Hace un par de semanas, al terminar una sesión con matrimonios en una parroquia, se me acercó una joven pareja: “María, queremos darte las gracias por decir que, desde que nos casamos, somos una familia. Es que no podemos tener hijos y casi nadie tiene en cuenta nuestra situación cuando se habla de matrimonio y familia”.
Una vez hecha esta lista, las preguntas cambian: ¿os casaríais si no pudierais tener …? Y se van eliminando los elementos de la lista, uno tras otro. Todas las parejas contestan que sí se casarían, a pesar de no poder tener vestido, fotos, invitados… Hay que tener en cuenta que el vídeo es anterior a la pandemia, y muchas parejas de novios se han encontrado viviendo estas circunstancias en los últimos dos años. Es decir, que me parece que son preguntas que uno debe plantearse: ¿me casaría, aunque no pudiera tener lo que suele acompañar a la boda?
La última pregunta no estaba en la lista de imprescindibles, y es también una pregunta que los novios deben plantearse antes de darse el “sí, quiero”: “si supieras que tu pareja no puede tener hijos, ¿te casarías?”. Aquí las respuestas no son tan rápidas; se ve algún momento de silencio, incluso alguna lágrima al pensar en esa posibilidad, pero finalmente todos responden “sí, me casaría” porque, como dice uno de ellos, “quiero a la persona y quiero pasar con ella el resto de mi vida, haciendo frente a lo que venga”. Es una cuestión importante porque no solemos pensar en la posibilidad de que los hijos, deseados, no vengan. Y cada vez son más frecuentes las personas que se dirigen a mí para hablarme de su dolor por no poder tener hijos. Un sufrimiento aumentado por la incomprensión de su entorno, y hablo de ambientes declaradamente católicos.
Sin apoyo
De hecho, los jóvenes esposos a los que me refiero me confiaron que, a su tristeza al recibir la noticia de que no tendrían hijos, se une su abatimiento por no encontrar apoyo en las personas más cercanas, que les insisten en acudir a cualquier opción con tal de tener un hijo. Lo que ellos necesitaban es acogida y soporte para aceptar la realidad: no tendremos hijos; y para elaborar el necesario duelo sobre sus planes de formar una familia amplia.
Lo que desde luego no esperaban es que sus padres y amigos no sólo no les muestren comprensión y apoyo para pasar este momento de crisis, sino que además no respalden, y ni siquiera respeten, su decisión (coherente en católicos practicantes) de aceptar la voluntad de Dios para su matrimonio y renunciar al matrimonio que les gustaría para llegar a ser el matrimonio que Dios quiere, que en este caso pasa por no obtener un hijo a toda costa.
Los hijos son un don y no un derecho
Y es que estos esposos tienen claro que los hijos son un don y no un derecho. Y que el origen del hijo, para respetar la dignidad que le corresponde como ser humano, debe ser un acto de amor y no producto de una manipulación técnica que sustituya la unión amorosa de sus padres. Esto es parte de la enseñanza de la Iglesia: que la unión conyugal tiene dos aspectos inseparables -unitivo (expresarse el amor mutuo) y fecundo (abrirse a la vida)-, que son consecuencia del amor matrimonial, “me doy del todo a ti con toda mi persona (incluyendo mi potencial capacidad generativa) y te recibo del todo a ti”. Por eso es contrario a esta inseparabilidad tanto la contracepción (que elimina la fecundidad) como la paternidad que no sea mediante la unión conyugal, sino que implique la intervención de un tercero (vientres de alquiler, inseminación…).
A esta joven pareja que me agradecía afirmar que desde que se casaron formaron su propia familia, soy yo quien les da las gracias. Porque, sufriendo la incomprensión de quienes tal vez les señalan como egoístas por no tener hijos (cómo caemos en juzgar sin conocer lo que los demás están viviendo), o la de quienes no respetan que no acudan a lo que va en contra de su conciencia, son testimonio de la verdad sobre el amor conyugal y sobre la dignidad de la persona y de los hijos. En definitiva, mártires (testigos) en su seguimiento y aceptación de la voluntad de Dios.