Quizás se pueda confundir su nombre pensando que sea dedicado a la Virgen María, pero en realidad “casamari” viene del latín y significa: “casa de Mario”, porque es el lugar de nacimiento del legendario cónsul romano Cayo Mario, llamado el tercer fundador de Roma, por sus grandes empresas.
Previamente, la zona era llamada Cereatae, en honor a la diosa de la agricultura Ceres, Plutarco, en “Vidas”, relata que Mario, durante su infancia pasaba su tiempo en la vereda Cereate, en el territorio de Arpino.
Siglos más tarde, luego de la decadencia del imperio romano, exactamente en el año 1005, algunos monjes benedictinos de Veroli, decidieron reunirse y construyeron en el lugar un monasterio usando material extraído de las ruinas del templo de Marte ubicado allí, en Casamari.
Entre el 1140 y 1152 los monjes “negros”, benedictinos (llamados así por el color de su sotana), fueron reemplazados por los monjes “blancos”, cistercienses.
Los monjes cistercienses encontraron de inmediato una aceptación a favor de la austeridad sin descuidar el rigor y la sencillez de sus vidas.
En 1203, se colocó la primera piedra bendecida por Inocencio III para la construcción de la nueva iglesia, erigida según los cánones del estilo gótico-cisterciense y concluyendo en la magnífica obra arquitectónica, que hoy deslumbra al visitante.
Pasaron los años y los monjes pasaron por varios períodos entre decadencia y prosperidad.
Así relata una antigua crónica de verolana, describiendo la emoción que causa el espectáculo de la abadía a quienes se acercan a ella.
Casamari hoy, es una meta muy ambicionada por los peregrinos, sobre todos por aquellos que transitan el “Camino de san Benito”.
Los monjes que, además de una asidua participación en la oración, también se ocupan de la docencia en el colegio San Bernardo, dentro de la abadía, el huerto, la farmacia, la licorería, la restauración de libros, la gestión de la biblioteca y el museo arqueológico.
Y por supuesto con beneplácito y simpatía reciben al visitante, los más afortunados tendrán el placer de ser invitados con una copita de uno de sus buenos licores como el “Centoerbe” o “Sett’erbe”. De lo contario se puede adquirir cualquiera de sus productos en la Bottega del monastero.