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¿Quieres ser un padre o madre que educa bien a sus hijas para que el día de mañana sean mujeres fuertes? En su libro "Educar hijas fuertes en una sociedad líquida", la doctora Meg Meeker plantea once consejos para que tengáis -papá y mamá- en cuenta.
Su aportación, basada en 30 años de experiencia con pacientes en consulta, es de mucho valor.
Puedes leer un resumen de los 11 pasos en la siguiente galería fotográfica:
1Conoce su corazón.
Para que el amor de los padres sea verdadero y para que pueda haber comprensión entre padres e hijas, primero debemos conocer a las hijas. Cómo es su temperamento, su carácter y -sobre todo- qué mueve su corazón.
Para ello, la doctora Meeker indica que los padres deben dedicar tiempo a sus hijas y que la presencia es imprescindible. «La cuestión no es ser perfectos, sino estar presentes —física, mental y emocionalmente— y procurarles una experiencia general del amor y la comprensión».
La experta señala que es importante asumir la idiosincrasia de la esencia femenina (distinta a la de los hijos) que tiene «una base psicológica y genética».
En cuanto a la presencia del padre y la madre, Meeker advierte que no solo es cuestión de “estar sin más”. Ha de haber una presencia activa, real, operativa, consciente, creativa, nutricia, que orienta y da referencias, que registra, mira, ve, escucha, siente, comprende, toca, empatiza, ama.
Presencia implica que padre y madre (los dos) dan afecto y comprensión, en equilibrio con la imposición de las normas que convenga para la armonía familiar.
Si es necesario, deberá haber sanciones cuando las hijas no cumplan la norma.
2Contesta a sus cuatro preguntas esenciales.
Según Meeker toda hija precisa una respuesta para cuatro preguntas esenciales.
«¿De dónde vengo?». La respuesta, según la autora, debería estar fundamentada en el plano espiritual ya que «las chicas que tienen fe son inmensamente más felices y fuertes».
«¿Soy importante (especialmente para mis padres)?». Es importante que cada hija se sienta única frente a sus padres. Así gozará de autoestima, tendrá un desarrollo equilibrado. Cuando no hay abandono se evitan dependencias emocionales en el futuro u otras patologías. A una hija le eleva la autoestima saber que a sus padres les gusta estar con ella.
«¿Hay una norma moral?». Su conducta del padre y la madre es su principal referente. Es básico el ejemplo personal y la coherencia con los principios que se inculcan.
«¿A dónde voy?». Los padres no deben caer en el proteccionismo. Deben dar a la hija autonomía personal e independencia para construir su propio proyecto de vida. Desde el primer momento, padre y madre deben favorecer la desvinculación y orientar a la hija hacia una justa distancia emotiva y física.
3Mamá: mentora, aliada, pegamento.
Meeker señala que el vínculo materno es insustituible como modelo de comportamiento para las hijas: «Las madres orientan a sus hijas en un modo que la mayoría de los padres no pueden hacer».
Esto se debe a la empatía, una cualidad en la que la mujer sobresale por encima del varón. «Si eres una mujer has sido programada para garantizar el mantenimiento de la armonía social» (L. Brizendine, El cerebro femenino, RBA, 2007).
4Papá: sé su primer amor, protector, líder.
«Los padres son la plantilla de la que obtienen su modelo de hombre… La experiencia de una hija con su padre biológico afectará cada relación que vaya a tener con todos los hombres de su vida (…) Las niñas que mantienen un vínculo fuerte con sus padres de pequeñas crecen más seguras de sí mismas».
Meeker habla de estar “empadradas”. Es importante que las niñas cuenten con la aprobación y el reconocimiento de sus padres. El padre será la “medida” en la relación que tenga con otros hombres: ellas querrán un hombre que la trate como papá trata, respeta y ama a mamá.
Así que todo padre debería esforzarse por ser como le gustaría que fuera el futuro esposo de su hija, porque ese es el modelo que ella buscará inconscientemente.
