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El debate sobre el aborto ha vuelto a situarse en el primer plano de la política estadounidense.
La disputa sobre la constitucionalidad de la Ley de Texas que prohíbe los abortos desde que se detecta el latido fetal; o de la de Mississippi que prohíbe los abortos después de 15 semanas.
Ambas vuelven a hacer muy intensa la controversia y las premisas expuestas por las feministas. Según dicen, si una o ambas leyes fueran declaradas constitucionales ¿representaría ello un retroceso en los derechos de las mujeres estadounidenses?
Llevamos varias décadas de desarrollo económico y social en las que las personas han organizado sus vidas y han redefinido su papel en la sociedad "confiando en la disponibilidad del aborto en caso de que la anticoncepción falle". Así, parece que su capacidad para participar en la vida económica y social se debe en gran parte a las decisiones reproductivas y al dominio que aparentan tener sobre sus vidas.
Pero ¿es realmente así?
En el interesantísimo artículo publicado en America Magazine los argumentos traídos de La Corte Suprema de los Estados Unidos nunca ha sostenido que las restricciones al aborto violen la cláusula de protección igualitaria de la Constitución.
¿Dar por supuesto?
No obstante, tras un análisis detenido de las dos generaciones de historia del aborto en EEUU, desde las sentencias históricas de Roe v. Wade (1973) hasta Planned Parenthood v. Casey (1992) cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿ha conducido realmente el aborto a una mayor libertad e igualdad en la participación de las mujeres en la vida pública?
La conclusión de estas décadas de desarrollo parte de reconocer una premisa que puede no ser del todo cierta, como es considerar que el aborto supuso de por sí un paso adelante en la libertad e igualdad de las mujeres. ¿En qué sentido?
En primer lugar, el fácil acceso al aborto ha producido un aumento a gran escala y en toda la sociedad en la toma de riesgos por parte de los actores sexuales.
No solamente el respaldo del aborto produce un descenso del uso activo de la anticoncepción; sino que lleva aparejada una falta de compromiso en la pareja y una incapacidad de asumir los deberes parentales en caso de embarazo no deseado.
Es más, parece que no se puede hablar de que los frutos de la legalización del aborto en algo tienen que ver con el hombre, si bien no parecen asumirlos en el mismo plano de igualdad.
Si la decisión acerca del aborto es algo que corresponde solo a las mujeres, es fácil entender que, para los hombres, esto se traducirá en que "el coito será más frecuente"; lo que producirá mayor tasa de abortos y de nacimientos no deseados.
Porque lo cierto es que no todas las mujeres abortan. Pero sigue siendo un tema tabú en la agenda feminista abordar por qué una mujer que decide no abortar acabará teniendo que criar a su hijo sola; la mayoría de las veces con el desentendimiento total del varón responsable y sin apenas apoyo institucional o cobijo cultural de ningún tipo – salvo las soluciones que las más de las veces aporta la Iglesia –.
El aborto ha liberado... a los hombres
En el artículo citado de America Magazine, se citan las premoniciones que en el siglo XVIII tuviera Mary Wollstonecraft. Ella afirmó que el acceso relativamente fácil al aborto ha liberado a los hombres de las responsabilidades mutuas que acompañan al sexo; y, por lo tanto, ha trastocado los deberes de cuidado hacia los hijos que los padres deberían compartir igualmente.
Es claro que el aborto debilita más todavía la relación entre sexualidad y paternidad, pues al faltarle el componente biológico que corresponde a la maternidad – el hombre no puede abortar – y corresponder la elección solo a la madre, el padre siente que su presencia no es determinante salvo en el momento del coito.
Ello no solo no contribuye a una formación del deseo en los varones ligada a la responsabilidad y cuidado los hijos, que en épocas pasadas ya brillaba por su ausencia, sino que consolida la visión del hombre androcéntrica y patriarcal que tanto detestan las feministas.
Con esta dureza lo predijo el Dr. Alan Guttmacher de Planned Parenthood: "el aborto a demanda libera al [hombre] de toda responsabilidad posible, simplemente se convierte en un animal del coito".
Y como el movimiento &Me too ha revelado cientos de veces, "el nuevo ‘animal de coito’, que carece de la educación formativa del deseo que se espera de un aspirante a caballero, no prestará atención a la palabra ‘no’".
