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A principios del siglo XX, España vivía un amplio movimiento de reivindicación de derechos de las mujeres desde distintos ámbitos de la sociedad. Las mujeres católicas no se quedaron al margen de esta lucha y tuvieron un importante papel como abanderadas de la igualdad.
A pesar de que muchas veces se ha ignorado o menospreciado el papel de este feminismo católico, lo cierto es que fueron muchas las mujeres que quisieron demostrar que tener fe no estaba reñido con querer reivindicar unos derechos que creían legítimos.
La figura de Carmen Cuesta resume a la perfección la lucha de muchas mujeres anónimas que sin renunciar a sus creencias, trabajaron toda su vida para mejorar la condición de las mujeres en la sociedad.
Para una niña como Carmen Cuesta del Muro, nacida a finales del siglo XIX, poder estudiar dependía mucho de las circunstancia personales. Carmen llegó al mundo en agosto de 1890, en el seno de una familia católica afincada en Palencia.
Su padre, un médico llamado Nicomedes Cuesta, formó una extensa familia con su esposa, Jacinta del Muro, hasta catorce hijos, de los cuales seis no llegaron a la edad adulta. La familia Cuesta dio a todos sus hijos, incluida Carmen, una buena educación y un modelo de vida basado en la fe católica.
En 1912, Carmen continuó con sus estudios en Madrid, donde ingresó en la Escuela Superior de Magisterio. En dos años ya se encontraba ejerciendo como maestra de pedagogía en la Escuela Normal de Teruel. Fue en esta época que empezó a conocer la obra del Padre Poveda, un sacerdote muy preocupado por la necesidad de mejorar la educación de las mujeres en España.
En septiembre de 1918, tras cuatro años ejerciendo en Teruel, decidió regresar a la capital con la ilusión de formar parte del proyecto educativo del Padre Poveda, como directora de la Residencia Universitaria Femenina abierta a instancias de la Institución Teresiana. La residencia tenía la misma función que la creada por María de Maeztu, conocida como la Residencia de Señoritas. Ambas abrieron sus puertas para alojar a las jóvenes que acudían a la capital a iniciar sus estudios universitarios. Además de ser un lugar en el que vivir, en estos centros se organizaban veladas culturales, conferencias y conciertos, visitas a museos o excursiones al campo. Lo único que las diferenciaba era el espíritu católico de una y la esencia laica de la otra.
Carmen Cuesta y María de Maeztu se respetaron mutuamente y de hecho, ambas coincidieron como miembros de la Asamblea Nacional durante la Dictadura de Primo de Rivera. Esta asamblea era un órgano consultivo sin ningún poder decisorio pero fue la primera vez en la historia de España que las mujeres tuvieron una presencia clara en las instituciones políticas. Carmen Cuesta asumió la Secretaría de Educación e Instrucción desde la que trabajó para insistir en la necesidad de mejorar la educación de las mujeres en España. Como miembro de la Asamblea, puso también sobre la mesa la importancia de revisar el Código Penal, en el que “se hace de la mujer objeto de un desprecio y de una desconsideración verdaderamente extraordinaria”.
En los años veinte impulsó junto a otras mujeres la expansión de Acción Católica de la Mujer, que se había constituido formalmente en 1919. A través de ACM, Carmen y el resto de mujeres que se unieron, trabajaron para impulsar un feminismo católico en la sociedad española, reclamando mejoras educativas, sociales y legales así como el derecho al voto.
En 1928 se convertía en la primera mujer en obtener un doctorado por la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. En esa etapa de estudio y labor incansable, Carmen Cuesta no solo viajó por toda la geografía española para dar a conocer sus ideas feministas y sus proyectos educativos para las mujeres. También se embarcó rumbo a Hispanoamérica donde a lo largo de dos décadas impulsó instituciones educativas de base católica, basándose en el modelo de la Institución Teresiana, en distintos países. Entre todos sus proyectos destacan las Residencia Universitarias de Santiago de Chile o la fundación de una Escuela Normal Rural para indígenas en Bolivia.
A lo largo de su vida, Carmen Cuesta dio infinidad de conferencias, pensamientos que se plasmaron en un gran número de obras, algunas aún inéditas. Uno de sus primeros libros fue La vida y el obrero, publicado en 1918, en el que se incluían las conferencias que había dado en el Centro Obrero de Damas Catequistas. En La mujer y el derecho recopiló una serie de artículos escritos durante los años 1932 y 1933. Otras de sus obras son Ecuación de la filosofía y la pedagogía y Educación Universitaria. Tres etapas de un proyecto inédito.
La labor de Carmen Cuesta fue inmensa a ambos lados del Atlántico. Realizó conferencias, puso en marcha proyectos educativos, entabló alianzas con asociaciones de distintos países y dejó en todos ellos su impronta incomparable. En palabras de Miguel de Santiago Rodríguez, fue “una de las mujeres más relevantes de la historia de España en la primera mitad del siglo XX y de la historia de la educación en Hispanoamérica”.
Carmen Cuesta del Muro defendió toda su vida sus ideales, enfrentando aquellas voces antirreligiosas que se empeñaban en negar la posibilidad de que la fe pudiera ir de la mano de la modernidad. El 27 de julio de 1968, un trágico incendio en la Institución Teresiana de Madrid en la que, ya anciana, se había retirado a vivir sus últimos días, terminó con su vida. Mientras algunas residentes intentaban ayudarla, oyeron sus últimas palabras antes de morir, estaba rezando el Padrenuestro.
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