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1492 marcó un antes y un después en la historia del mundo. Muchos fueron los acontecimientos que se sucedieron aquel año, uno de los más importantes, la llegada de los españoles a tierras americanas.
La expedición de Cristóbal Colón iniciaba un inexorable camino de colonización y transformación cultural entre las poblaciones del llamado Nuevo Continente.
Ya desde los primeros viajes colombinos, se registró la presencia de mujeres en las naves que atravesaron el océano para iniciar al otro lado del mundo una nueva vida. Una de aquellas primeras mujeres pasaría a la historia por su importante labor como maestra.
Viaje desde Sanlúcar de Barrameda
Se llamaba Catalina Bustamante y es más que probable que perteneciera a una familia de alta posición social pues había recibido una amplia formación humanista, dominando entre otros, el latín y el griego.
Tendría unos veinticuatro años cuando se subió a un barco que, desde Sanlúcar de Barrameda puso rumbo a las Indias Occidentales el 5 de mayo de 1514. Con ella viajaban su marido, Pedro Tinoco, sus dos hijas, María y Francisca y sus cuñadas María y Juana. La travesía se alargó hasta unos seis meses, llegando a Santo Domingo, entonces capital de La Española, la primera ciudad que fundara Bartolomé Colón en tierras americanas.
Es probable que allí Catalina y su familia conocieran a Fray Bartolomé de las Casas, un hombre que se volcó en la protección de los indígenas contra los abusos de algunos españoles afincados en América. No sabemos en calidad de qué viajó Catalina hasta el Nuevo Mundo pero ya en aquella primera etapa, su amplia formación pudo ser útil para empezar a ejercer como maestra de las mujeres pertenecientes a las élites de la isla.
Se ganó el respeto de todas las autoridades
Tras unos años de silencio, Catalina Bustamante aparece de nuevo documentada, esta vez en el Virreinato de Nueva España, en la actual México. Allí pronto se ganó el respeto de las autoridades religiosas. Catalina, que además de erudita pertenecía a la Orden Tercera de San Francisco, recibió la propuesta de manos del fraile y primer obispo de México, Juan de Zumárraga, de dirigir en Texcoco un colegio para niñas. Zumárraga no dudó en escoger a esta terciaria a la que elogió por ser “honrada, honesta, virtuosa, de muy buen ejemplo”.
El proyecto encomendado a Catalina pronto se convirtió en realidad. Las niñas recibían formación religiosa y aprendieron las costumbres y la lengua españolas. Catalina y el grupo de mujeres que eligió como maestras del centro, insistieron en enseñar a las niñas indígenas la importancia de su propia identidad como seres humanos, para contrarrestar las costumbres de poligamia y de venta de jóvenes como si fueran mercancía.
En los primeros años como directora y maestra, Catalina Bustamante demostró un gran carisma y personalidad. Virtudes que fueron puestas a prueba cuando no se quedó de brazos cruzados ante el atropello sufrido por dos de sus alumnas indígenas. En mayo de 1529, un grupo de indios al servicio de Juan Peláez, alcalde entonces de Oxaca, secuestró a la hija de un cacique llamada Inesica y a su criada.
Liberación de las niñas
Catalina denunció el hecho e intentó por todos los medios liberar a las niñas, pero las autoridades virreinales no se lo pusieron nada fácil, pues estaban del lado de Peláez. Lejos de rendirse, consiguió con el apoyo de Zumárraga, hacer llegar a España una carta dirigida al emperador Carlos V.
Este se encontraba de viaje por Europa por lo que fue Isabel, su esposa y regente entonces en España, quien leyó la misiva y al momento sintió que debía hacer alguna cosa. A través de una real cédula, la emperatriz exigía protección para las maestras.
En otra carta, advertía de que en caso de verse “quebrantados sus privilegios e inmunidades”, los culpables serían condenados a pagar una multa de diez mil maravedíes, dinero que recibiría la escuela de Catalina. Además de intentar terminar con lo abusos, Isabel de Portugal inició la búsqueda de nuevas maestras en España que pudieran ayudar en la educación religiosa y formal en tierras coloniales. Las elegidas atravesaron el océano protegidas y avaladas por la emperatriz, que sufragó todos los gastos del viaje.
Años después, en 1535, las cosas no parecían haber mejorado y Catalina decidió presentarse ella misma ante la soberana para pedir ayuda con el envío de más maestras. La respuesta afirmativa de la reina supuso la elección de tres mujeres más, terciarias, que regresaron con Catalina a América.
Una generación de maestras
Su incansable labor terminó dando sus frutos, forjando una generación de maestras que enseñaron en distintos colegios que se fueron abriendo en Nueva España. La terrible peste de 1545 terminó sin embargo con su magnífico proyecto, además de con su propia vida y la de muchas de sus compañeras.
En la ciudad de Texcoco no se han olvidado de ella. Una hermosa estatua en la que aparece escribiendo con una pluma, la recuerda como “Maestra Catalina de Bustamante, primera educadora de América”.