Un día, al final de un escrito que publiqué en Aleteia ofrecí mi correo personal. Quería estar en contacto contigo con los lectores de Aleteia. No imaginas los correos extraordinarios que he recibido y que me llenan de esperanza. Pero ocasionalmente recibía alguno de un lector desanimado que ha decidido abandonar su apostolado.
Sienten que no dan frutos de eternidad, nadie le presta atención, han perdido el camino, se sienten aislados, piensan que su esfuerzo no vale la pena. ¿Te ha pasado con tu apostolado?
Si tienes un apostolado, debes saber que el demonio tratará de desanimarlos para que en tu grupo recen poco y así poder debilitarlos y hacerlos caer.
Es muy hábil. Sembrará divisiones, incomprensiones, discusiones. Hará todo lo que está a su alcance para quitarlos del camino.
Lo he visto cientos de veces, laicos y sacerdotes que caen ante sutiles insinuaciones y tentaciones que no lo parecen.
Los hace pecar de forma estruendosa para sacarlos del camino, poder tener el camino libre, y que se pierdan millones de almas.
Por favor, si lo estás pensando, no abandones tu apostolado. Es valioso.
¿No ves frutos? No te toca verlos, tu trabajo es sembrar semillas de misericordia, hacer buenas obras, consolar, guiar a tus hermanos para que todos lleguemos al paraíso.
Hacer germinar esa semilla es obra de Dios, no tuya. Él decidirá quién cosechará los frutos de tu esfuerzo evangelizador. Seguramente ya están destinados y tú ni siquiera lo imaginas.
Las Sagradas Escrituras nos dicen:
Hay una capilla a la que solíamos ir en Panamá para asistir a las misas dominicales, era pequeña y acogedora.
Recuerdo que tenía una imagen hermosa de santa Eufrasia sosteniendo un libro abierto. En él podías leer:
Es una frase que siempre me ha conmovido y me impulsa a seguir adelante cuando me desanimo por algún motivo. Cada persona tiene un alma y merece y debe ser salvada.
Las palabras de la Virgen en Fátima estremecen el alma y te muestran la triste realidad:
El mundo y las almas necesitan de ti y tus oraciones y obras de misericordia. No las abandones.
Olvídate de ti mismo y trabaja por el Reino de Dios, sin esperar nada a cambio. Y Dios, que todo lo ve, te bendecirá.