Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Observo a las madres de la generación de los años 40 del siglo XX y son auténticas luchadoras y cuidadoras de todos: de los padres, del marido, de los hijos, de los amigos, de los nietos…
Sufren por los demás, en ocasiones demasiado. Antes de que vengan los males, ellas ya están sufriendo por si acaso. Sin emitir juicios de valor podríamos llamar a esta actitud “sufrir porque sí”, por costumbre, ser negativo. Se ponen en el peor de los posibles desenlaces, dando por hecho que así ocurrirá.
Pueden estar enfermas y organizar una gran comida familiar. Pero eso sí, no se dejan ayudar.
Parece que sería más justo que los jóvenes se encargasen de realizar las tareas más pesadas, pero esas madres o abuelas no lo permiten.
Cuando tienen una edad avanzada o están convalecientes, no se dejan ayudar, les cuesta mucho.
Reflexionemos: ¿Me dejo cuidar? ¿Me resisto? ¿Cómo me comportaré cuando me toque a mí?
Quizá, para dejarnos cuidar debemos realizar un análisis realista de la situación y tener una actitud humilde. Porque la realidad es que nos sentimos vulnerables, falibles, débiles…
¿Qué ocurre cuando dejamos que nos cuiden o ayuden? No sólo ejercitamos la humildad, sino que permitimos que el cuidador ame al prójimo, se entregue, se ponga al servicio del otro, como el buen samaritano.
A través de esa entrega y sacrificio de la persona que nos cuida, es posible que estemos ayudándole a redimir sus pecados, a que sea sanado, a que ponga en práctica el amor.
Al final seremos juzgados en el amor.
Cuando cuidamos de un enfermo podemos ver a Cristo en él, como decía santa Teresa de Calcuta, pero también podemos verlo en la persona que nos cuida, al igual que Jesús, cuando lavó los pies a sus discípulos.
Somos hermanos con un mismo Padre. Olga Soto Peña, profesora de la Universidad de Olavide, Sevilla, habla de su época de enfermedad.
Nos recuerda en solidaridad.net que el ser hermanos nos lleva a reconocernos en el otro y a tener una responsabilidad.
Cuando habla de “cuidar-de” y de dejarse cuidar, significa “que constituyen un acto de reciprocidad de amor a fondo perdido. No es un dar para recibir. No es una renta de afecto”.
Pero el mundo actual corre en otra dirección. Parece que debemos ser fuertes, autónomos y pensar sólo en nosotros mismos, tomando como medida el relativismo y el individualismo.
La idea del estado del bienestar se confunde con que la vida sea perfecta, sin sufrimiento.
Por eso cuesta recurrir a los demás, para no ser una carga. De hecho, algunos enfermos que recurren a la eutanasia afirman no querer ser una carga para los demás.
El paciente tiene miedo porque se siente vulnerable, depende de los demás y, en ocasiones, no encuentra el apoyo de la familia o de la sociedad.
Reconocernos débiles y dependientes es otro camino para encontrarse con Dios. También para el que nos cuida.
Es otro momento de la vida, otra fase. Sobreviene la incertidumbre, no sabemos qué es lo que va a pasar.
Aceptar la enfermedad es una forma de abandonarnos a la voluntad del Padre y abrazar la cruz.
El cuidador adquiere el control de la situación. Por eso, según Soto, dejarse ayudar es más difícil porque requiere humildad, perder el dominio de la situación.
Dejamos de tener planes de futuro y vivimos al día porque no sabemos qué pasará mañana.
Soto habla de la “tendencia a crearse una armadura de fortaleza que nos impide acoger los dones que la vida, Dios Padre, pone en nuestras manos.”
Dejarse cuidar es la ocasión de abrirse al amor de Dios y descubrir aspectos de la vida que antes no percibíamos.
San Pedro también se resistió a que Jesús le lavase los pies. Cuando Jesús le contesta, Pedro recoge el testigo y entiende que, para tener parte con Cristo, también hay que dejarse cuidar.
Y qué mejor que dejarse cuidar por el Señor. Esto es aplicable a todos los contextos de la vida.
Esta profesora nos remite a Julián Gómez del Castillo, “un testigo de Cristo que amó profundamente a la Iglesia: El amor siempre es creativo, no renuncia, es fértil, es anhelo”.
Soto concluye que “dejarse cuidar es aceptar la fragilidad, acoger la misericordia, vivir con gratitud los dones que Dios pone en nuestras manos cada día. Es abandonarse al Padre con la esperanza de saber que ‹‹Él hace nuevas todas las cosas››” (Ap 21,1-5).
Cuidar es una bendición para el enfermo y para el cuidador. Es una cita con la humildad.
Cuidar exige sacrificio y puede ser duro, pero también permite descubrir las recompensas del cuidador.
José Carlos Bermejo es un religioso camilo especializado en pastoral de la salud, bioética, counselling y duelo. Ha escrito varios libros y ha sido reconocido con diferentes galardones.
Explica que, en algún momento de nuestra vida, hemos sido o vamos a ser dependientes, así que es necesario hacerse a la idea.
La vida inicial del ser humano se desarrolla con mucha dependencia porque crecemos mucho más despacio que otros animales.
La filiación divina y el abandono en Dios nos ayudan a dejar que nos cuiden. Creer que estamos en manos de Dios, aun cuando estamos en dificultades.
La oración nos permite ser felices, tener paz en los momentos de dependencia porque aceptamos la voluntad del Señor.
La enfermedad y la dependencia ofrecidas permite la santificación con la acción del Espíritu Santo y nos hacemos corredentores con Cristo.
Bermejo apunta que el cuidador realiza una tarea que incluye sacrificios, tiempo, dedicación. El enfermo no es ajeno a ello, por ese motivo le cuesta pedir ayuda.
El cuidador cristiano debería diferenciarse por el trato humano y familiar. Recordemos la parábola del buen samaritano. No se limita a rescatar al herido.
Este tipo de personas ponen todo su talento en “el cuidar”. Así, el cristiano se diferencia en muchos hospitales por su trato, dar esperanza y consuelo, atender al paciente como si fuera alguien de su propia familia, contagiar la alegría.
Es la santificación en el cuidado a los demás y dar sentido a la vida.