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Es muy común que algunos padres, y algunos cuidadores de la escuela infantil, no hablen suficientemente a sus hijos, o a los niños que tienen a su cargo.
Y no lo hacen: 1) con la suficiente asiduidad; 2) ni con la suficiente calidad en el lenguaje; 3) ni mirándolos a los ojos; 4) ni con la suficiente atención que frecuentemente exige un necesario nivel de ternura.
A veces la ternura se traduce en balbuceos, en gorjeos emitidos por el niño y repetidos por los padres, cuidadores, en los primeros años de vida.
Eso está bien en los primeros meses, pero paralelamente hay que hablarles a los niños con la suficiente corrección y cariño para que vallan archivando los sonidos de la propia lengua, las palabras, el vocabulario, la prosodia (la entonación, la pronunciación, la música y la acentuación), la sintaxis.
Se me dirá que de eso ya se ocupará la escuela y es verdad. Pero hay que adelantarse con mucha calma para poner las bases en casa de lo que se va a aprender en la escuela.
No hay que agobiarse ni intentar hacer del niño un Einstein prematuro. Pero hay que hablarle con calidad y despacio. Y por supuesto escucharle: al principio en sus expresiones pre-verbales y a partir de los 9 o 10 meses ante sus primeras palabras apenas esbozadas.
Y responder y repreguntar, pero también, sin imitar su pronunciación a veces defectuosa. Si el niño dice: “Quero bobocito”, lo que hay que hacer sin corregirle ni enfadarse, es responderle con las palabras completas: “¿Quieres el huevo frito? Te lo acerco. ¡Qué bueno está! ¿Te gusta?”.
Es decir, no se trata de corregir palabra por palabra sino responder correctamente con las palabras pronunciadas adecuadamente y repreguntar para hacerle hablar aún más.
Algunos padres y cuidadores, sin querer, con la mejor voluntad, no aprecian suficiente este lenguaje incipiente de los primeros meses y del primer, segundo y tercer año de vida.
La respuesta es que este diálogo es importante para el futuro de la calidad del lenguaje del niño.
A menudo no dirán la palabra correcta y muchos pasan este hecho por alto cuando lo que hay que hacer es corregir delicadamente. O estos mismos niños preguntan cosas que quedan sin respuesta.
Y hay que responder, repreguntar y esperar, por ejemplo, que los niños señalen la cosa deseada. Ahí el padre, la madre normalmente, el cuidador debe andar en la dirección del objeto o la acción apuntada e interpretar que ha querido decir el niño.
No se trata de satisfacerle todos los gustos, pero sí se trata de estar muy atento a las señales que emite un niño casi en las primeras semanas o meses.
Hemos de conocer su código de señales muchas veces pre-verbales e incentivar cualquier acto de expresión-comunicación. No debemos esperar, por ejemplo, a que, a los 3 años, cuando el niño comienza a explicarse bien, se inicie nuestro diálogo con él.
No hablamos de andar todo el día pendiente del niño. El niño pequeño duerme muchas horas: siesta y el sueño de la noche. Deberá ir a dormir a la hora y comer en su momento. Y jugar en silencio tocando objetos/juguetes adecuados a la mano, etc.
Pero es muy bueno también reconocer los signos que maneja, las expresiones faciales y corporales, y las incipientes palabras y, sucesivamente, las palabras más organizadas en frases que llegan con los años.
Algunos progenitores y cuidadores dirán que no vale la pena, que es una tarea muy cansada. Los estudiosos de la adquisición del lenguaje señalan que es todo lo contrario.
Cuanto más calidad y cantidad, sin volvernos locos, de lenguaje maneja desde muy pequeño el niño, más palabras, recuerdos lingüísticos, conceptos, estructuras mentales tendrá cuando deba aprender a leer, a pensar, a descubrir la realidad a partir de las explicaciones de la maestra al final de la etapa infantil e inicios de la primaria.
Más comprensión obtendrá de la lectura de los primeros textos que se manejan en los procesos de lectoescritura al final de la etapa infantil y sobre todo a comienzos de la primaria.
Aún más: mejor será su rendimiento cognitivo en general y el progresivo éxito educativo en la escuela a corto, medio y largo plazo.
Algunos pensadores, lingüistas, filólogos y psicólogos (como el psicólogo bielorruso de principios de siglo XX llamado Vygotsky) identifican lenguaje y pensamiento.
