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Peregrino. Peregrino herido. Peregrino que cambió la forma de abordar las heridas dentro de la Iglesia y ahora el mundo. Un peregrino curado por Cristo. Este año se celebran los quinientos años de la conversión de San Ignacio de Loyola. En mi artículo anterior Las heridas gritan, expliqué un poco mi experiencia con mi estadía en Manresa (España) los meses de octubre, noviembre y diciembre del año pasado. Me interesa toda la espiritualidad de San Ignacio de Loyola como psicoterapeuta, ya que la creación de los ejercicios espirituales, de los cuales él es el autor, parten de su propia experiencia personal con las heridas.
Este autor, fundador de la compañía de Jesús y ahora santo, vivió una transformación personal a partir de la herida que recibió en una guerra con una bala de cañón. Su pierna derecha fue destrozada. Casi muere. Quedó cojo hasta el final de su vida.
¿Cuál es esa bala de cañón o esas balas que han impactado tu vida y te han dejado con cojeras visibles o invisibles? ¿Para qué están ahí tus heridas?
Dios busca al hombre por medio de sus heridas
En la vida de Ignacio de Loyola, esta herida fue la grieta que Dios permitió que se abriera en su cuerpo para conducirlo hacia la región interior de sí mismo. Para mostrarle las profundidades de su inconsciente y revelarle así sus muchas heridas y traumas que comienzan con su nacimiento.
Su madre murió al nacer Ignacio. Su padre, roto de dolor, no podía ver al niño. Ignacio -o Íñigo, como era su nombre antes de su conversión- creció así privado del amor de sus primeros cuidadores. Huérfano de madre y huérfano emocional de padre, creció sintiéndose rechazado, abandonado, culpable y sin valor.
Este es un buen momento para que te plantees las siguientes preguntas: ¿qué clase de ecos produce en mí el texto anterior ? ¿Qué me marco a mí de niño o de niña que no he podido superar? ¿Qué he intentado hacer hasta ahora para sanar?
Heridas que se convierten en creencias
Las heridas de Ignacio, con el tiempo y a medida que entraba en años, se convirtieron en convicciones: Mi madre murió por mi culpa. Mi padre me rechaza. No valgo nada. No merezco. Soy culpable.
Por ello, cuando ya adulto, todos estos sentimientos de baja autoestima y un autoconcepto deformado lo llevaron por los derroteros del sexo desordenado. Ambientes alcohólicos. Ambición profesional desorbitada. Ínfulas de grandeza: iba a casarse con una princesa.
La culpa, el merecimiento, la inseguridad en uno mismo, el resentimiento y los sentimientos de ser inadecuado son grandes protagonistas en mi consulta con mis pacientes. El pensamiento dirige tu vida y una persona se convierte en aquello que piensa. Por eso es tan importante buscar ayuda. Esto requiere una buena dosis de humildad y valentía.
Cada uno podría preguntarse: ¿Cómo vivo mi relación conmigo mismo? ¿Cómo son mis relaciones con los demás? ¿Qué pienso de mi propia autoestima? ¿De qué forma mis heridas se han convertido en creencias?
En el tiempo de Ignacio no existía la psicología, ahora sí
La experiencia de San Ignacio es la experiencia del poder curativo de Dios en una persona. Pero tome en cuenta el lector que este era un hombre que, como muchos, no tuvo la fortuna de nacer y crecer en un hogar estable. Un hogar en el que se le hablara de su gran dignidad como persona. Un hogar donde se sintió mirado por el amor y la compasión. Un hogar cristiano. A Ignacio le faltó todo esto.
Por lo mismo, su humanidad, su psicología, su afectividad, su autoestima eran muy débiles. Arrastraba consigo traumas importantes desde su infancia. Expertos en su vida observan dos heridas simultáneas: la causada por su madre al nacer, la herida de la culpa; y la causada por el rechazo de su padre, la herida del abandono.