Cuando esto no se produce, las hijas acusan un déficit de amor en su madurez. «Todas las mujeres con poca autoestima relatan historias de las que se deduce una relación filial difícil o insatisfactoria con su padre: hablan de un papá ausente, incapaz de gestos afectuosos, a veces abiertamente despectivo» (M. Ceriotti Migliarese, Erótica y materna. Un viaje al universo femenino, Rialp, 2019).
5Ayúdala a controlar las pantallas.
En esta sociedad digitalizada, Meeker nos advierte de que «las chicas buscan aprobación y las plataformas sociales son un medio de obtenerla….una vez que son aceptadas y han obtenido suficientes likes, se considerarán válidas…Los estudios han demostrado un claro vínculo entre el uso de redes sociales y la depresión entre las jóvenes (…) Las fotos y textos no son sustitutivos de las relaciones humanas reales…resultan decepcionantes y fomentan relaciones poco saludables entre las jóvenes».
6Enséñale un feminismo saludable.
«Parece existir -dice Meg Meeker- un vínculo muy real entre el triunfo social del feminismo y una cultura de la soledad, ansiedad y depresión mayor que nunca». La autora señala que imponerse a sí misma parámetros masculinos acaba perjudicando a la mujer. A mujeres y hombres no nos motiva lo mismo, aunque tengamos igual inteligencia y capacidad para hacerlo. No valoramos igual el éxito profesional ni su repercusión en la vida familiar y personal.
Meeker señala cuestiones que se han vendido como avances pero impiden el auténtico feminismo: la anticoncepción sistemática y constante desde la pubertad, el aborto como método anticonceptivo generalizado, la pornografía, la obsesión por la perfección del cuerpo y por evitar el envejecimiento, los vientres de alquiler que degradan la dignidad de la mujer.
En cuanto a la ideología de género, Meeker es muy crítica. Señala que es la culpable de que, por ejemplo, en Estados Unidos hayan crecido los casos de “disforia de género” entre las chicas, que piensan que cambiando su cuerpo por el de un varón solucionarán sus problemas.
La autora habla de un feminismo «saludable» que entienda que la feminidad es algo positivo y maravilloso; esto incluye la maternidad, que es su expresión más importante.
7Alimentación, imagen corporal y justo equilibrio.
La obsesión por la imagen personal es una nueva esclavitud. Meeker alerta de los poco ejemplar que resultan las madres que no aceptan el paso del tiempo en su cuerpo y lo modifican a toda costa.
En cuanto al padre, explica que cuando su presencia es débil o desdibujada ya puede hablarse de “carencia de padre”: las hijas no se sienten validadas ni valoraradas. Esto les lleva a la inseguridad, a no gustarse, a preocuparse en exceso de lo físico. Puede llevarlas a trastornos alimentarios como la anorexia y la bulimia.
8Afianza su fe en Dios.
Meeker recuerda que «el 93% de los estudios científicos demostró que la fe da a las personas más significado y sentido a sus vidas…y el 78% demostró que las personas con creencias tienen menos ansiedad».
La doctora aporta 13 datos científicos sobre los beneficios de la fe en la salud física y mental que están tomados del estudio de Harold G. Koening sobre religión, espiritualidad y salud.
9Ayúdala a desarrollar una sexualidad saludable.
«Antes de entrar en la adolescencia, los niños aprenden una idea fundamental: su sexualidad es la parte más significativa de su identidad y define quiénes son…la insistencia de nuestra sociedad en sexualizar a los niños está menoscabando un desarrollo sexual saludable, minimizando su complejidad y forzando a los niños a tomar decisiones sobre su identidad cuando todavía están desarrollando una conciencia de sí mismos, con unas consecuencias terribles».