Vulgarizando mucho la idea, pero sin decir nada falso, se puede señalar que cuando mejor es la calidad de lenguaje (vocabulario, sintaxis, etc.) más alta es la finura, la penetración y la precisión del pensamiento.
No es tan sencillo este asunto, pero nos sirve para destacar que ofrecerle el mejor lenguaje, la mejor conversación, a nuestros hijos, o niños a cargo en la escuela infantil, es ofrecerle los mejores instrumentos para que aprenda pensar mejor.
La lectura en común (cuidador-cuidado) se inserta ahí. Existe el mundo de la prelectura que se da cuando una madre, un padre, se sientan a un niño muy pequeño en las faldas, sobre las piernas y se les lee un libro infantil.
Por su parte la maestra leerá un libro infantil (grande) a unos infantes en círculo. Ahí ya no se trata solo de que mejore en el reconocimiento de los sonidos (conciencia fonológica) de la conversación en común, sino que, en paralelo, se pasa al mundo de la relación entre los significantes y los significados; al mundo de las grafías, de las palabras escritas para descubrir las bases de la lectura en las letras (conciencia de lo impreso).
Esas tareas llenas de conversación y lenguaje son verdadera comunicación y apertura al mundo de las acciones, las realidades, los contextos, el espacio-tiempo: el cielo, los animales, los coches, las fábricas, la ciudad, la familia.
En esa dirección son oportunos los libros infantiles (a menudo con pocas palabras) que contienen ilustraciones con fotos o cuando menos imágenes figurativas muy realistas.
Decía Montessori que la fantasía debe llegar cuando el niño, con 6 ó 7 años, ya le ha tomado las medidas al mundo y comienza a distinguir realidad de ficción. Entonces sabe colocar en su lugar los dragones acuáticos como el monstruo del lago Ness en Escocia, o el Yeti en el Himalaya (Tíbet).
Con niños a partir de un año, e incluso menores, es conveniente que la lectura del poco texto que ofrecen estos libros sea señalada con el dedo y a la vez leída.
“¿Es que no lo entiende?”, se me dirá. No lo entienden al cien por cien, pero archivarán partes de lo que oyen y ven, a nivel fonológico seguro, y con los meses y años incorporarán aquellos pedacitos de información, letras y palabras, para ensamblarlos con muchas otras letras y palabras, y así crear pasos en su lenguaje-conocimiento.
Estamos hablando de abonar el campo de la lectoescritura ya desde el primer año de vida. De ese modo se facilitará, progresivamente, el aprendizaje de la lectura y la escritura tan decisivos en la escuela: se aprende en general mejor aquello que se lee en profundidad.
Y la base de todo ello, lo estamos viendo, es la conversación, el intercambio de palabras que nosotros nos esmeramos en pronunciar y explicar bien.
Recapitulemos: sucede en los juegos entre padres e hijos, en el juego con juguetes, en la prelectura de libros, en la progresiva lectura de libros. En casa y progresivamente también en la escuela. ¡Una lectura de libros que será fuente de tantos temas de aún más conversación!
Y un último matiz a la hora de lograr que los niños aprendan a pensar con un lenguaje muy ligado a la condición humana es introducirles en el ámbito de los pensamientos propios y de los demás. Y este paso tiene lugar cuando se le explica a un niño lo que sucede en su propia mente, lo que pasa en las mentes de los demás hablantes.
El niño muy pequeño empieza por pensar que solo existe el mundo exterior, externo, visible. Pero hay que progresar hacia el mundo interior, interno e invisible. Hay que preguntarle por sus estados de ánimo, sus pensamientos. Hay que señalarle que la maestra está triste por dentro si él en la escuela no obedece.
Existen un sinfín de maneras de aguzar el ingenio para que nuestros hijos, o niños a cargo, futuros alumnos, se hagan una progresivamente mejor composición de lugar sobre lo que son los pensamientos no expresados, pero no por ello menos reales.
Y eso llevará a los niños a reflexionar sobre las intenciones internas, sobre los sentimientos, los recuerdos, los proyectos de futuro: “Marcos -niño de dos años- ¿tienes ganas de ir a la playa este verano?”. “Qué es ganas, Mami”. “Pues aquello que tú quieres sin decirlo pero que está dentro de tu cabeza.”