Era la madrugada del 3 de agosto de 1936 y un bombardero Fokker F-VII del ejército republicano español, lanza cuatro misiles sobre la basílica de la Virgen del Pilar en Zaragoza.
Una cae en una de las calles cerca de la basílica donde quedó incrustada de pie en el pavimento, haciendo saltar los adoquines, y creando en el suelo la forma de una cruz.
Otra bomba cayó en la Plaza del Pilar y dos en el techo del templo, dejando dos huecos bien visibles y derramando explosivo por todo el fondo de la bóveda.
Una de estas bombas destruyó en parte un importante marco dorado del mural de Goya en el Coreto de la Iglesia.
A pesar de los daños, lo increíble es que milagrosamente las bombas no explotaron. Los pobladores inmediatamente atribuyeron lo acontecido a una intervención de la Virgen María.
Sin embargo, un experto de artillería realizó un informe en el que declaraba que las bombas estaban diseñadas para explotar por encima de los 500 metros, y como varias personas atestiguaron, el bombardero sobrevolaba la ciudad a una altura de 150 metros.
De todas maneras, los daños fueron realmente poco considerables, tanto que se conservan aún los dos boquetes que dejaron las bombas, sin ser tapados en reformas sucesivas.
También se pueden ver dos de las cuatro bombas, totalmente intactas, muy cerca de la Santa Capilla. Junto a ellas, las banderas hispanoamericanas de Méjico, Haití, Costa Rica, Perú y El Salvador, por ser la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad.