— Durante años pensé que la vida era una fiesta en la que había que estar necesariamente muy feliz, por lo que siempre tenía un plan para pasarla, según yo, en grande: en una fiesta, cierto evento interesante, algún viaje, y más; tratando de vivir más aprisa… —contaba en consulta un varón de mediana edad, con evidente depresión.
Mas siempre he sentido un vacío en mi interior, algo así, como soledad. Lo que no logro entender es por qué es así, cuando convivo de muchas formas, con tantas personas.
—¿Qué sucede cuando no se divierte o entretiene de algún modo? —le pregunté.
—Me doy cuenta de que solo he buscado distraerme.
Eso me recuerda a mi padre cuando lo acompañaba al fútbol. Gritaba enardecido saltando del asiento cuando su equipo anotaba un gol. Si este ganaba, salía del estadio pletórico de entusiasmo y alegría departiendo y festejando con propios y extraños. Así se comportaba en otras situaciones parecidas. Sin embargo, en lo ordinario era un hombre triste y solitario.
—¿Cómo es su vida de fe? —lo sorprendí con la pregunta.
—Bueno, la verdad es un aspecto de mi vida más bien gris —contestó arrugando el entrecejo.
—Le propongo un ejercicio de la imaginación:
Supongamos que al igual que Robinson Crusoe, usted es un náufrago que se encuentra en una isla deshabitada, tiene que comer y que beber, pero está completamente solo. Habla con los animales, el sol, la luna, las olas del mar… con muchas cosas inanimadas que, por supuesto no le responden, y sin embargo, lo sigue haciendo, pues siente la necesidad de comunicarse con algo, o con alguien.
—¡Vaya que eso haría, si no, me volvería loco! —intervino convencido mi consultante.
—Ahora bien, sin esperanza de ser rescatado, finalmente comienza a dialogar consigo mismo, tratando de encontrar un sentido a seguir vivo, en esas circunstancias, y quizá morir en soledad. Poco a poco, se da cuenta de que ese sentido, no lo tiene, por la sencilla razón que usted, no es su propio creador.
Y en ese momento, siente la presencia de Dios y se da cuenta de que no está ni ha estado solo, nunca.
—La verdad, en medio del mundanal ruido en mi interior, he sentido muy débilmente esa presencia, pero la he ignorado.
—En esta historia imaginaria no sucede así, entonces… ¿Qué piensa que sería lo más importante que podría sucederle, al tener esa certeza?
—¿El milagro de ser rescatado?
—Me refiero al instante mismo en que siente la presencia real de Dios en medio de su humana soledad, independientemente del curso que pudieran tomar los acontecimientos.
Mi consultante, después de guardar un profundo y largo silencio, respondió:
—Dejaría de hablar con los animales, el sol, la luna, las olas del mar y hablaría con Él, para jamás sentirme solo.
—¿Y si jamás es rescatado de esa isla deshabitada… qué le pediría?
—Como Él es mi creador, y, por lo tanto, tiene el sentido de mi vida, tendría la certeza de que esos años, en esa forzada soledad humana, serían para alabarlo, y así aceptaría terminar mi existencia en esas circunstancias, para luego vivir en la eternidad junto a Él.
—¿Cuál sería la enseñanza de esta imaginaria historia, en su propia realidad?
—Bueno, que me he preocupado por coexistir con mis semejantes, viviendo solo hacia afuera en vez de hacia dentro. Al hacerlo e ignorado que soy un ser que existe junto a Dios. Él es el único que me puede dar el sentido a todo lo que hago y haré, en los años que me resten de vida.
Comprendiendo esta verdad jamás me volveré a sentir solo, ni a vivir solo de la distracción, sino pendiente de escuchar su voz.
Solo Dios, el creador de cada persona humana, puede revelar el sentido personal a cada hombre, liberándolo del error, si tal hombre libremente lo busca y lo acepta en su vida, cualquiera que sea la forma de su credo.
Por Orfa Astorga de Lira.
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