Las vidas de los santos te sorprenden, al leerlas, por su heroicidad y persistencia en la fe, su gran humildad, su amor por Jesús Sacramentado y nuestra Madre del cielo, la siempre Virgen María.
Me encanta leer sus vidas porque aprendo muchísimo.
Ellos transitaron el camino de este mundo y pueden mostrarte cómo llegar a Dios.
Muchos tuvieron verdaderos encuentros y batallas campales contra el demonio, que los asediaba por las noches y les hacía la vida imposible.
¿Por qué se empeñaba tanto el demonio contra ellos? La clave está en unas palabras que escribió en una ocasión el Padre Pío:
Le arrebataba almas al demonio, con sus oraciones, sacrificios y peticiones a Dios.
Y nada molesta más al demonio que perder un alma que casi estaba en sus garras.
Le enfurece cuando un pecador acude a la Virgen María en busca de protección y amparo. La Virgen como buena Madre, jamás abandona a sus hijos y los lleva a Jesús.
No soporta cuando te arrepientes de tus ofensas a Dios y acudes al sacramento de la reconciliación.
No te suelta hasta que te hayas confesado. Y lo puedes comprobar. ¿Has notado cuando te vas a confesar que hay ciertos pecados que te dan vergüenza y te ves tentado a no confesarlos? Termina confesándolos después de una batalla espiritual.
San Josemaría Escrivá aconsejaba:
La oración le ofende grandemente, sobre todo aquella sincera que brota del alma. Igual las obras de Misericordia, la verdad, el amor.
Le molesta todo lo que sea contrario a su naturaleza. Desprecia sobre todo al humilde porque la humildad siempre lo vence.
Debes conocer su existencia, saber que no es un relato urbano. Es, existe y quiere hacerte daño.
Por lo pronto, vive con naturalidad tu fe, ten vida sacramental, ama, haz el bien, ora con fervor, sé humilde y conserva siempre, en todo momento, la dulce presencia de Dios en tu vida.
¡Dios te bendiga!