Se acerca el metaverso de Zuckerberg, se acerca un nuevo mundo que, separado del mundo real, nos va a pasear, a través de un avatar, por un mundo digital en el que relacionarnos, comprar y no se sabe cuántas cosas más. Esta, y otras propuestas semejantes, nos hablan de realidad inmersiva, de la realidad aumentada, de la meta-realidad. Siempre más allá de la realidad de cada día. En algunos temas será útil (medicina, movilidad, etc.), en otros será pura industria del ocio y publicidad. Es muy metafórico ver a esos nuevos usuarios con unas gafas tapadas, cegados ante la realidad cotidiana.
-No sea tan radical, cronista. Será solo un rato. ¡No van a ir por el mundo con los ojos vendados!
-Ya lo veo. Hablaba de una metáfora. Pensaba en el regreso a Matrix o la caverna de Platón.
Vamos a empezar a enfocar este tema desde la perspectiva del negocio que va a generar el metaverso de Mark Zuckerberg. Es un capítulo más de la búsqueda desaforada de beneficios donde nos engullen para meternos permanentemente en los grandes almacenes, aunque estemos en casa. Siempre volcados hacia el mercado (del barrio o global). ¿Y dónde está la realidad de siempre? Parece ser que la realidad de siempre no es tan monetizable, no se puede convertir tan fácilmente en beneficios. Ya lleva años el móvil inteligente (smartphone) pegándonos tirones para saltar desde su pantalla al gran bazar, al gran zoco planetario. Ahora, el metaverso Zuckerberg se nos traga textualmente para convertirlo todo, también a nuestros amigos, en mercancía.
-Pero estarán con los amigos, se pasearán por las tiendas y tendrán experiencias de arte, naturaleza y cultura alucinantes.
-¡Y tan alucinantes! De eso me quejo: el metaverso es una nueva vuelta de tuerca para devaluar la realidad de cada día y empujar hacia la juerga digital: tan brillante, deslumbrante, innovadora. "Alucinar" para la Real Academia Española significa: “Ofuscar, seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra”. Luego regresaremos a casa y todo nos parecerá aburrido.
Creo que hay que resistirse inteligentemente a esta espiral del escamoteo de la realidad donde nos machacan cada día con nuevos estilos de diversión (o quizá de dispersión). Porque además la realidad puede ser muy divertida y barata. Sin embargo, a golpe de descarga de dopamina, nos convierten en autómatas y solo nos queda obedecer. Y encima les regalamos nuestra vida, información y perfil para estar más controlados.
Apreciar el valor de la libertad y la realidad
¿Dónde quedará en el futuro la libertad de andar por ahí a tomar una cerveza real con los amigos en una terraza en la que la brisa de la primavera acaricia nuestras caras y en la que las risas resuenan detrás de nuestras miradas auténticamente humanas y no de muñecos (perdón, de avatares)? De nuevo más metáforas: títeres, marionetas movidas por hilos ajenos. ¿Seguro que es lo que nos interesa? ¿Eso educa a los menores o los deseduca? O no permite educarlos nunca. ¿Eso nos humaniza a menores y mayores o quizá nos animaliza a golpe de placeres, deseos, siempre aumentados? Disfrutar es fundamental, pero con prudencia y apreciando el tesoro de la realidad.
¡Enamorémonos de la Realidad! Ahora voy a poner esta palabra en mayúscula pues la quiero reivindicar en sentido fuerte. Paladeemos la Realidad con calma, en cuatro dimensiones transitables, palpables, con nuestra propia carne: manos, pies, mirada, oídos. Reivindiquemos la mano que aprieta nuestro brazo, golpea suavemente nuestra espalda, para darnos ánimos. Paseemos por el bosque que nos ofrece una lluvia de nutrientes sanadores en lo que se denomina baños de bosque. O bañémonos en la playa. O escuchemos la Realidad desde el silencio, quietos, sí, muy quietos, contemplando un paisaje que si es urbano también vale. Desde el balcón de casa, saboreando los olores del barrio (los de la pastelería) o mirando el horizonte sin hacer nada. Bajemos a la calle y vayamos a la Plaza Mayor a ver a los amigos que siempre están en el casino a estas horas. Sin prisas, sin estrés, sin excesos de cortisol en la sangre. Y antes de llegar a la plaza compremos esa barra de pan crujiente.
