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¿Has oído hablar del trastorno por déficit de naturaleza? Yo escuché este término por primera vez en 2015. En una investigación, analizaron a niños que no tenían un contacto regular con la naturaleza, y publicaron los resultados obtenidos. Estadísticas que mostraban la mejor calidad de vida de los niños que vivían cerca del campo frente a los que padecían ese déficit.
En estos últimos, observaron: más casos con déficit de vitamina D, más alergias, más casos con déficit de atención, mayor tendencia a la obesidad, altas cifras de hiperactividad, trastornos de ansiedad, fatiga crónica, depresión, falta de destrezas en la convivencia, peor respuesta a la resolución de problemas, etc.
Por el contrario, está demostrado que las personas que viven en entornos naturales se recuperan mejor de cirugías, son más observadores, tienen más habilidad para entretenerse, más agilidad, más capacidad de razonamiento…
Desde nuestros pisos en la ciudad, les damos la razón a esos estudios, pero la realidad es que muchos de nuestros hijos salen de sus hogares a primera hora de la mañana (algunos hasta desayunan en el colegio), y llegan a sus casas a media tarde (según les permitan sus apretadas agendas de actividades extraescolares), para hacer deberes o jugar detrás de una pantalla que no ensucia ni desordena.
Así que el deseado contacto con la naturaleza puede tener lugar durante algún fin de semana, mientras lo permita el tiempo, los partidos de fútbol, o los cumpleaños.
Pero si la montaña no va a Mahoma, será Mahoma quien deberá ir a la montaña. ¿Un huerto urbano, quizás?
Un huerto urbano es la gran tendencia del momento. Nunca he sido una fiel seguidora de las tendencias, pero reconozco que esta moda juega a favor de nuestros niños, así que, ¿por qué no planteársela en serio? ¿Conoces todos los beneficios que ofrece a tus peques y no tan peques?:
- Les involucra en el cuidado de las plantas; puede ser su primera experiencia de cuidar a un ser vivo.
- Les hace crecer en responsabilidad, y la responsabilidad siempre, siempre, aumenta la autoestima; tenemos que dejar de tener miedo a dar encargos.
- Les ayuda a aumentar la capacidad de concentración; se habituan a trabajar la observación, buscando pequeños avances en el huerto cada día.
- Se entretienen, se distraen, se sorprenden sin necesidad de pantallas.
- Les hace huir del sedentarismo.
- Provocará la curiosidad por los alimentos y les costará menos probar nuevos sabores de frutas y verduras; ¡cómo no probar un tomate cherry que tú mismo has cultivado!
- Les hará más conscientes del principio causa-efecto: el efecto de olvidarse de regar, el daño causado por la pereza de no quitar las malas hierbas, las consecuencias de los cambios atmosféricos…
Y, lo más importante, aprenderán a esperar, a superar la inmediatez, el ya, el "lo quiero ahora". Aprendiendo con la lenteja, con la Creación en general, que los tiempos son lentos, no son los nuestros. Como los tiempos de Dios, que a veces parece que no nos escucha. Pero recordemos a la lenteja: tenemos que esperar y confiar. Y esa confianza nos regalará el descanso, la paz interior. ¡Que no sólo depende de ti que las cosas salgan bien!
Esa pequeña lenteja nos demuestra que, aunque no la estés mirando, aunque no la estés atendiendo las veinticuatro horas del día, ella seguirá su proceso y crecerá. Esa confianza es la misma que hemos de tener con el Creador de toda esta maravillosa naturaleza, viviendo con la seguridad, con la paz, de que nada en absoluto depende de nosotros. Si Él quiere que algo crezca, seguro que crecerá.
En este mes dedicado a la Creación, ¿te animas a superar el déficit de naturaleza con un huerto urbano? Why not?