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¿Ves que te cuesta dominarte y querrías mejorar? El dominio de uno mismo es un valor que denota madurez. En la infancia, el niño protesta, se enfada, patalea y llega a arañar o a pegar... hasta que los mayores le enseñan cómo encauzar esa ira. Le dan argumentos, le manifiestan que es querido, le explican las cosas...
Llega la adolescencia y todo hierve, por dentro y por fuera. No me comprenden, lo que me mandan mis padres es injusto... El mundo se confabula contra uno y se desata un torrente de pasiones. La ira es una de ellas.
Cuando uno es mayor, el hábito de la fortaleza hace que no respondamos a las cosas al primer impulso. En eso también interviene la virtud de la prudencia, que nos ayuda a juzgar bien antes de actuar bien. Valoramos lo que ocurre, ponderamos las cosas y luego decidimos.
Pero cuando uno no ha adquirido suficiente madurez, la ira es una pasión que nos lleva a la violencia. Lo vemos en una pelea entre compañeros de instituto o en la calle, en las manifestaciones, en los partidos de fútbol, en una noche de alcohol, en una bronca por un pequeño conflicto con el tráfico de la ciudad.
Arranques peligrosos
Cuando uno no se domina, se pasa del cero al cien en segundos. Y eso siempre acaba con actos de los que uno más tarde se arrepiente, porque le hemos hecho daño a alguien, de palabra o de obra. Por no hablar de cuando las riñas acaban con heridos o incluso muertos.
¿Cuántas veces hemos insultado solo por "quedarnos a gusto"? ¿Y cuántas hemos actuado violentamente con nuestros hermanos (pensando que hay confianza y no pasa nada), con nuestros amigos o tal vez con alguien al que hemos visto por primera vez en un bar o en la calle, pero "se nos hincharon las narices"?
Lo que hizo san Clemente María Hofbauer
Si tu respuesta es un "es que no me pude aguantar", puedes leer lo que hizo un sacerdote, san Clemente María Hofbauer, cuyo santo la Iglesia celebra el 15 de marzo.
San Clemente era ciego. Un día entró en una taberna para pedir limosna. Un hombre que estaba sentado en una de las mesas le escupió en la cara.
Clemente se quedó un momento quieto y enseguida le respondió: "Esto era para mí. Ahora, ¿me podría dar algo de dinero para los niños pobres, señor?"
Un testigo de aquel suceso comentó: "¿Quién es ese hombre? Debe de ser muy santo para reaccionar así". Efectivamente lo era.
San Clemente María Hofbauer respondió aquel día con esa mansedumbre y esa humildad porque era algo que había ido labrando a diario en su vida.
Era muy devoto de la Virgen, rezaba intensamente y se volcaba en atender a personas de toda condición. Influyó extraordinariamente en los círculos intelectuales de Viena, y a la vez organizó un movimiento católico en Polonia.
Si quieres madurar y tener autodominio
No justifiques tu falta de dominio. Si quieres madurar y saber estar en tu sitio aun en las situaciones más tensas, comienza por pequeños actos. Por ejemplo:
La mansedumbre es la docilidad en el trato. No te hace ser menos hombre o menos mujer. Es algo que te coloca en una mejor posición para vivir en plenitud. Aunque parezca una paradoja, nos hace más señores. Y ese es el dominio auténtico.
Un buen motivo para dominarte
Lógicamente, cuando uno tiene un buen motivo para dominarse, es más fácil hacerlo. Si te cuesta dominarte, encontrar un motivo de amor te ayudará a mejorar.
Ese motivo debe ser siempre el amor: a tus padres y hermanos, a la novia, a la persona frágil... Pero también al que parece que merece un puñetazo o una paliza. Ese es el que seguramente más necesita nuestra empatía y nuestra misericordia, solo que no saca el trapo de náufrago ni pide socorro.