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Al cumplir 50 años, pensaba que había superado defectos de la inmadurez, como susceptibilidades, suspicacias, rencores, envidias, ignorancias incomprensibles, hipocresías y más…
En realidad no era así pues las personas, mientras vivimos, tenemos en mayor o menor grado esos defectos, e igualmente en mayor o menor grado, tomamos consciencia de ellos. Unas veces para convivir con ellos y otras para luchar por superarlos.
En mi caso, una insensibilidad de conciencia me había hecho creer que el superarlos consistía más que nada en no ser rebasado por estos, en lo que hacía o decía. Pero de ordinario, los admitía de pensamiento, acostumbrándome a que así "no pasaba nada".
Tenía la imagen de ser una persona madura, pero lo cierto es que no tenía una vida estable. No lograba la paz interior porque me dejaba llevar en mi emocionalidad por las contingencias de lo ordinario.
Luego, tras una serie de constantes achaques, se me diagnosticó cáncer de colon, con unas expectativas de vida de 5 años. De pronto, metido como estaba de lleno en la vida, sentí que caía en el vacío.
"¿Qué deseas para tus próximos cinco años?"
Quién me lo hubiera dicho. Antes del diagnóstico, si me hubieran preguntado que desearía lograr en los próximos cinco años, hubiera contestado en términos de hacer, tener, saber… Ahora, mi respuesta sería solo "estar y seguir vivo".
Pasado el shock, me descubrí apelando a las fuerzas de mi descuidado espíritu, con la idea de no caer en la depresión, y aprovechar lo mejor posible el tiempo de mis expectativas de vida, no como en los argumentos de películas, realizando tal o cual deseo, como tirarme por primera vez en paracaídas, escalar la más alta montaña, o simplemente darme la gran vida.
No, debía haber algo mucho más importante y espiritualmente valioso.
Admití entonces que no había aprendido realmente a agradecer el don de la vida y que la mejor forma de hacerlo era haciendo el mejor uso de ella. Para ello, debía descubrir algo que verdaderamente le diera sentido. Un sentido que no estaba en mis manos, ni en la de los demás.
Una nueva forma de libertad
Y comencé con una serie de propósitos muy concretos, como enfrentar mis defectos para alcanzar unidad de vida, entre lo que pienso, lo que digo, y lo que hago, en una nueva forma de libertad, al margen del curso que pudieran tomar los acontecimientos futuros.
Por supuesto que me ha costado, pues el hábito estaba muy arraigado, pero gracias a ello, poco a poco, he ido descubriendo un rico mundo interior, por el que puedo advertir la intimidad de los demás, y así tratarlos de manera única y diferente, viviendo una nueva dimensión de la comprensión y caridad, olvidándome de mi mismo.
Gracias a mi enfermedad voy aprendiendo a amar más y mejor.
Es así que me he propuesto ser fiel a mi esposa, hasta en los detalles más pequeños, a mi familia, mis amigos, mi trabajo, la sociedad...
Los médicos me han dicho, que, en cinco años, muy probablemente existan avances significativos en el tratamiento de mi enfermedad, y que debo conservar el optimismo.
Crecer por dentro
Lo cierto es que ahora es otro mi optimismo, pues me queda claro que, quien me ha otorgado el ser, es el único quien puede otorgar el sentido de mi vida, y me lo va dejando ver claro. Por ello no siento desasosiego y... soy afortunado, pues si he de partir, se me ha dado tiempo parar mejorar y prepararme.
El tiempo y las enfermedades desgastan la corporeidad humana. Agotan gradual e inevitablemente las fuerzas, de tal forma que puede parecer que las cosas pierden su sentido. No obstante, para el hombre, lo corporal no es la única manera de vivir y crecer. Existe otra más elevada, que es crecer "por dentro" humana y espiritualmente, sacando el máximo provecho del tiempo de vida.
Por Orfa Astorga de Lira
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