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Estas piedras duras que se van instalando en nuestro camino, pueden provocar tensiones y discusiones en las familias, silencios contenidos y en ocasiones una indiferencia que hace que el día a día resulte muy amargo para las personas que conviven en el mismo núcleo familiar o tratan con nosotros en diferentes contextos.
Ser consciente de esta realidad nos puede permitir iniciar una camino personal de sanación interior y de perdón no sólo hacia uno mismo, sino hacia aquella/s persona/s que nos han hecho daño.
Ante ese dolor, humanamente podemos reaccionar con ira, rabia, un deseo de venganza, incluso de hacer justicia, aplicando la famosa ley del ojo por ojo.
A veces, un malentendido puede ser la causa que inicie el conflicto, otras muchas, algo que dije o no dije, algo que hice o no hice y que se va filtrando con el paso de los días y que si no se habla parece que no existe pero tampoco se soluciona. Y en ocasiones, dependiendo de cómo se hable, puede generar una discusión en la que esas heridas del pasado vuelven a abrirse.
Pero si nos detenemos y pensamos de manera objetiva, podemos llegar a darnos cuenta de que esa liberación de nuestro dolor personal o la justicia que necesitamos experimentar, no es tanto hacer lo mismo que nos han hecho, sino saber perdonar al otro desde el corazón y esto sólo es posible, aplicando una gran dosis de amor.
En el Instituto Coincidir, acompañamos a familias con dificultades o conflictos en sus relaciones y somos testigos de cómo ese amor es capaz de remover los corazones más endurecidos.
Perdonar es un acto de voluntad, mediante el cual una persona decide libremente, ante un daño que le ha sido infligido intencionadamente, devolver una muestra de compasión y amor a quien lo ha causado.
Como decíamos, perdonar es un acto de amor, libera del sufrimiento. Es una decisión libre de renunciar al odio.
Para poder perdonar necesitamos recorrer un camino que nos permita llegar a dar ese paso que nos dignifica como seres humanos. Pero ese proceso puede resultar a veces muy costoso, porque supone un aprender a salir de uno mismo, para poder mirar a la persona que nos ha hecho ese daño, con los ojos con los que Dios nos mira. Solo así, habiendo experimentado ese Amor Divino podremos perdonar y amar al otro. “Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Es la quinta petición del padrenuestro y así lo menciona el Papa Francisco en la Audiencia General del 24 de abril 2019.
Y ¿cómo podemos perdonar a los que nos ofenden? Porque humanamente nos puede resultar muy costoso, más cuando la persona que te ha ofendido es tu cónyuge, tu padre/madre, tu hermano o un hijo, tu mejor amigo/a o esa persona a la que le confiaste parte de tus secretos.
Ese perdón necesita un aprendizaje y un recorrido.
De la misma manera que Dios me perdona porque me quiere de manera incondicional y me manifiesta su misericordia cuando acudo arrepentido, si se lo pido con confianza me concederá el don de poder mirar a la otra persona de la misma manera que Dios le mira.
Como decía San Juan de la Cruz, “pon amor donde no hay amor y sacarás amor”
2. En segundo lugar, la comprensión.
Si somos capaces de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos, seremos capaces de com-padecer a los demás, es decir, puedo no entender lo que me has hecho, pero como persona vulnerable soy consciente de que todos podemos cansarnos y hacer el mal, ya que como personas imperfectas a veces el corazón tiene razones que la razón no entiende.
3. En tercer lugar, precisamente por esas razones que no alcanzamos a comprender, intentar en un acto de humildad ver de qué manera hemos podido contribuir a la acción o reacción de la otra persona. Si somos capaces de hacer este ejercicio, muchas veces nos sorprenderíamos de nuestra capacidad de provocar reacciones en los demás.
4. En cuatro lugar, la generosidad.
Un corazón que no ama no es capaz de estar abierto para poder perdonar de verdad.
“Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional… entonces podremos amar más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con nosotros” Amoris Laetitia, 108
Perdonar no necesariamente implica reconciliación con la otra persona. A veces ese perdón liberador requiere poner distancia con la persona que nos ha hecho ese daño. Precisamente por ese reconocimiento hacia nosotros mismos, hacia nuestra dignidad.
A perdonar se aprende y cada uno tiene sus tiempos y sus circunstancias. Ser consciente de esta liberación nos da fuerza para recorrer el camino de las dificultades.
Estos días de Cuaresma se nos hacen muy presentes las palabras de Jesús en la Cruz. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” ( Lucas 23,34).
¡Cuántos conflictos innecesarios nos evitaríamos si fuéramos conscientes de la fuerza sanadora del perdón!
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