Elisabeth Roman, gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia en español. Cuéntanos dónde naciste, dónde vives y a qué te dedicas actualmente.
Yo nací en Puerto Rico. Llegué aquí, a Chicago, cuando tenía un mes de nacida. He vivido aquí casi toda mi vida; aquí nacieron mis hijos.
Hoy sigo viviendo en Chicago. Pertenezco a la arquidiócesis de Chicago, pero mi trabajo lo realizo en la diócesis de Joliet, que es la diócesis vecina; queda como a hora y media de donde vivo, y ahí soy la directora de los Ministerios Hispanos y Étnicos.
¿Cuál es tu profesión, qué estudiaste? ¿Cuáles son las habilidades que Dios te dio?
Yo estudié política, tengo un bachillerato en política y una maestría en administración pública; pero trabajaba en prensa.
Me mudé un tiempo de Chicago a Puerto Rico, y allí trabajé en periódicos de negocios; llegué a ser la editora del periódico de negocios en inglés de Puerto Rico.
Después de algunos años regresé a Chicago y busqué un empleo como editora, pues eso era lo que yo hacía, o como periodista.
En una de las plataformas en línea estaban buscando una editora para las publicaciones de los Misioneros Claretianos, así que solicité el puesto y me contrataron, y estuve con ellos 8 años.
Y no solamente fue una experiencia increíble haciendo publicaciones católicas para el Ministerio Hispano en Estados Unidos (teníamos 5 publicaciones y 2 páginas web), sino que fue casi como una conversión pastoral.
Porque llegué del periodismo de los negocios al periodismo y publicaciones católicos, que eso fue de verdad una gran formación.
Tuve casi que aprender hasta un nuevo idioma, pues los términos de negocios no son los términos pastorales.
Después de esos 8 años con los Claretianos, he tenido la oportunidad de servir como la presidenta del Consejo Nacional Católico del Ministerio Hispano en los Estados Unidos.
Eso me da la oportunidad de trabajar con los obispos, y de representar al pueblo hispano en sus necesidades.
Hablando un poco sobre tu vida personal, ¿puedes decirnos si eres casada?
No tengo bien el conteo, pero tengo como 30 años divorciada; nunca más me volví a casar. Mis hijos ya son adultos, los 2 son casados.
Soy abuela; tengo 3 nietos, el más pequeño tiene 5 semanas de edad y se llama Sebastián; mi otro nieto se llama Lucas.
Mi nieta se llama Jimena, y es mi princesa; porque yo tuve 2 varones, y Dios me ha dado a esta princesa.
Me bautizaron católica un 27 de diciembre; yo nací un 27 de septiembre, así que a mis 3 meses de edad me bautizaron, pero no porque mi mamá fuera católica sino porque mi madrina lo era.
Mi madrina convenció a mi madre, que era fiestera, de que podía tener una fiesta; así que me bautizaron en la Iglesia católica pero no volví más, hasta que fui adulta.
En mi familia todos son de la religión protestante pentecostal, así que yo fui criada en eso, estudié en institutos pastorales pentecostales hasta que me convertí en una adolescente rebelde que a los 17 años dijo: ‘”No vuelvo”.
Conseguí un novio y a los 18 años ya estaba casada, y no volví más a ninguna iglesia hasta que me divorcié.
Hasta que en una crisis de mi vida personal un amigo muy católico me regaló un rosario, el primero de mi vida, y me dijo: “Tú necesitas o un psiquiatra o un cura”.
Y yo, madre soltera al fin, que en ese momento me estaba divorciando, no tenía dinero para psiquiatras, así que me fui a ver a al cura que mi amigo me recomendó.
Y ese cura cambió mi vida; si hoy yo estoy aquí y hago el trabajo que hago es porque ese hombre recogió lo destruida que estaba y, con su amor, con su paciencia y con su tiempo, me renovó, me restauró, ¡y es mi padrino de Confirmación!
Además él me dio mi Primera Comunión, y fue el que me preparó; yo nunca fui a ninguna clase sino que él se tomó el tiempo y me preparó.
Mi Primera Comunión fue el día de Navidad, la mañana de Navidad, en la Misa navideña, porque él me dijo que yo tenía que nacer el mismo día que el Señor; así que para mí esa Misa es lo más especial, pues el día de Navidad me acuerdo de que volví a nacer.
Así que aquí estoy, gracias a ese cura, que me trajo a lo que es la verdadera fe.
