Desde entonces, y hasta el final de su vida, se volcó de lleno en mejorar la vida de unas niñas y jóvenes que, de no ser por Rafaela y sus hermanas de la congregación probablemente habrían terminado en la pobreza y la marginación. El amor a los demás, basado en su amor a Dios, fue el motor de su incansable labor basada en un sencillo pero poderoso lema: "Nunca os canséis de hacer el bien".
Obrad sólo por amor
Por desgracia, la vida de Rafaela Ybarra se apagó muy pronto. El 23 de febrero de 1900, fallecía a la edad de cincuenta y siete años dejando huérfanas a sus hermanas y a todas las muchachas a las que había ayudado. Todas ellas la recordarían y sus palabras se convertirían en su aliento: "Obrad solo por amor ¡Qué puede llamarse sacrificio cuando se ama!".
Ochenta y cuatro años después de su muerte, el 30 de septiembre de 1984, el Papa Juan Pablo II la beatificó, afirmando que los fieles debían sentirse "atraídos por su ejemplo y con su ayuda sigamos más generosamente a Cristo con una vida auténticamente cristiana".
En la actualidad, la congregación que nació gracias al espíritu solidario y de amor al prójimo de Rafaela Ybarra está presente en más de treinta ciudades de España y América. Las hermanas de la Congregación Ángeles Custodios (https://angelescustodios.net/), una "congregación de mujeres que trabajan en el mundo de la mujer", se esfuerzan cada día para conseguir el objetivo de "acoger amorosamente, proteger y educar a los menores y acompañar a las jóvenes en sus procesos de integración social y madurez humana y cristiana".