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A todos nos está dando una lección de humanidad el pueblo polaco por su comportamiento ante la avalancha de refugiados que llega a sus fronteras. Según las cifras que han aportado los guardias fronterizos, el número de personas que han entrado en el país desde que comenzó la invasión rusa es de 885.303. Cerca de un millón.
Han forjado una cadena de fraternidad que no hace distinciones. Todos se vuelcan como pueden. La situación es conmovedora, al ver sobre todo a mujeres, niños y ancianos que han dejado atrás a sus familiares que quedan en el combate y a los que no pueden salir a causa de los bombardeos contra el posible corredor humanitario.
En esas idas y venidas de autocares polacos que van a la frontera a recoger refugiados, Michal fue uno de los muchos voluntarios que coordinaba un viaje. Habitualmente, está implicado en proyectos para mejorar la educación en el sector rural de Polonia.
A la ida, en el autocar -que en este caso era de la administración pública- Michal iba con un grupo de funcionarios del orden. Eran guardias que iban a proteger a los refugiados.
Michal, como todos ellos, estaba pensativo. Él está casado y tiene 4 hijos. Todos son hombres con experiencia de vida y en el trayecto meditaban sobre lo que se iban a encontrar. Sin duda muchos se pondrían en la situación de los refugiados. Hablaban de cómo se organizarían, luego se hacía el silencio.
Entonces Michal tomó el micrófono y sugirió: "¿Qué os parece si rezamos el rosario?". Dijeron que de acuerdo. Lo comentó al conductor y, él desde el micrófono, fueron rezando los misterios y desgranando las avemarías. Algunos no sabían cómo hacerlo y unos a otros se fueron ayudando.
Llegaron a la frontera y acogieron a un grupo de personas que ya estaban esperando. Bebés a los que sus madres abrigaban, mujeres jóvenes y mayores, ancianos agotados. Pero todos con la cara de haber alcanzado una meta y estar dispuestos a seguir luchando para salir adelante.
Los guardias ayudaron a cada persona y Michal se encargó de coordinar todo: atendió a lo que cada refugiado le decía y pusieron rumbo a Varsovia.
El gesto de uno de los niños
Por el camino, los niños tuvieron tiempo para hablar, descubrir el paisaje que ahora les acoge... y dibujar en algún papel. (Al llegar a la frontera, no hay un solo niño que no sea recibido con un peluche, y eso ahora mismo es un regalo que reconforta a los pequeños).
Al llegar a la capital polaca, los refugiados bajaron del autocar. Los guardias los acompañaron: bajaron bolsas, carritos, lo que fuera necesario del poco equipaje que estos viajeros imprevistos llevan consigo.
Los guardias se acercaron entonces a Michal y le dieron las gracias por aquel rosario que les había animado a rezar. Les había servido, le dijeron, para acometer la tarea con más sentido de ayuda al prójimo, al desvalido, al que no tiene fuerzas, al desanimado, al que ha perdido todo y también al que tiene miedo.
El rosario es arma poderosa. Ahora, ante esta guerra, más que nunca.
Los niños, como siempre, notaron el calor en el recibimiento. Y un pequeño le entregó a Michal un dibujo donde se lee: "Amo Polonia".
Quedará en el autocar, para que eso sea un estandarte. Polonia, semper fidelis, siempre fiel a Dios, dice su lema.