¿El rosario que te dio tu amigo todavía lo conservas, y qué significó para ti?
Yo no sabía qué era; yo sabía que los católicos lo rezaban. Pero, sí, yo te digo que lo tuve como 20 años y se me perdió.
Y pasaban cosas, a mí siempre me pasan cosas que yo digo que son muy raras; cuando yo lo tenía y se rompía, era cuando yo tenía una crisis.
Lo tuve por 20 años. Claro, desde entonces he tenido muchos.
Y tuve que aprender lo que significa el rosario, aprender a rezarlo, y ha sido una fortaleza y de ahí me conecto en esas oraciones tan especiales que yo no conocía.
Yo las tuve que aprender, y te cuento que la primera vez que mi tío, protestante, me vio con el rosario puesto, de verdad que se ofendió y me dijo: “¿Qué haces con eso? ¡A ti que te criamos en la iglesia, y tú has dejado al Señor!”.
Yo le contesté: “No he dejado al Señor, yo sólo dejé esa iglesia”. Entonces se quedó tranquilo.
Pero otro día volví, y me volvieron a insistir con lo mismo, porque él era casi pastor; y como yo estaba divorciada y no me había vuelto a casar, les dije: “¿Saben qué? Si siguen insistiendo, me voy a hacer monja, me voy a un convento”.
Y se volvieron como locos, y ya no me volvieron a decir nada porque tenían ese temor de que yo me fuera a un convento.
¿Cuál fue tu experiencia con la Misa, con la Comunión? ¿Qué sentiste? Porque no es lo mismo recibir la primera Comunión de niño que de adulto. ¿Cómo lo viviste? ¿Cómo fue esa experiencia para ti?
Yo no lo podía creer, para empezar. Yo estaba sola en esa Misa de Navidad porque mi familia no era practicante.
Mi amigo, el que me dio el rosario, me había dicho: “Vete a ver a este cura, que puede contigo”.
Pues yo lo busqué y no era de mi parroquia, pues yo vivía en un barrio de San Juan, pero este sacerdote estaba en otro barrio, el barrio de Santurce, en la parroquia del Sagrado Corazón.
El primer domingo que fui me senté atrás, porque yo decía: “Si estos católicos me vienen a presionar para convertirme, como hacen los pentecostales, yo me voy”.
Así que me senté cerca de la puerta; pero esa homilía fue para mí, como que Dios me estaba hablando con ese cura. No pensé que los católicos hablaran así.
Yo pensaba, porque eso me decían, que los católicos hablaban el latín, que no se podía entender y que no decían nada que te llegara. Yo me dije: “Bueno, puede ser un fallo. Voy el próximo domingo”.
Y fue igual: de nuevo fue como si el Señor me estuviera hablando; entonces me dije: “Esto no es casualidad”, así que fui el tercer domingo, pero me seguí quedando sentada atrás.
Entonces el lunes llamé a la oficina de la parroquia, saqué una cita con el cura y fui a verlo. Era la primera vez que yo hablaba con un cura.
Ese día me recibió en su oficina, no en la oficina que tenía en el sótano, la oficina parroquial, donde se arreglaba todo, sino que me recibió en la oficina que estaba al lado del altar.
Yo no sabía qué era un altar, yo no sabía qué es un Sagrario. ¡Yo no sabía nada de eso!
Entonces el sacerdote empieza a hablar conmigo y yo empiezo a llorar. Yo no sé porque yo estaba llorando, y entonces él me da 3 estampitas de oración del Divino Niño Jesús de Colombia y me dijo: “Es una para ti y las otras para tus hijos. Haz esta novena”.
Y, todavía al día de hoy, casi 30 años más tarde, yo sigo haciendo esa novena al Divino Niño; la rezo todas las mañanas yendo al trabajo.
La cuestión es que este sacerdote empieza a caminar conmigo, a prepararme, a aconsejarme.
Yo nunca tuve papá, porque mi familia es muy disfuncional, y mi papá se fue cuando ya era muy niña.
Entonces el cura, que tenía 70 años, me dijo: “Tú nunca tuviste padre. Yo no tuve hija por el camino que tomé. Así que tú eres mi hija”.
¡Y de verdad que me trataba como su hija! Yo tenía la llave de su casa. Yo le limpiaba su casa, él me guardaba comida, y me compraba mi cervecita cuando yo iba a ayudarlo en su casa. De verdad que me trató con un amor de padre que yo nunca había tenido.