Se disocia la sexualidad de su dimensión afectiva y reproductiva. Se instiga a pasar a la acción lo antes posible, con el primer compañero que se tercie. Cualquier relación sexual es válida si es “segura” desde el punto de vista de la salud física. La prevención del sida y del virus del papiloma humano se han convertido en la excusa para entrometerse violentamente en la vida íntima de los niños.
Meeker afirma que, para que las hijas sean fuertes de verdad, el foco debería estar en educar el autocontrol, el dominio de uno mismo, la valoración de la dignidad personal y el respeto por los sentimientos de los demás. Los padres deben favorecer la fortaleza y la templanza, en vez de dejar que las sumerjan en una sexualidad adulta, egoísta, narcisista y autodestructiva. Se da la paradoja: hablamos más que nunca de los derechos de los niños, pero conculcan su derecho a la intimidad. La ideología de género en la escuela es una indebida e ilegítima intromisión del Estado en un asunto que debería reservarse en exclusiva al ámbito de la familia.
Meeker apunta con claridad: «Muchas chicas que han sido sexualmente activas, sobre todo con muchas parejas, sufren depresión en mayor o menor medida…cuando finaliza una relación sexual, la chica sufre la falta de compromiso y pierde autoestima, confianza, afecto e intimidad, todo lo cual provoca depresión».
En cambio, «las hijas que reciben afecto, respeto y aceptación por parte de sus padres corren menos riesgo de ser sexualmente activas prematuramente, y tienen una seguridad en sí mismas y autoestima que no necesita de la afirmación de ningún novio sexualmente agresivo».
10Ayúdala a encontrar buenas amigas.
Para las hijas, y las mujeres en general, una red de buenas amistades garantiza la calidad de vida. Les permite gozar de buena comunicación, lo que redunda en beneficio de su salud mental y su autoestima.
La mayoría de las mujeres relaciona amor con conversación y comunicación verbal. Especialmente en la pubertad, cuando los estrógenos inundan el cerebro femenino, las hormonas empujan a las chicas hacia la conexión: compartir experiencias personales, largas conversaciones telefónicas y preocupación por los problemas de otras personas.
Las niñas desde muy pequeñas sienten alivio biológico comunicándose. «Cuando las niñas hacen amigas íntimas, su mundo emocional se expande rápidamente con los secretos, pensamientos y sentimientos que comparten…contar con el apoyo de algunas amigas íntimas es esencial para las niñas…aprenden a gestionar los conflictos, a ser más asertivas y a conocerse mejor…».
11Ayúdala a ser una mujer fuerte. No una víctima.
«La felicidad y la autoestima -dice Meeker- son consecuencia de la responsabilidad personal, el trabajo duro, la fe, la esperanza, el desarrollo del dominio personal y la independencia…pero en vez de enseñarles a ser independientes les hacemos las cosas o las disculpamos cuando se equivocan, e impedimos que asuman la responsabilidad total por sus errores…también nos cuesta imponer disciplina y normas porque preferimos evitar los enfrentamientos».
La consecuencia de una educación así es que las niñas se volverán débiles: siempre buscarán culpables, pensarán que el mundo es injusto con ellas, serán incapaces de asumir sus propias responsabilidades.
La mejor medida de protección es fortalecer a las hijas para que sean capaces de afrontar las dificultades de la vida. Darles coraje y ánimos para enfrentarse al mundo real. Potenciar sus capacidades y fortalezas. Entre padre y madre ha de encontrarse el adecuado equilibrio para proteger a las hijas y a la vez impulsarlas.
La doctora Meeker alerta de la sobreprotección. Creyendo que mostramos amor por las hijas, les cortamos las alas. Los padres han de esforzarse por hacer que sean autónomas e independientes.
Meeker propone, por ejemplo, animarlas a realizar solas las tareas y a arreglárselas por sí mismas, lo que les obligará a desarrollar sus propias capacidades. No se trata de ahorrarles el esfuerzo y el sufrimiento sino de saber cómo enfrentarlos.