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Las tres hermanas Hernández Prudencio, de Veracruz (México), vivían cantando, la fama por su voz, alegría y belleza, las llevaron a trabajar por varios años todos los viernes y sábados en conciertos, bailes y fiestas de todo tipo.
La fama y la vanidad las tenían ilusionadas. Los novios y los enamorados las veían con ilusión cada vez que las veían cantar y bailar en el escenario. Alguno de estos novios enamorados se resistía a dejar ir el amor de su vida...
Las hermanas Hernández nunca se imaginaron que Dios las llamaría poco a poco a cada una de ellas a la vocación religiosa como consagradas. Un día decidieron bajarse de los escenarios y templetes, y dejaron de cantarle al mundo, para entregarse por completo a la adoración perpetua y la vida consagrada de clausura con las Hermanas Clarisas Capuchinas de Perote, Veracruz.
Hoy ellas, en lo más profundo de su corazón y en el silencio de su convento, siguen cantando pero solamente al amor de los amores a Jesús Eucaristía…
– Cuéntennos quiénes son María Saraí, Ana Laura y Karina.
Soy la hermana María Saraí Hernández Prudencio y soy originaria de la parroquia de Atzalan (Veracruz, México) de un pueblito que se llama Plan de las Ánimas. Tengo 25 años y un año de haber profesado votos temporales en la comunidad de hermanas Clarisas Capuchinas.
Yo soy la hermana Ana Laura de Jesús Eucaristía Hernández Prudencio. Tengo 32 años, cuatro años de haber ingresado a esta comunidad y tres meses de profesa temporal. Nací en la comunidad de Tatzallanala, municipio de Atzalan, Veracruz.
Yo soy la hermana Karina del Inmaculado Corazón Hernández Prudencio. Tengo 36, cuatro meses de profesa temporal y cuatro años de estar en esta casa.
– Sabemos que son hermanas de sangre. Cuéntennos, ¿cómo fue niñez?
Karina: Yo soy la hermana mayor. Como todos, nos criamos en familia, era una familia sencilla, de escasos recursos y nuestros padres nos formaron para ir la iglesia y nos educaron en la fe.
Ana Laura: Yo soy la quinta hija de la familia, somos siete y, como dice mi hermana, fuimos educados en la fe. Mis papás eran muy allegados a la iglesia, sobre todo mi papá, que desde muy joven estaba en el coro y ahí conoció a mi mamá. Somos una familia sencilla, pero siempre muy unida y con el amor al Señor.
María Saraí: Yo soy la sexta de siete hermanos. Recuerdo que en mi infancia siempre fui callada y me gustaba jugar con mis hermanos. Cuando mis padres me empezaron a educar en la fe, comencé a ir al catecismo y eso me motivaba y emocionaba.
– ¿Cómo era su vida antes de estar en el convento?
Karina: Desde niñas mis papás nos decían: “Oigan, verdad que ustedes van a ser monjitas”, porque nos educaron en la fe, íbamos a misa, pero a fuerza porque de niños no nos gusta mucho ir.
La posibilidad de ser monjita sí la meditaba, pero pasó el tiempo, crecí y se vino el desvío. Aprendimos a tocar instrumentos, porque nuestra familia es de músicos; y formamos un grupo, comenzamos a tocar en bodas y todo tipo de fiestas, yo tocaba el bajo.
Además, como nos educaron en la fe, tocábamos como ministerio musical, y fue ahí que vino el llamado.
Ana Laura: Yo recuerdo que mi papá empezó a formar el grupo, que en un principio se llamaba “Enviados del amor” y después se llamó “Esencia musical”. Y preguntó que quién quería cantar y a mí desde chiquita me gustaba cantar, entonces, sin pensarlo dije “yo quiero” y empecé a ensayar.
Llegamos a ser el grupo número uno de la región. Sí tuve novios cuando salí de la secundaria y novios formales, tal es así, que con uno de ellos pensé en casarme; pero resultó el llamado del Señor y el chico fue muy comprensivo.
María Saraí: Yo siempre fui introvertida y me costaba entrar en ese ambiente, pero sí me gustaba lo que hacían y aprendí a tocar las percusiones. Recuerdo que comencé a tocar a los ocho o nueve años. Me daba mucha pena y mi papá me decía que tenía que bailar y sonreír, pero a mí me costaba trabajo. Sí tuve novio, pero muy poco tiempo, no era lo que me llenaba, sentía que mi felicidad no dependía de ello.
– ¿Cómo fue el momento del llamado?
María Saraí: Estudiábamos diplomados y cursos de música de la Arquidiócesis y comenzamos a tener más conocimiento sobre la teoría de la música y el ambiente de lo sacro.
Una vez, en un curso, una psicóloga nos puso unas preguntas en donde nos pedía que contestáramos qué queríamos hacer en un futuro y respondí que quería ser músico, que quería estudiar guitarra clásica, pero me pregunté "¿Eso me hará feliz?". También pensé en poner que quería ser una gran religiosa y lo escribí, y fue la primera vez que me surgió esa inquietud.