Y para mi familia todo fue un shock, porque de la noche a la mañana yo me volví católica y rezaba el rosario.
Yo iba a todas las Misas, y un día que estuve dialogando con el sacerdote, me llevó al Sagrario.
Yo no sabía qué había ahí; nos arrodillamos y él empezó a orar y yo empecé a llorar y no me podía controlar.
Yo nunca había estado frente a un Sagrario. Luego me llevó al ambón y me dijo: “Un día tú vas a estar leyendo desde aquí”, y yo pensaba: “Este cura está loco; él sabe que yo no soy católica; ¿cómo me va a decir que yo voy a estar leyendo desde aquí?”.
Pero yo leí desde ahí, porque cuando Dios quiere algo, ¡quiere algo!
Como al tercer domingo después de que yo hablé con él, estaba saliendo de Misa y escuché que por el micrófono alguien estaba diciendo: “¡Elisabeth!”; entonces me volví hacia el cura y me dijo: “Sí, contigo”.
Entonces me acerqué a él y me dijo: “Vete allí, a la tiendita, y ayúdale a mi secretaria a vender”.
La tiendita estaba a la entrada de la parroquia, y en ella se vendían estampitas, santitos, oraciones y libritos.
Yo era la editora de un periódico de negocios, y el cura me estaba mandando a vender velones y santos en la puerta de la iglesia.
Pero yo muy obediente me fui, y ahí estuve como 12 años.
El cura decía que yo era de relaciones públicas; y yo anotaba las Misas, y a mí me traían a los niños que querían que bendijera el cura… ¡todo llegaba a esa tiendita!
Así fue hasta que me mudé de nuevo a Chicago, pero de verdad fue una experiencia estar 12 años en esa tiendita, trabajando en ese pueblo.
Dios cambió mi vida, y por eso hago lo que hago; y por eso, cuando vi la oferta de trabajo para ser editora con los curas Claretianos, me dije que yo podía hacer eso.
Haciendo un pequeño paréntesis, en esa etapa en que estuviste en Puerto Rico, trabajando en el mundo secular, ¿a quienes lograste entrevistar?, ¿a qué nivel tú te movías?, porque una cosa es la revista de los Claretianos y otra muy distinta la revista de negocios; son dos mundos distintos.
Sí, fue un cambio total. Tuve unas buenas experiencias como editora de una revista de negocios y en el periódico de negocios; ahí hablaba con políticos y con los empresarios del país; fue una experiencia muy buena.
Pero también fui editora de una revista de música, donde viajé por el mundo y conocí a muchos artistas. Fueron unas experiencias enriquecedoras.
Conocí, por ejemplo, a Ricky Martin, a Julio Iglesias, a Chayanne, y hasta a artistas estadounidenses que en ese tiempo estaban muy de moda.
Y como editora de las revistas de entretenimiento y de música en la isla, me tocó viajar para cubrir muchos conciertos y cosas que nuestra gente, los boricuas, estaban haciendo en ese mundo.
¿En ese entonces todavía no estabas tan cerca de Dios, todavía no eras católica, o ya eras católica?
No, no era católica. Pero en ese entonces, en el mundo de la música, conocí a un artista, un cantante muy católico, el que me regaló mi primer rosario.
Él ya no canta, creo que ahora es profesor universitario, porque la vida cambia; pero en ese entonces era un cantante de salsa cuyo nombre artístico era Ángel Javier.
Ángel Javier había venido de Puerto Rico a Chicago a cantar en un concurso de Miss Puerto Rico para la parada puertorriqueña, y a mí me habían invitado de Puerto Rico a ese evento a ser juez del concurso de Miss Puerto Rico.
Entonces yo era una de los jueces en ese concurso, y él era uno de los cantantes, con Willie Colón.
Y, de esas cosas en que Dios es tan maravilloso, resulta que regresamos a Puerto Rico en el mismo vuelo, y nos hicimos amigos desde ese vuelo, y él es muy católico. Después trabajamos juntos, y él compartía la fe conmigo.
¿Qué significó para ti el Camino de Santiago?
El Camino de Santiago yo lo llevaba planificando hace diez años, porque había escuchado y había leído al respecto.
Un amigo me había regalado la cruz y un rosario con Santiago, y empecé a leer, y me surgió el deseo de hacer eso.
Todo el mundo decía que era una locura; y si yo hubiera sabido lo que iba pasar ahí, posiblemente no hubiera ido.
