La gesta de Rafael Nadal en el Open de Australia no ha pasado desapercibida para nadie. Lo que para cualquier periódico deportivo, noticiario de televisión o portal de internet de deportes, era normal -abrir sus portadas o encabezados con fotos y frases sobre la hazaña del tenista español- se convirtió en excepcional al darse también en periódicos de política, economía o cualquier medio que no fuera propiamente deportivo. Los medios no deportivos también tenían entre sus titulares más visibles la victoria asombrosa del manacorí.
La gesta de Nadal hizo que el mundo entero, incluso el no deportivo, pusiera los ojos en él. Más allá de récords y números sobre campeonatos ganados, más allá de que fuera el tenis como tal, y más allá de que fuera un campeonato de fama internacional, algo sucedió en esa pista durante cinco horas y media, que hizo que los ojos de todo el mundo -deportistas o no, aficionados al tenis o no- se posaran asombrados en lo que había pasado.
Si gesta y gestar es la acción de generar algo nuevo, cabe decir que lo nuevo que estaban mirando todos estos espectadores y los lectores del día después, era el modo en que Rafael Nadal estaba haciendo algo. Fijarse en Nadal era ver los gestos de su gesta. De hecho, eso es lo que han destacado todos los que le conocen -rivales o compañeros- sobre ese día: su fuerza mental, su temple, su sacrificio, su capacidad de sufrimiento continuado. Cada raquetazo o carrera era un movimiento lleno de un significado (un gesto), y cada gesto imprimía una huella en un camino nuevo. La gesta de Nadal se hacía visible, punto a punto, en su gestualidad.
Sin embargo, su victoria también ha sido un gesto sobre uno de los grandes interrogantes de nuestro tiempo. Puede ayudarnos a comprender el mundo que vivimos en dos ideas básicas.
La primera, basada en datos y hechos, responde y previene en parte sobre lo que en nuestro mundo está pasando con la tecnología. La organización del Open Australia había contratado los servicios de Game Insight Group, una firma india que se dedica a la Inteligencia Artificial, los algoritmos y el cálculo de estadísticas para dar predicciones. Se trata de hacer un cálculo con los famoso big data que permita dar una predicción plausible de lo que va a suceder después.
Al inicio del enfrentamiento, GIG (Game Insight Group) había dado a Nadal un 36% de victoria. Como todos los algoritmos, cuantos más datos recaba, más ajustada será su predicción y mayores probabilidades habrá de que suceda en la realidad lo que el programa predice. Si, por ejemplo, un ciudadano vota a un partido político una vez, el programa no podrá predecir qué votará en las siguientes elecciones. Pero si el mismo ciudadano ha votado 15 veces al mismo partido es muy obvio que el programa predecirá que en la número 16, ese ciudadano votará al mismo partido que votó en las 15 anteriores. Algo así sucedía con el partido Nadal- Medvedev.
A mitad de partido (aunque ni los espectadores ni la máquina sabían todavía que estaban a la mitad del mismo), Nadal había perdido lo dos primeros sets, y en el tercero empezaba perdiendo un juego a cero. El programa no calculaba solo que Nadal iba perdiendo (se introducen variables en golpes, edad, estado físico, tipo de pista, las veces que han jugado esos dos jugadores, etc.), pero precisamente porque había perdido tanto tantas veces en el rato pasado de ese partido, y porque empezaba perdiendo el tercer set, el programa dio una cifra que todos los espectadores pudieron ver:
Porcentaje y posibilidad de victoria de Medvedev: 96%.
Porcentaje y posibilidad de victoria de Rafa Nadal: 4%.
El resto es historia.
Pero la gesta de Nadal pone sobre aviso -casi alertando- el modo en que esta nueva computación opera. Se nos dice que estos algoritmos predicen comportamientos y que esa misma predicción de futuro nos ayuda a vivir el presente. Pero ambas tesis son, cuanto menos, cuestionables.