Más adelante, platiqué con un sacerdote al que le conté cómo me sentía, pues era una joven que, al igual que muchos otros jóvenes, no encontraba sentido a mi vida y sentía que algo me faltaba. Él me orientó y me sugirió la vida religiosa, me dijo que podía ser una posibilidad.
Vine a conocer a las hermanas Clarisas Capuchinas de Perote, Veracruz, cuyo carisma es la vida contemplativa, la intensa oración, la vida de pobreza, de austeridad, de fraternidad. Me sentí muy motivada por esta forma de vida, por la alegría que vi en las hermanas y porque no era lo que imaginaba.
Contrario a lo que se piensa, tenemos que trabajar y vivimos de nuestro trabajo como todas las personas. A mí me llamó mucho la atención cómo vivían las hermanas, con esa alegría, y me sentí saciada en mi interior, con gozo y eso que solo fueron quince días. Me fui, pero me quedó la inquietud, la espinita de querer volver y no sabía si por la comunidad o por Dios, pero solo sabía que quería estar aquí. Cuando regresé a casa les decía a mis hermanas que había experimentado la alegría, que vinieran conmigo, yo tenía 17 años, y me dijeron que no. A veces sentía que me veían como la loca.
Después, entré en una crisis porque quería estudiar, tenía mis planes, quería una vida allá afuera y, con el llamado del Señor, había una cierta resistencia. Tenía que decidir si seguir afuera o a dentro. Terminé mi preparatoria, seguí trabajando y en ese lapso tomé una decisión, decidí que iría al convento por tres meses y esos tres meses ya se volvieron cinco años. Nueve meses después de que llegué, llegaron mis hermanas.
Ana Laura: Llevábamos una vida muy mundana porque andábamos en la "fama". El grupo creció muy rápido y cuando bajó su intensidad un padre nos invitó al coro de la parroquia y la verdad yo no quería. Pasaron dos años, aceptamos la invitación y, cuando lo hicimos, dejamos de estudiar la música del mundo para centramos en la Iglesia. Nos adentramos en los cursos y, a donde quiera que íbamos, suena a vanidad, pero éramos los mejores. Llamábamos la atención porque éramos familia; se volvió el mejor coro de la diócesis y eso, en cierta forma, nos hacía sentir bien.
Por eso, cuando llegó la invitación del convento, dudamos, porque no queríamos dejar la música, además de que me sentía grande, tenía 24 años y no había podido estudiar por situaciones económicas. Cuando íbamos a los cursos los maestros nos decía "¿Por qué no estudian una carrera? Tienen el talento". Estaba esa tentación y decidí que iba a estudiar la prepa abierta, pero cuando Saraí vive la experiencia y la veo regresar feliz después de verla llorar en ocasiones, me entró la inquietud.
Yo aparentemente era feliz, pero en el fondo tenía un vacío, siempre traté de no hacerle caso y ser feliz de manera superficial. Así que, cuando vi la felicidad auténtica de mi hermana, se me antojó. Yo me sentía indigna al saber que el Señor me llamaba, pero era tan insistente, que también se volvió insistente en el Evangelio. Por eso decidí venir a hacer la experiencia, porque la inquietud era más fuerte.
Me sentí rara, sola y fue difícil. Traté de concentrarme, de preguntarle al Señor si quería esto y siempre me decía que sí, pero yo me resistía. Yo estaba contando los días para irme, quería irme con el coro, pero afuera seguían la inquietud y las dudas. Me di un tiempo para pensarlo mientras estudiaba, pero estaba con el corazón dividido porque quería estar en el convento pero también estudiando. Un 28 de octubre, tomé la decisión y el 1 de noviembre ya estaba aquí, en el convento. Hice mi experiencia de tres meses y me quedé.
Karina: Cuando María Saraí vino al convento, le dije que estaba bien, pero que yo ya no tenía edad para eso. Y cuando la vi que regresó alegre y feliz, yo seguía diciendo que no. Después pasó un tiempo y el padre me decía que fuera a una experiencia y yo seguía diciendo que no, que ya estaba grande (tenía 27 años). Con el coro veníamos a cantar al convento y me sentía extraña alrededor de las monjitas y, al verlas, decía que yo no quería estar vestida así.
Lo pensé mucho, pero de tanto venir a cantar las empecé a conocer y, la convivencia, la oración, fueron ablandando mi corazón; fue una experiencia más íntima. Al igual que Ana Laura tenía que tomar la decisión de estudiar la Licenciatura en Canto o entrar al convento. Entonces, hice la experiencia y también me quedé.
Yo siento que descubrí mi vocación cuando fui a confesarme un Jueves Santo. Una noche antes de confesarme le pregunté al Señor si quería que fuera al convento. Entonces, en la confesión el sacerdote me dijo: "¿No te gustaría ir a conocer la vida religiosa?" Le conté mis dudas y me dijo que fuera, que viviera la experiencia y tomara una decisión.
– ¿Cómo es el mundo aquí dentro y qué fue lo que más les costó al entrar?