Caminé 32 días, 800 kilómetros: desde Francia, a los pies de los Pirineos, hasta Santiago de Compostela, España.
Empecé a subir la montaña de los Pirineos, y los primeros 7 días estuve bien enferma; vomité todos los días, me deshidraté y tenía gastritis.
Terminé en una farmacia donde la que atendía me dijo: “Tú tienes que regresar a tu casa, porque tú no vas a regresar”.
Estaba en un pueblo una vez, y estaba vomitando tanto que me fui detrás de un carrito donde estaban vendiendo comida, y ahí unos peregrinos alemanes vinieron a darme medicina.
Otras veces vomitaba y me tiraba al lado de la carretera, y venía gente a ayudarme, a darme comida, a darme agua.
¡Yo nunca había sentido tanta bondad y tanto cariño de extraños! ¡Porque, cuando me veían enferma, todo el mundo quería ayudarme!
Y esos primeros 7 días subiendo las montañas, que no sé si era por la altitud que me enfermaba, yo sentí como que saqué todo y lo dejé atrás.
Llegué a un café-restaurante muy enferma, y me dice una muchacha, que creo que era la hija del dueño: “Te tengo que llevar a un hospital, a un médico”, pero yo dije que quería seguir caminando.
Pero ella insistió y llamó a su papá; ese día me dio algo que se llama “Aquarius”, que es como un suerito “Gatorade”, y yo empecé a tomarlo y mi estómago comenzó a mejorar, así que lo tomé todo el camino.
La cuestión es que seguí caminando, y, después de esa primera semana, salí de los Pirineos y entré en una zona que se llama la Meseta.
Ahí estás 10 días con los pueblitos que ves por el camino; cada 10 o 15 kilómetros aparece uno. Pero el territorio es plano, así que lo demás es tú con tu cabeza y Dios.
Ahí yo ya no estaba preocupada por la salud de mi cuerpo, ahí sentía un poquito más de energía, y ya estaba comiendo un poquito mejor.
Pero entonces mi cabeza empezó a pensar todas las cosas que uno piensa cuando está solo.
¡Nunca tenemos la oportunidad en el mundo en que vivimos de pasar 10 días con nuestra cabeza, con Dios, con la soledad, con el silencio! Y es ahí donde tu mente empieza a cambiar.
Y yo digo que la tercera parte es donde tu espíritu entra.
Porque cuando ya saliste de la Meseta y tú vuelves a las montañas que están llegando a Galicia, a Santiago, entonces te entra esa espiritualidad y esa alegría de que ya estás por llegar.
Y entonces todos los pueblos te reciben con una cruz y una parroquia, porque todo ese camino está hecho para los peregrinos.
¡Y todo el mundo te trata con ese amor, con ese cariño! Que si tienes hambre te dan de comer, que si necesitas agua… ¡Todo lo que necesitas te lo dan!
Todo el mundo te dice: “¡Buen camino!”, y todos saludan a los peregrinos. ¡Nos tratan como reyes!
Llego a Santiago con unas ampollas en mis pies, por debajo, ¡unas bolsas! En el camino, subiendo a una montaña, llegamos a un cafetín, donde me estaban esperando mis compañeros; me senté y me quedé un rato, y dije: “¡Ya no puedo con mis ampollas!”.
Pero mira cómo son los del Camino: es un pueblo de Dios, sean o no religiosos, porque todos van por diferentes causas.
Una muchacha me escuchó cuando yo me estaba quejando, y vino y me preguntó: “¿Te puedo ayudar con tus pies?”. Le contesté: “Llevo 5 horas caminando con estos zapatos, ¡tú no quieres ver mis pies!”.
Pero resulta que ella ya tenía como un kit para curar ampollas. Y les metió agujas a mis ampollas, les vació el agua y un montón de cosas; me dijo lo que tenía que hacer para que no se volvieran a formar las ampollas.
Yo las últimas dos semanas del Camino de Santiago las hice en sandalias porque no me podía poner zapatos.
Pero después de la curación la piel queda como en carne viva, y yo ya casi no podía caminar, pero aun así llegué a Santiago.
Uno de mis compañeros me había dado uno de esos parches para la espalda, pero yo me lo ponía debajo de los pies, y él me decía: “Te vas a envenenar, que ese parche no es para heridas abiertas”.
Yo llegué cojeando. El día que llegamos a Santiago nos levantamos a las 5 de la mañana.
