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Un dicho popular reza que hay quien nace con una estrella en la frente, mientras que otros nacen estrellados. Es decir, con la suerte y la fortuna de su lado, mientras que a otros les salen muy mal las cosas.
Arthur Schopenhauer, en “Parerga y Paralipomena” señalaba que somos como fáciles víctimas del cazador que va tras su presa, y el escogido acaba siendo objeto de todo tipo de calamidades, como si el destino te eligiera para que padecieras de enfermedades, pobreza, accidentes, persecuciones, la muerte inesperada de seres queridos y en fin tantas cosas más que, de plano, se vive en una especie de fatalismo.
Es como si la mente de los que sufren no tuviera la posibilidad de mirar las alegrías y gozos de la vida, para al menos compensar ese lado oscuro y trágico que los acompaña.
Cuando estás atrapado en el oscuro pozo de la vida, no encuentras la salida y sientes la impotencia y la pérdida del sentido por seguir luchando, para lograr escapar de ella algún día. Es tal la amargura y las emociones negativas que nunca crees que podrás hacer algo para disfrutar la otra cara de la moneda.
Pero la naturaleza humana es sabia y dentro de todo este drama, surge el consuelo de la luz que ilumina el negro sendero del pesimismo, que a veces no parece tener fin.
La tragedia no dura siempre
Cualquier tragedia también tiene su final, no dura para siempre, como la misma naturaleza nos enseña que existen ciclos, temporales, épocas de frío o de calor, de lluvias o de sequías, de 7 años de vacas gordas y de 7 años de vacas flacas.
El simple hecho de reconectarnos a nuestra propia naturaleza, a la propia dignidad y así reconstruir el valor de nuestra vida, es el inicio de volvernos a sentir bendecidos por el aire que respiramos, por el sol que nos calienta, por el agua que nos refresca. Es mirar los bosques, las montañas, los valles, mares y cascadas. Es gozar de nuevo la magnánima creación y con ello recuperar la sensación de gusto y alegría por vivir y gozar de tanta belleza y esplendor.
Una experiencia así, tan simple y directa con el entorno, es más que suficiente para disminuir las tensiones y aumentar la vitalidad de nuestro sistema inmunológico y reducir la fatiga mental, para dejar de ver sólo lo negro de la vida y recuperar la maravilla de la contemplación.
Por dónde empezar
Así que, cuando estás sumergido en un fatalismo, empeñado en sufrir, basta que inicies una excursión a la montaña más cercana o vayas a visitar la playa y a mirar el vaivén de las olas y el horizonte de altamar. Volver a sentir el aire acariciar tu rostro, estremecerte ante los poderosos rayos en una tormenta o mirar el espacio infinito en una noche estrellada.
Podemos tener la mente encerrada en las amarguras, pero al disfrutar tan exquisitos panoramas, se reabre nuestro corazón al palpitar con la vida misma.
Es cuestión de generar una experiencia que nos saque del brutal ensimismamiento que nos ocasiona el sufrimiento interno. Salir a explorar la sencillez y belleza del mundo creado.
Es salir más allá del fatalismo de la propia prisión y encontrarnos con la otredad. Hallar la alegría de lo simple y llano, pero muy eficaz y encantador.
La alegría no son sólo carcajadas o detalles simpáticos de un niño. Mucho menos unas bebidas en un bar o el jolgorio de una fiesta. La verdadera alegría tiene que ver con la forma en que hemos de modificar nuestra forma de vivir las experiencias diarias. Tiene que ver con cambiar la actitud, para retomar las nuevas páginas del libro, con más simpleza y sencillez mundana.
Tal y como muchos poetas lo han descrito en sus versos, ponderando la belleza de lo cotidiano y fresco de una caricia o de una flor.
Es un retorno a vivir con la mística de lo inmediato, de lo espontáneo; y dejar atrás las complejas expectativas que nos hemos impuesto y nos han llevado a vivir frustrados o enojados por no haberlas conseguido.
Abrir los ojos al mundo exterior
Es despertar de nuevo a la sensibilidad de lo que no tiene ni precio ni costo alguno, es gratuito. Nada se tiene que hacer, más que sólo abrir los sentidos a ese maravilloso mundo exterior. Salir así de la oscura cueva, en la que se ha vivido con todo tipo de fantasmas y crueles verdugos.
La alegría del momento, de lo presente, de lo que sí tienes. Y ya dejarse así de atormentar por lo que se carece o aún no se ha logrado. Es encontrar ese gozo en lo más evidente e inminente que es lo que tenemos a la mano, muchas veces en los brazos de tus seres más queridos, de los que quizás te has alejado por insistir en atormentarte con tus tragedias y desmayos.
Despídete del sufrimiento y empieza por alegrarte de lo que tienes, gozando de toda la belleza de lo creado.