María Saraí: En la mañana todas juntas hacemos la oración de las Laudes y después hacemos nuestra meditación, desayunamos y tenemos recreos. En algunas ocasiones, o por tiempos, guardamos más el silencio. Diariamente tenemos la Eucaristía y hacemos nuestro trabajo que son las hostias y que es de lo que nos sostenemos. También tenemos nuestro rezo del rosario, nuestro descanso y tiempo para divertirnos.
Me costó mucho perder mi pelo, lo fui cortando poco a poco, y el hecho de vestirme de un solo color. Pero la vida misma es un desprendimiento, es un proceso de conversión constante.
– ¿Es incomodo usar el hábito?
Ana Laura: Es un tanto incomodo porque llevo poco tiempo y todavía me estoy acostumbrando. Estoy pasando los primeros meses de calor y es incómodo, pero todo tiene un sentido. De postulante cuesta mucho el velo, lastima, y cuando llego al cuarto lo primero que hago es quitarlo pero, como dije, todo tiene un sentido, todo vale. Todo lo puedes ofrecer por diferentes necesidades, todo tiene valor. Yo miraba mucho a los jóvenes y me daba tristeza verlos perdidos en las drogas, en una vida de desorden. Mi mejor forma de ayudarlos es ofreciendo esto, lo difícil que es a veces llevar la ropa de religiosa.
– ¿A qué les costó adaptarse?
Ana Laura: A la comida. Aquí comemos lo que prepara la hermana de la cocina, en el rancho las comidas son muy sencillas y aquí vi cosas muy “raras”, pero poco a poco mi cuerpo se fue adaptando, al igual que con la ropa.
– ¿Qué significa el cordón y el rosario que usan?
Karina: El cordón significa la castidad y los nudos son los tres votos que hacemos cuando profesamos: pobreza, castidad y obediencia. El velo es signo de pertenencia a Cristo y el rosario es la consagración a María.
– ¿Usan tecnología?
Ana Laura: No, para no distraernos en otras cosas. Las hermanas que manejan el internet son las que a veces nos informan de las noticias.
– ¿Qué se siente ahora cantarle al Amor de los Amores?
María Saraí: Cantarle al Señor para mí es lo más maravilloso y ya desde afuera lo experimentaba. Me gusta mucho la frase “el que canta ora dos veces”, porque para mí cantar es esencial. A lo largo del tiempo este cantar se vuelve más intenso, pareciera que el Evangelio con música se profundiza, sus palabras son más penetrantes. El canto es una de las cosas que nos atrajo a estar aquí y me siento contenta de cantarle.
Ana Laura: El Señor me atrapó con eso, porque a mí me gustaba cantar para el mundo, pero cuando descubrí que cantar para Él era mucho más hermoso, dije que quería cantarle toda la vida. Cuando empecé a descubrir mi vocación me llamaron la atención los cantos vocacionales. Me sentía una loca en el trabajo porque todos escuchaban canciones distintas a las mías y se preguntaban qué escuchaba. Mi favorito en la música es Jésed y curiosamente vinieron antes de nuestra profesión y en el concierto estaba llorando porque yo descubrí mi vocación con sus cantos y fue muy bonito que viniera antes de mi profesión. Ahora cantarle aquí, al Señor, es hermoso; le canto en mi corazón todas las noches.
Karina: Igual, la música es uno de los motivos por los cuales yo llegué al convento, pero ahora cantar aquí es muy diferente a lo que hacíamos allá afuera. Lo que siempre me llamó la atención fue la letra de los cantos, porque el padre que nos invitaba nos decía: “Hagan de su vida un canto”, y a mí me parecía una frase muy bonita. Al entrar aquí, el canto es directamente con Él.
– ¿Qué pasó con sus papás, con sus hermanos? ¿Cómo reaccionaron?
María Saraí: Les costó mucho porque fuimos tres, pero jamás se opusieron ni hicieron comentarios negativos, aunque sí fue difícil la separación de sus hijas. A nosotras también nos costó, pero es un ofrecimiento que le hacemos al Señor. Actualmente ellos siguen cantando en la parroquia y creo que van aprendiendo que ya no estemos con ellos y van caminando en la vida.
Ana Laura: Mi papá me ha comentado que uno de sus hermanos le dijo: “¿Qué hiciste tú para tener tres hijas religiosas?” Y mi papá le dijo que nada, que solo le pedía mucho al Señor para que sus hijos se acercaran, porque había un tiempo en que no íbamos a misa y él nunca dejó de ir. Alguna vez me dijo: “¿No te gustaría mejor casarte? Porque así te vería más”. Le costó, pero ahora está contento.
Karina: Invitamos a los jóvenes a que descubran ese camino, que se den la oportunidad de experimentar. Soy de la idea de que todo joven debe tener una experiencia vocacional, ya sea hombre o mujer, para descubrir hacia donde van. Los padres deben educar a sus hijos en la fe, por eso me gusta mucho el testimonio de mis papás.
Hoy las Hermanas Clarisas Capuchinas de Perote, Veracruz. México pasan por momentos difíciles económicamente y necesitan la ayuda de todos. Puedes enviar un correo al siguiente mail para ayudarlas: monasterio.reina.delapaz@gmail.con