En España, en esos pueblitos, no hay nada abierto a las 5 de la mañana sino como hasta las 10.
Pero ese día, cuando nosotros llegamos a Santiago, nos enteramos de que el botafumeiro, que no lo usan siempre, ese día lo iban a usar, y teníamos que llegar para Misa del mediodía.
Llegamos sin comer, llegamos en ayunas. Íbamos con un compañero ruso que adoptamos en el camino, y se nos desmayó en plena Misa; entonces va un médico a darle algo.
De verdad yo podría escribir un libro de las experiencias; pero lo importante de todo lo que se vive en el Camino de Santiago es que tú te encuentras contigo, y que tú hablas con Dios, porque no hay con quién hablar.
Ya te cansaste de pensar todo lo que tú ibas a pensar, pero Dios sigue estando ahí y entonces te toca.
Y te das cuenta también del cariño y del amor de la gente, porque de verdad que la gente a mí me cuidó.
Cuando a la tercera semana, en un pueblito por ahí arriba de una montaña, me encontré con una muchacha de Inglaterra, que me había visto enferma el primer día, me abrazó y me dijo: “Yo pensé que tú no llegabas. Es un milagro verte aquí”; porque todo el que me veía enferma me decía: “Tú tienes que regresar”.
Yo le había dicho a mis hijos: “Si me muero por allá me voy feliz, así que no se preocupen, porque esto es algo que yo tengo que hacer”.
Una vez estaba vomitando y me senté al lado de unas vacas, y yo les decía a las vacas en medio de mi delirio: “Si me muero no me coman, porque tienen que encontrarme”.
Otro día que también estaba vomitando, me recosté en la montaña y miré hacia un lado, encontrando una cruz de un ser que había fallecido ahí arriba, entonces le dije: “Yo no me quedo aquí contigo”, y seguí caminando.
Había una ola de calor, y la gente ahí estaba deshidratándose, y yo seguía caminando. A mí me llevó Dios por ese camino.
Yo lo hice cuando tenía 59 años, así que no tenía ni la energía ni el físico necesario.
Caminaba mucho, pero jamás imaginaba cruzar las montañas de los Pirineos, y mucho menos sin poder comer porque mi estómago no aguantaba comida.
Empecé a comer una naranja porque una mujer por el camino me vio enferma y me dio su naranja, y eso como que lo aceptó mi organismo, así que yo todos los días buscaba una naranja.
Me la comía pero la compartía, porque conmigo la compartieron. Yo no la comía hasta que no tuviera con quién compartirla.
Llegábamos a los albergues, y como a mí me encanta cocinar, les cocinaba. Cantábamos, compartíamos; ¡era como otro mundo!
Te confieso que cuando volví acá yo dije: “Dios mío, me hubiese querido quedar allá”.
¿Alguna vez te has puesto a pensar que fue un camino de purificación, a fin de deshacerte de lo que Dios no quería para ti, y que fuiste creciendo en espíritu hasta llegar al destino?
Yo pienso que eso es exactamente lo que me pasó. Yo veía milagros y pensaba: “Estoy delirando”.
Una vez yo estaba en las montañas, devolviendo, y entonces me senté junto a unos árboles flaquitos con las hojas muy altas.
Miré hacia arriba y, antes de llegar a las hojas de los árboles de uno de esos árboles flaquitos, yo vi la imagen de la Virgen, y en ese momento le dije: “Yo sé que no me voy a morir aquí”.
Me levanté y seguí caminando. Dios es muy bueno conmigo. A veces yo caminaba sin saber de dónde sacaba la fuerza, porque yo perdí 35 libras en ese camino.
Después de terminar el Camino de Santiago, nos fuimos a Fátima porque yo sentía que debía darle las gracias a la Virgencita.
Tomamos un autobús de 9 horas, llegamos a Fátima y entramos a la capilla donde se apareció la Virgen, donde estaban rezando el rosario en portugués.
Allí llegamos y estaba lleno, pero nada más entramos y se abrió la primera banca y nos sentamos los tres que íbamos juntos.
Se terminó el rosario en portugués y empezaron a sacar los libros de la Misa, así que nos quedamos, y había un cardenal y 12 sacerdotes, y yo vi en ellos al Señor y a los 12 discípulos que nos recibían ahí para decirnos: “Bien hecho, ¡llegaron, llegaron!”.
Y te confieso que entendí la Misa en portugués totalmente, como si hubiese sido Pentecostés.