-Pero qué poco moderno, qué vida tan pueblerina. ¡Con todo lo que hay que ver!
-Pues ese mundo de realidades paralelas no me interesa tanto como la Realidad de las arrugas de mi abuela que cuenta unas historias maravillosas.
¡Por favor, oligopolios de lo digital, no me escamoteen la Realidad! O no compitan con la Realidad. Reivindiquemos la realidad sutilísima de lo más pequeño, usual, sencillo. Mi sobrina con tanto mirar tantas realidades cosmopolitas, glamurosas, se está perdiendo lo mejor de la Realidad de sus amigos a los que ahora no ve. Y los teme pues ha perdido habilidades sociales. No sabe relacionarse con ellos. La envidia (pobre, tiene 15 años) la corroe: y se ve a sí misma gorda. Y se ve pequeña, patito feo, rodeada de esbeltas princesas retocadas (¡tan falsas!) en las fotos de las redes sociales. No me hablen de los campos de fútbol vacíos porque ya sé dónde están todos esos chicos y chicas: en el metaverso de los juegos on line. O apostando adictivamente el dinero que no tienen. O perdiendo su capacidad de amar y entregarse atrapados por la pornografía más irreal.
Deberíamos enseñar en la escuela una asignatura: Conocer la realidad tal cual es. Y, tras apartar unas cuantas tabletas, explicar que existen las excursiones, los abuelos, el teatro o la lectura. Llegará el día que determinados maestros y profesores enseñarán a sus alumnos a andar por ahí desconectados, mirando hacia arriba, hacia la izquierda y hacia la derecha. Y empezarán a oír hablar por primera vez de zoológicos, de practicar básquet o teatro amateur para los adolescentes con más años. Y deberemos enseñar a los estudiantes y a los amigos qué es la amistad de verdad. No esa amistad de pacotilla del metaverso. Amistad de risas y asperezas también pues en la Realidad exige ponerse al día. Realidad de proyectos reales, de estudio, de esfuerzo, de formar una familia.
-Déjeles que se diviertan. Es usted un poco cenizo, cronista.
-Es que no se divierten tanto como se divertirían y aprenderían en la Realidad: en viajes, aprendiendo a comer los más jugosos manjares (no solo fast-food); o tocando la guitarra y cantando tal como los jóvenes de antaño. No se divierten tanto como usted cree. Y algunos sufren y muchos se llenan de ansiedad. O acaban adictos.
¡Enamórate de la Realidad! No le des tregua. Asalta la Realidad: que es inagotable en matices, en preguntas, en experiencias de verdad. Quizá la Realidad con mayúscula sea la verdad. La verdad que nos habla de tantos dones recibidos, de la inmensidad de regalos que descubrimos cada día. Algunos muy exigentes. Quizá, si seguimos el camino de esa Realidad-don encontremos la respuesta a preguntas muy serias. Está claro que si llevamos siempre puestas las gafas cegadoras de la realidad inmersiva nos vamos a perder lo mejor. De entrada, la paz de ir a otro ritmo. La alegría de andar en verdad. Probablemente sufriremos, pero quizá descubriremos por qué sufrimos. Si nos escondemos en el metaverso digital quizá nuestras vidas serán absurdas. ¡Salgamos a la Realidad!, fuente de alegría y de sentido aun en el sufrimiento y en la fragilidad. Más aún: enamorémonos de la Realidad y sus exigencias pues es fácil que terminemos conociendo a Dios.