Salida "fácil" al problema de la conciliación
En segundo lugar, la revolución sexual que tanto predicó el movimiento de Mayo del 68, unida al control de la población y al amor libre, deja sin contestar una pregunta que el feminismo radical ni siquiera se ha atrevido a formular: cómo mantener la preocupación social por criar y educar a los hijos que hasta ahora había sido una responsabilidad casi exclusiva de sus madres; y hacerlo sin que ello afecte al modelo de relaciones sociales y laborales cuya vigencia y continuidad parece ser el interés de toda la sociedad.
La nueva cultura que va imponiendo poco a poco el aborto de que el sexo no tiene consecuencias y no conlleva responsabilidades, deja a las mujeres solas en sus embarazos con una única decisión: o abortar o criar solas a sus hijos.
Esto supone dar continuidad al machismo, a una mayor desigualdad entre hombres y mujeres que simplemente ha tratado de poner sobre la mesa una salida fácil para evitar el enfrentamiento con la verdadera dificultad: cómo conseguir que las mujeres se incorporen al mercado laboral sin la renuncia implícita a la maternidad y al trabajo dedicado a su cuidado y protección.
En este sentido, quizás sea hora de reconocer que a quien más ha beneficiado el aborto es al capitalismo feroz, para quien el derecho a abortar por parte de las mujeres no ha cambiado su forma de participar en la vida económica y social.
Según la profesora de Derecho Deborah Dinner: "El discurso de la elección reproductiva continúa legitimando las estructuras laborales modeladas en el ideal masculino [sin responsabilidades de cuidado], así como las políticas sociales que brindan un apoyo público inadecuado a las familias".
Presión para que abortes
Y es que para las familias sigue siendo un problema que genera mucha angustia organizar sus obligaciones familiares haciéndolas compatibles con las profesionales, algo que se vive como un latente olvido de la posibilidad de crecer en lo profesional si no es a costa de la renuncia a un proyecto de vida familiar.
No solo se pospone la decisión de tener hijos, sino que el miedo a ser despedida por estar embarazada es secundario respecto a la fácil decisión trasladada al trabajador (en este caso trabajadora): puedes abortar.
Solo si abortas podrás desarrollarte en lo académico, en lo profesional, aunque para ello tengas que sacrificar el fruto de tus entrañas, que ni siquiera es un sacrificio desde el punto de vista profesional, sino un avance. Solo tú sufrirás las consecuencias de una decisión individual, que nunca tendrá efectos en tu vida económica y social, sino tan solo en la intimidad de tu conciencia.
Es cierto, como defiende la autora del artículo citado, The feminist revolution has stalled, que el equilibrio entre trabajo y familia sigue siendo un tema de la máxima urgencia, pues es la condición de la mujer como madre, y no solo su condición de mujer, lo que sigue causando las mayores desigualdades y trastornos en el mundo social y laboral.
La revolución feminista que no resuelve los problemas de la mujer
De nuevo nos hemos vendido a un modelo mercantilista donde la incorporación de la mujer al mundo del trabajo se ha llevado a cabo – con gran aceptación de las empresas y de la sociedad – sin el correlato del trabajo en el hogar que corresponde a madres y padres conjuntamente.
Si la revolución feminista se ha estancado es porque con demasiada ingenuidad cierra los ojos ante un hecho evidente y lamentable: que la sociedad nos deja, de nuevo, solas ante decisiones que destruyen nuestras vidas, sin más compañía que la de nuestro abismo interior, que es solo nuestro pero que a todos los agentes sociales y empresariales bien que les viene.
Qué fácil es liberarse de la culpa para quienes creyendo hacernos más libres, nos encadenan más a sus espurias exigencias: las de un mundo productivo en el que valemos solo lo que producimos, aunque para ello haya que arrancarse lo que damos al mundo desde de nuestras entrañas.
Ojalá en Europa, en España, el debate sobre el aborto reabra el más urgente todavía: el de la necesaria relación entre trabajo y familia; pues tiene que ser posible encontrar caminos transitables, donde excluir la vida no sea el precio a pagar por la servidumbre desproporcionada a un sistema económico que nos ha vuelto ciegos.