Si yo no hubiese hecho el Camino de Santiago, yo no sé qué habría pasado conmigo 6 meses más tarde, cuando a mí se me quemó la casa.
Cuando estaba en el camino, en unas montañas preciosas y me dolían los pies, el ruso amigo que encontré, un joven divino, me ayudaba.
Le dije: “Cuando regreses a Moscú y yo regrese a Chicago, y estemos en nuestras crisis de la vida diaria, nos vamos a acordar de este lugar, de esta vista tan hermosa”, pues eran puras montañas, la belleza de Dios.
Y, en mi fuego, yo regresaba ahí; y, después de mi fuego, yo regresaba ahí.
¿Qué es lo que pasó con tu casa?
Era el Día de las Madres de 2019, y hubo un incendio por un corto eléctrico en el edificio.
Yo vivía en el departamento del primer piso; los otros dos departamentos, del segundo y el tercer piso, desaparecieron totalmente, pero el fuego no entró a mi casa.
Yo estaba durmiendo. Era las 4 de la mañana. Vivo con mi prima, y mi madre había venido de visita de la Florida.
Había llegado hacía dos días, y el sábado habíamos celebrado con mi familia el Día de las Madres.
Se fueron todos y el domingo, a las 4 de la mañana, yo escucho que mi prima me toca a la puerta y dice: “¡Fuego, fuego!”.
Yo me había acostado tan cansada que me costó despertarme, y, cuando salgo de mi cuarto, la ventana de la cocina estaba encendida.
Pero ese fuego nunca cruzó la ventana. Mi prima abrió la puerta de la cocina, que tenía otra puerta, la screen door, y el fuego no entró. En cambio el segundo y tercer piso ya habían desaparecido por el fuego.
Cuando nosotros salimos por la puerta de enfrente, estaban tres camiones de bomberos, y seguíamos oyendo sirenas que venían; en total llegaron cinco camiones.
Y los bomberos y los policías que estaban allí como que habían visto fantasmas, pues ellos pensaban que el edificio estaba vacío. Nosotros sobrevivimos porque Dios es grande.
Llamé a mis hijos y vinieron a buscarme. Yo estaba en pijama, así que fui a cambiarme a la casa de mi nuera, y regresé para ver mi departamento, lo que había quedado de él.
Una vecina de enfrente me preguntó: “¿Tú vivías ahí?”. Yo le dije que en el primer piso.
Entonces me abrazó y me dijo: “Mi esposo y yo pensamos que todo el mundo en ese edificio estaba muerto”.
Porque el fuego la despertó, alumbró tanto la habitación que ella despertó, y vio que eran las 4 la mañana, así que no podía ser el sol alumbrando, y ella llamó a los bomberos, tomó video y fotos, que después me envió.
En el video se escucha que está gritando a su marido creyendo que la gente de mi edificio estaba muerta.
Llamó a su marido y le dijo: “¡Ven acá. Mira, ellas vivían ahí y se salvaron!”. Y su marido, un estadounidense, se persigna y me dice: “Señora, usted es un milagro”.
Desde ese primer día el Señor me está dejando saber que mi vida es un milagro.
Cuando yo subí al segundo y el tercer piso, vi que el tercer piso no tenía techo, y que al segundo piso ni siquiera le quedaban los gabinetes de la cocina.
Pero en mi apartamento el fuego no se llevó nada; lo que dañó todo fue el agua. ¡No entró el fuego!
¿Hubo muertos?
El gato del segundo piso, porque, como era fin de semana de Madres, todo el mundo estaba visitándolas; los del segundo y tercer piso estaban fuera de la ciudad.
Gracias a Dios que el resto del edificio estaba vacío; sólo estábamos nosotras tres.
Cuando los bomberos nos dieron permiso de entrar, pude sacar mis cosas personales, pero de muebles nada.
Pero no me falta nada porque el Señor todo me lo dio, y de verdad estoy tan agradecida.
Sin embargo nos tuvimos que salir porque el techo del segundo piso ya había colapsado sobre el mío.
De los muebles no pude sacar nada porque los dañó el agua, pero estamos vivas gracias a Dios.
La vecina que tomó fotos y video me los envió, y mucho tiempo yo miraba las fotos pero me causaban ansiedad así que borré eso.
