Este valioso librito, conocido popularmente como “El Kempis”, se consigue en ediciones tan pequeñas como una carta de naipe, o sea que cabe en cualquier bolsillo.
Comencemos diciendo que “El Kempis” ha estado en el bolsillo de varios santos famosos, como, por ejemplo, santa Teresita del Niño Jesús.
Cuenta en su autobiografía, que lo cargó durante muchos años y se lo sabía de memoria. Agrega que para su familia, era motivo de diversión abrirlo al azar y pedirle que recitara un fragmento específico.
Es un texto sencillo de leer y repleto de consejos valiosos que mueven a una vida espiritual más exigente, y fecunda. Conviene tener en cuenta que fue escrito como guía espiritual para monjes y frailes.
Esta vida es solo un ratico…
De paso hacia el cielo
Para comenzar, “El Kempis” nos hace un enorme favor al recordarnos que somos peregrinos, o sea, gente que está de paso por este mundo.
Al parecer, lo olvidamos fácilmente, porque si fuéramos conscientes de que vamos en tránsito hacia nuestro destino final, el cielo, ¿por qué nuestro corazón está tan aferrado a los bienes terrenales?
Asimismo parece que nos falla la coherencia: por una parte, decimos que toda nuestra esperanza está puesta en el Señor, pero la manera de actuar nos delata, porque andamos ocupadísimos en lo pasajero, descuidando lo definitivo.
A ratos vivimos deseando desordenadamente las cosas materiales, muy entretenidos con las serpentinas de este mundo; y otras veces, agobiados en un pozo de dificultades y tristezas terrenales. Siempre aferrados al mundo, siempre inquietos.
Si viviéramos realmente conscientes de la provisionalidad de nuestra estadía en este planeta, y de la vida eterna que nos estamos jugando día a día, seguramente estaríamos muy atentos a cuidar de nuestra alma, pero no es así. Por eso no tenemos paz.
Tan cerca del mundo y tan lejos de Dios
Jesucristo nos dice “No amontonéis tesoros en la tierra…”, pero no le hacemos mucho caso, porque nuestro corazón está repleto de cosas materiales.
Tan es así, que muchas veces pedimos a Dios únicamente los bienes precisos para el más acá y ni siquiera nos acordamos de suplicarle que nos aumente la fe.
Creemos ser de Dios, pero en realidad somos del mundo; para ser más exactos, esclavos del mundo.
Dice “El Kempis” que por eso es bueno que tengamos contrariedades, aflicciones y tentaciones.
Porque al experimentar el sufrimiento, la fragilidad y la impotencia humana, sentimos la necesidad del auxilio Dios; entonces por fin alzamos la vista al Creador. El dolor nos despierta y nos ayuda a desprendernos de este mundo.
Vaciar el corazón y dejarse habitar por el Señor
Como somos peregrinos que necesitan avanzar hacia la morada eterna, debemos desapegarnos, desprendernos, desocuparnos de lo terrenal.
El Kempis machaca todo el tiempo que para poder llegar a ser realmente espiritual “hay que vencerse a sí mismo”.
Este desapego claramente no es igual para nosotros los laicos, que para los de la vida consagrada; pero es necesario para todos, porque el fin de la vida espiritual es que Cristo more en todos.
Por consiguiente, es indispensable hacer espacio, vaciar el corazón: “Porque el Señor echa su bendición, donde halla vasos vacíos” (Pág. 69).
Ese proceso de desocupar nuestro interior, comienza con “el humilde conocimiento de sí mismo”.
Debemos ser conscientes de que la inclinación natural del hombre es a buscar su conveniencia, querer ser honrado y reverenciado.
Añade El Kempis que nuestra naturaleza es vanidosa, codiciosa, chismosa, caprichosa; inclinada al placer, al ocio y propensa a la comodidad y a quejarse de todo lo que la contraviene.
Urge entonces esforzarnos por eliminar todas esas las malas inclinaciones, deseos y vicios, porque “Si preparas digna morada interior a Jesucristo, vendrá a ti y te mostrará su consolación” (Pág.19).
Esta es una gran noticia, pues no tendremos que esperar hasta la vida eterna para ser consolados; todo el que toma este camino, recibe anticipos de la vida sobrenatural.
La invitación es a tener vida interior, a recogernos en el Señor y no andar desparramados en todo lo externo.
Debemos disfrutar del mundo en su justa medida, sin apegarnos a nada y aferrados solo a Dios.
“¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo?”
¿A qué se refiere El Kempis con esta inquietante pregunta? A la cruz, por supuesto.
Si queremos tener parte con el crucificado, tenemos que arrimar el hombro a las pequeñas cruces que diariamente nos salen al paso.
La cruz está siempre presente en la vida de todos, y si renegamos se hace más pesada y si la desechamos, hallaremos otra.
En conclusión, debemos esforzarnos diariamente y renunciar al desordenado amor a nosotros mismos, que es lo que más daño nos hace. De esta manera iremos conformando nuestra voluntad a la de Dios, y pareciéndonos a Jesucristo.
La paciencia nos purifica
Otra palabra que se repite insistentemente en este librito es “paciencia”. Recordemos que esta virtud consiste en mantener la serenidad ante la adversidad.
Un libro para leer a sorbitos
Este texto se divide en cuatro breves libros. Allí encontramos muchos consejos para avanzar con paso firme en la imitación de Cristo. Se puede llevar en el bolsillo, abrirlo al azar y leerlo por poquitos. Se consigue en internet.
Es ideal para hacer un rato de meditación porque contiene muchas frases de lujo, como por ejemplo:
La cruz, el sello de los cristianos
En este mundo todo pasa, y nosotros también. Somos sencillamente los adorados hijos de Dios que van de regreso a la Casa Paterna. Todo lo que nos aleje de la meta final, es necedad.
Si en verdad creemos que lo anterior es cierto, entonces nuestra ocupación más importante debería ser sacar el “visado” que nos abrirá las puertas de cielo prometido.
Este librito nos regala, en nombre Jesucristo, la clave: “Si quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo”.
Así las cosas, se hace indispensable que esa “visa eterna” lleve el sello del Señor, es decir, la cruz de Cristo.
Vivir en el más acá, con el corazón palpitando por el más allá; de eso habla “El Kempis”.