El perro es el mejor amigo del hombre, dice el refrán. Los datos recopilados durante la nueva pandemia de coronavirus refuerzan esta máxima.
Los Centros de Zoonosis en varias ciudades brasileñas registran aumentos significativos en el número de adopciones de perros. Como el Distrito Federal, que entre enero y septiembre de 2020 registró más del doble de adopciones en comparación con todo el año de 2019.
Acariciar a un perro reduce los síntomas de ansiedad y depresión durante el período de aislamiento, lo que puede ser probado por la ciencia.
La interacción con perros, entre otros animales, proporciona una reducción de los niveles de cortisona (sustancia asociada al estrés); también un aumento en la liberación de neurotransmisores que regulan nuestro bienestar, como la oxitocina, dopamina, endorfina y norepinefrina, también desencadenadas en el ámbito social, en la interacción con otras personas.
Los estudios incluso han indicado que acariciar a un perro aumenta los niveles de inmunoglobulina A, un anticuerpo que tiene un efecto antiinflamatorio y ayuda a combatir la depresión.
Esta relación de intercambio entre las dos especies se inició hace entre 20 y 40 mil años, con el acercamiento de lobos hambrientos en busca de sobras de comida.
Esta alianza, que aseguró la supervivencia de la especie, fue además responsable de la evolución del perro hace unos 11.000 años, al igual que, según la teoría evolutiva, evolucionamos del mono.
Esta evolución trajo a los caninos características que facilitaron su interacción con los humanos; como el instinto de pastoreo, el comportamiento de expresarse a través de los ojos, y la dependencia de los humanos. Tanto es así que la especie siguió el movimiento del hombre por la tierra en la prehistoria.
La evolución de lobo a perro es el resultado de la mutación de tres genes asociados con la empatía y la socialización.
Uno de ellos, GTF2I, al igual que en el ser humano, está relacionado con la producción de oxitocina, un neurotransmisor responsable del desarrollo de nuestra sociabilidad. Éste desencadena un sentimiento de seguridad física y emocional, proporcionando bienestar en las relaciones afectivas con familiares y amigos.
Y, por supuesto, con los perros, que en tiempos difíciles demuestran ser aún más compañeros y más indispensables que nunca.