Pero, antes de borrar, había enviado una a alguien que es mi amigo desde hace 15 años, que me había enviado una felicitación por el Día de las Madres, y yo le había contestado: “Gracias. Estoy en pijama y me salí de mi casa porque se quemó mi apartamento”, y le mandé una foto.
Meses después lo vi en una conferencia; estábamos sentados en una mesa, y todo el mundo me preguntaba por el fuego porque se convirtió en tema de diálogo.
Entonces mi amigo nos muestra en su celular la foto que yo le había enviado. Él había hecho un círculo negro en la foto en torno a una presencia clara que estaba parada en la candela en el primer piso de mi casa donde se estaba quemando.
Cuando él me enseña esa imagen, era obvio que había algo, una presencia parada en el fuego, yo digo que mi ángel guardián, y yo me pongo a llorar porque para mí fue bien impactante ver esa imagen.
Y ese es otro mensaje que Dios me envió de que Él me protegió.
Antes Dios me había preparado. Cuando hice el Camino de Santiago, estuve 40 días con una mochila con tres muditas de ropa que yo lavaba a mano en los albergues.
Y al volver a mi casa me di cuenta de que yo tenía muchas cosas; porque yo había vivido 40 día con tan poco, solamente levantándome a que Dios me acompañara y me cuidara hasta llegar al pueblo que tenía que llegar ese día, a veces caminando 20 millas, a veces 15, a veces 28, casi maratones a diario.
Yo dependía de Dios, yo no sabía dónde iba, y pues Él me preparó para estar sin nada, como en el camino, que no tenía nada, solamente a Dios.
El haber ido al Camino de Santiago fue lo que me dio la fuerza ante este fuego.
¿Qué pasó con tu vida? ¿A dónde te fuiste a vivir? ¿Recuperaste tu casa?
Mis hijos querían que me fuera con ellos. Pero yo tengo una amiga de muy buenas relaciones con una comunidad religiosa, y, con su ayuda, me fui a vivir a un convento de las Hermanas Auxiliadoras del Purgatorio.
Dios te lleva a donde te necesita. Ellas tienen en el sótano un área que se llama el pozo, y me fui a vivir al pozo de la esperanza. Ahí estuve 5 meses.
El incendio fue en mayo, y, poco antes, en marzo, yo había comenzado a trabajar en la diócesis de Joliet; así que yo era nueva y casi no me conocían.
Tomé una semana libre porque necesitaba reponerme emocionalmente, y entonces fue a verme una señora que trabaja en la diócesis con el Ministerio de Familia y con familias que sufren pérdidas.
Y llegó a darnos terapia, lo que fue excelente porque de verdad que tanto las monjas como mi prima y yo lo necesitábamos. Fue algo bien alentador y fue sanador.
Cuando regresé a la oficina, la directora del Ministerio de Jóvenes me dice: “Tengo una amiga que se muda para Phoenix, Arizona, y está dando sus cositas; ¿quieres verlas?”.
Yo no tenía nada así que le dije que sí, pero yo pensaba que a lo mejor me iban a regalar unas toallitas o qué sé yo. Pero llego a esa casa y la señora me dio todos sus muebles.
¡Y casi me regaló un carro, porque me lo dejo baratísimo! Yo no tenía automóvil; yo iba a la diócesis en el auto de mi prima.
El Señor me ha dado cosa mejores que las que yo tenía antes del incendio y que yo jamás hubiera podido comprar. Lo que yo tengo en mi casa hoy en día es lo que esa familia me regaló.
¿Y qué pasó con tu antiguo departamento?
Lo renovaron. Yo llevaba 14 años viviendo en ese departamento; era de mis hijos, que cuando fueron a la universidad lo alquilaron, y cuando yo vine de Puerto Rico me fui a vivir con ellos. Ellos se casaron y yo me quedé a vivir ahí.
Ellos lo han renovado, pero yo no lo he podido ver desde el fuego. Yo no he visto ese edificio, todavía no tengo la fuerza de ver el lugar donde viví por 14 años.
¿Ahora dónde vives?
Yo vivía con las monjas en un lugar de mucha población, muy urbano, y me preocupaba por esto de la pandemia.
Mi hijo compró una casa afuera del centro; casi cruzando una calle estamos en un suburbio; y a dos casas de él había un departamento que estaban alquilando.
Y aquí vivo, con unos dueños que son una pareja de mexicanos, mayores de edad, gente de Dios, que son como nuestros abuelitos.
Ya van a cumplirse dos años del incendio, y es la primera vez desde entonces que me siento que tengo una casa.
