Santa Mónica es famosa por las lágrimas que derramó por su hijo Agustín. Se considera que sus oraciones y su ejemplo desempeñaron un papel fundamental en su conversión.
Esto le ha valido el patronazgo general de todas las madres, pero la santa llega aún más lejos.
Durante sus años paganos, Agustín tuvo una concubina con la que tuvo un hijo llamado Adeodato.
El hijo permaneció bajo la custodia de Agustín y ambos vivieron con Mónica.
De hecho, ambos se bautizaron juntos, según narra san Agustín en sus Confesiones.
Aunque Adeodato falleció con 16 años, vivió lo suficiente como para ser testigo de la muerte de su abuela, Mónica.
Santa Mónica tuvo un profundo impacto no solo en su hijo, sino también en su nieto.
De este modo, santa Mónica es un gran ejemplo tanto para todas las madres como para las abuelas.