Cuando una persona ha sido traumatizada, su humanidad no recibe de la misma forma la acción de la gracia, pues estos traumas frenan la manifestación de los frutos que Dios espera de cada uno. Por ello, un acompañamiento de carácter psicológico siempre será un tiempo muy bien invertido para un desenvolvimiento óptimo dentro de los ambientes en los que cada uno se mueva.
Las heridas nos detienen
Ignacio de Loyola, a partir de la herida de cañón en sus piernas, se vio obligado a una hospitalización de cuerpo, mente y espíritu. Durante once meses, todo en su vida quedó paralizado: su ambición profesional, su vida social, su sueño de casarse con una joven de la nobleza.
La psicología no existía, pero él entra en un proceso psicológico de autoconocimiento propio, de búsqueda del sentido de su vida y encuentro con la propia consciencia. Hay un descubrir de los principios que sostienen las raíces de la persona; una iluminación en torno a la vida de la gracia; un despertar hacia la bondad del corazón y el aborrecimiento del pecado, aquello que causa las más graves heridas en los hombres.
Para este hombre, gracias a la lectura de la Vida de Cristo y los libros de los santos, su vida daba un giro de 180 grados. Él lee estos libros ya que leer libros de caballería, en su estado, le causaba ansiedad, depresión y frustración. Su vida nunca más sería igual. Ya no podría llegar a ser el gran militar que él había imaginado y el seductor de mujeres que hasta entonces era.
Todas estas lecturas fueron para él un espejo en el que se vio reflejado, comprendió que hasta entonces había estado equivocado. Él era poseedor de una dignidad y de un cuerpo que era movido por un espíritu y una vida creada para algo más que el éxito. Dios lo llamaba a la eternidad.
Pregúntate : ¿de qué forma mis heridas me detienen? ¿Qué acciones he tomado hasta hoy para sanar? ¿Cuánto me conozco?
Cada herida es una invitación hacia el autodescubrimiento
Las heridas lo invitaban a prestar atención a su interior. Esto es algo de lo que él no tenía experiencia. La ignorancia en torno a ser persona lo hacía analfabeto de sí mismo.
Fue en la soledad de su habitación cuando empieza a hacerse consciente de realidades profundas de su yo pues pensaba: ¿quién soy yo sin mis piernas sanas? ¿quién va a quererme cojo? ¿cómo superaré la vergüenza de haber fracasado en esta batalla? Todo esto era parte del mundo psicológico, que se agota en respuestas para encontrar el sentido de las cosas que nos pasan. Se hace necesario ir a otra región. Por ello, Ignacio baja al sótano de su ser, donde habita una Presencia hasta entonces desconocida para él. Conoce sus heridas, le importa su dolor, le descubre su esencia. Lo ama. Es entonces cuando experimenta una metanoia de la mente y el corazón y se convierte en peregrino de Dios.
Confía que sanarás
Si después de haber tenido una conversión se ha vivido la experiencia profunda de la sanación interior, pero persisten conductas o sentimientos que no ayudan a crecer como personas y fantasmas del pasado siguen enturbiando las relaciones, es importante acudir a la psicoterapia. No se trata de dudar de que Dios te ha sanado por completo, sino de reconocer con humildad que ha llegado el momento de ser acompañado por un experto para conocerme mejor, crecer como persona y transformarme en la persona que estoy llamado a ser.
A San Ignacio le tomó años llegar hasta ese punto de sanidad física, mental y espiritual. Al principio de su conversión, podemos leer en su biografía, seguía manifestando conductas agresivas que iban en contra del espíritu de mansedumbre de Cristo. Sin embargo, la gracia ya estaba en él y se iba dando cuenta de qué forma las heridas seguían contaminando su vida.
Apartado del ruido del mundo, metido en una cueva, lugar de encuentro y sanación para muchos, como es mi caso personal, Ignacio fue educado, sanado e instruido por el amor de Dios. Sólo entonces salió al mundo para ayudar a sanar a otros. Lo dice muy bien el sacerdote jesuita Javier Melloni: “Debemos estar en el ruido del mundo, donde la gente está dañada, ahí hemos de partir el pan y repartirlo”.
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