No me sentí en casa hasta ahora, porque, claro, en el convento con monjas viejitas fue una experiencia.
La primera vez que salí me llama la Hermana y me dice: “¿Por dónde tú andas?”. Yo me consideraba independiente, pero ella me explicó: “Cuando se vive en comunidad uno tiene que reportar cuando sale”.
Y pensé: “¿Dónde me he metido?”. Pero fueron muy buenas, y yo las quiero mucho, y me salvaron la vida.
Estuve con ellas 5 meses, y entonces me mudé a un departamento; pero todavía no me sentía en casa; ahora sí. Dios me trajo donde yo tengo que estar.
Elisabeth, ¿qué ha significado para ti san José?
Cuando estaba en el convento, me dice la Hermana Dominga que el papa Francisco es muy devoto de “San José dormido”.
Yo nunca había escuchado de él, pero ella lo tiene en la mesa del comedor, y Francisco, en una visita que hizo a Filipinas, dijo que él lo tiene en su escritorio.
Y que le pones sus peticiones debajo porque “San José dormido” se comunica con el Señor y ahí eleva nuestras peticiones.
Entonces, como yo no tenía casa, me fui con la Hermana Dominga y con mi prima a una librería de las paulinas a buscar mi “San José dormido”.
Y también me compré un libro de Oraciones a San José en los tiempos difíciles, y lo empecé a leer y a hacer las oraciones y la novena, para que me ayudara a conseguir casa, y pues me consiguió casa.
Tengo mi “San José dormido” encima de una cajita de cristal, y en esa cajita yo pongo mis peticiones.
Y a cada rato, cuando yo voy a poner otra, miro las que ya estaban y voy marcando las que ya contestó.
¡Esa es mi cajita de milagros! Todo lo que yo le pongo a mi “San José dormido” se está dando.
Inclusive esta casa donde vivo. Inclusive la casa de mi hijo; él se tenía que mudar también porque, con la pandemia, los niños no podía salir afuera, así que quería una casa con patio; me lo dijo en mayo, y en junio ya se estaba mudando a su nueva casa.
Le presté mi libro de oraciones a un compañero en la diócesis, el director de Evangelización, que se había mudado a la diócesis de Joliet y no tenía casa, por lo que vivía en una rectoría que estaba vacía.
Le dije: "San José te va a conseguir casa, haz oración”. Hace poco me devolvió el libro con una notita en la que me dice: “Tengo casa gracias a san José”.
¿Cómo resumirías tu vida? ¿Eres feliz?
La noche antes de mi fuego les dije a mis hijos que estaba muy unida a mi casa.
Y le dije a mi hijo mayor: “Por primera vez en mucho tiempo yo soy feliz”. Y esa misma noche mi casa se quemó.
Fue un golpe fuerte. Y yo decía:
Pero si algo salió de esto es que me di cuenta de lo mucho que Dios me quiere, de lo mucho que Dios me protege.
Yo le digo a todo el mundo: “Ahora yo soy la hija favorita de Dios”, porque a cada rato yo veo la mano de Dios en mi vida.
Cuando miro hacia atrás, hacia mi vida, así sea el Camino de Compostela, o el fuego, veo que Dios siempre me protege.
No soy yo, yo no puedo sola, sólo soy una simple mujer, una abuela de 60 años. Si de algo estoy clara es de que Dios me ama y de que me ha cuidado siempre.
El fuego sólo fue una señal más del cuidado que Él me tiene; ¡no me falta nada! Cuando mis hijos me preguntaron para la Navidad qué necesitaba, les contesté: “Es tan difícil esa pregunta porque no me falta nada”.
Estoy muy agradecida de Dios, de la gente que Él me pone en el camino, de la oportunidad de servir.
Estoy muy clara de que yo estoy aquí para hacer lo que Dios quiere; por eso me protegió de ese fuego, por eso me metió por esa purificación que me dio por el Camino de Santiago, porque mi vida tenía que cambiar para Él, para hacer lo que hago.
Yo soy una abuela que trabaja para el Señor, pero a veces me lleva y me pone en sitios donde tengo que levantar la voz por mi pueblo, por mi gente, y definitivamente ese fuego me purificó.
Yo no soy la misma persona. Cambié. Yo creo que cualquier persona que haya tenido una experiencia tan cerca de la muerte, te dice que te cambia. Dios me cambió de nuevo para esta nueva etapa.