En primer lugar, dichos algoritmos se basan en una tesis que no encaja con lo humano y los gestos que hacemos: si te comportas de una forma en el pasado has de comportarte así en el futuro. Dicho así, pero no hay otra forma de decirlo, los algoritmos no predicen nada, sino que buscan que se repita el pasado una y otra vez en el futuro. Su idea de futuro es la de un pasado encasillado y determinado.
¿Dónde queda la libertad?
Pero, en segundo lugar, es engañosa la idea de que una predicción de semejante calado ayude al ser humano. Porque le dice que ha de hacer lo que ya ha hecho, dejando poco o ningún espacio a la libertad. Los espacios de libertad son precisamente los gestos más humanos: el perdón, la promesa incondicional, la generosidad, la derrota valiente, la audacia…. Es decir, todos aquellos gestos que gestan gestas en la historia. Más aún: gestos que no son deducibles por el pasado, porque se originan en la pura libertad. Tal y como hizo Nadal en el Open de Australia. Hombres y mujeres de toda condición, aficionados o no al tenis, o sedentarios de sillón o deportistas consumados, todos, vieron en Nadal lo humano. Todos, menos el algoritmo de Game Insight Group.
Son esos hitos que despuntan a los que miramos asombrados. Son las excepciones las que nos marcan el camino, no porque sean disruptivas y agresivas, sino porque son, como su raíz indica, excepcionales, dignas de admiración y los lugares de lo que consideramos lo mejor de nosotros mismos. Un algoritmo basado en lo mecánico no puede saber qué es lo excepcional, siendo, si se entiende lo que estoy queriendo decir, que lo excepcional es lo humano en tanto que lo mejor y lo más propio en cuanto excepcional.
En ese sentido, el gesto revela una espiritualidad porque no puede ser reducido a mero dato o a mero hecho. Todo gesto es como la raqueta de Nadal: un movimiento con significado.
No podemos reducir los gestos con datos mecánicos: ángulo de la raqueta, profundidad de la pelota, altura sobre la red, movimiento de la cadera. Uno puede describir un abrazo con datos fisiológicos, pero la descripción anatómico-fisiológica de un abrazo no explica qué es un abrazo, no ofrece su significado. Los gestos hacen algo en el mundo, y los distinguimos muy bien de la mera palabrería o de las acciones repetitivas. Tener un gesto con alguien es darle invitación, cobijo. Tener un mal gesto es separar, discutir, cerrar.
Decir todo esto es lo mismo que decir hay una espiritualidad natural en el mundo. Y esta es nuestra segunda idea. Cuando a Nadal le preguntaron en la rueda de prensa -en inglés y en español- cómo creía él que lo había conseguido, no respondió con curvaturas de la pelota, efectos, saques a 200 km por hora. Antes bien, respondía con “espíritu de sacrificio”, “un equipo de personas correcto”, “trabajo duro”, “recuerdos del pasado de mi derrotas”… Y esa es la segunda idea que trae a colación el ejemplo de humanidad de Nadal. La espiritualidad carnal del mundo se basa en lo corporal hecho de una forma que trasciende el mero dato.
Si el dato del algoritmo se quedaba corto, las respuestas de Nadal adivinan y ponen sobre la pista que el mundo no es puro hecho material, sino que hay que hacer gestos con él: imprimir un significado que trascienda lo que nos vaticinan como malo.
El dato predictivo ante enfermos moribundos y malolientes sería que nos alejáramos de ellos, pero nosotros los cuidamos. El dato predictivo sobre una persona de carácter difícil sería que no querríamos nada con él, pero nosotros somos capaces de ser pacientes. Y el dato de un jugador que solo tiene un 4% de victoria sería dar por perdido un partido… Algo similar decimos los cristianos cuando entendemos que es la carne y el cuerpo lo que nos define. Es decir, que nuestro espíritu no es un alma que sobrevuela lo terrenal sino un cuerpo con significado, es decir, un gesto al mundo, un gesto que solo el mundo no se espera.