El Espíritu Santo es el Señor y Dador de vida, como cada semana se recita en el Credo en la misa. Pero es también el soplo de amor infinito que guía los pasos y libera las almas.
Es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y el fuego ardiente de Dios que da claridad a cada acción humana por muy confusa que sea.
Qué forma tiene el Espíritu Santo
En la iconografía cristiana se le ha representado de muy diversas maneras; en forma de lenguas de fuego, en forma de paloma, de fuerte viento o suave brisa.
Sea cual fuere la forma en que queremos imaginarlo, hay que tener presente que el Espíritu Santo es acción, movilidad, fuerza.
Al encomendarse a Él, la vida adquiere vitalidad y dinamismo; se vuelve acción amorosa constante para dar y para servir.
No lo entiendas, acógelo
Cristo en la cruz, al expirar emanó la mayor fuerza de amor que el ser humano es incapaz de comprender.
Por eso al Espíritu no hay que entenderlo con la razón, sino acogerlo y dejarse envolver por Él en cada acción y momento de la vida para quedar impregnados de el Amor y poder, finalmente, salir a comunicarlo de forma viva.
El sacerdote español Alfredo Rubio de Castarlenas en su libro "Andadura Pascual-Camino de Alegría" comenta:
Con la llegada del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, podemos aprovechar para enderezar los pasos, revisar la vida, rescatar lo perdido, dar nueva vida a lo que parecía muerto y poner en práctica día tras día los magníficos dones que ha venido a regalarnos, sin mérito alguno.
Recemos al Espíritu Santo para que anide en nuestro corazón y vuelva nuestra voluntad una con Él, para crecer en la fe, para que el dolor se transforme y el amor sea lo que modele la vida.