El miedo o la decepción suele obligarnos a quedarnos quietos, a bloquearnos, a tener miedo de avanzar o de empezar algo nuevo. Al contrario, el deseo y la esperanza nos hacen caminar, nos hacen vivir. Una interesante reflexión de Luisa Restrepo:
Desde un punto de vista espiritual, la mayoría de las veces lo que nos inmoviliza viene del mal espíritu: donde no hay movimiento, es difícil que Dios esté presente
María se levanta y emprende su camino. No se queda a pensar sobre lo que puede pasar - y habría tenido razón, ya que una muchacha soltera y embarazada, era muy mal vista-.
María arriesga su vida para ir en ayuda de su prima Isabel, que, a diferencia de su esposo Zacarías que se resigna, sigue esperando con una fe activa.
Enfrentando los obstáculos
Dos mujeres que nos enseñan a no detenernos ante los obstáculos de la vida.
En efecto, María se dirige hacia la montaña, símbolo de lo que se interpone como obstáculo en nuestro camino. María no se deja asustar por ella.
El texto del Evangelio nos la presenta sola en su camino. Puede ser que se encontrara con una caravana durante el viaje. Sin embargo, sabemos que esta valiente adolescente hace la mayor parte del viaje sola: tal vez para decirnos que hay viajes en la vida que solo nosotros podemos hacer, viajes que debemos hacer solos.
Isabel, por su parte, no se quedó encerrada en la decepción de una vida que aparentemente pasa sin dar frutos.
Con el paso de los años, es comprensible que de vez en cuando Isabel sucumbiera a la tentación del desánimo, cuando quizás sentía a Dios lejos.
Sin embargo, siempre hay un momento en que Dios se acerca y responde nuestra oración. Isabel nos enseña a nunca perder la esperanza.
Compartir y servir
María está impulsada por el deseo de compartir con Isabel lo que ambas están experimentando: la obra de Dios en sus vidas.
María busca por tanto a una persona que pueda entenderla, una persona que esté pasando por una experiencia similar.
Por otro lado, a María también la mueve el deseo de servir, porque sabe que hay una persona que la necesita.
Compartir y servir son los impulsos que nos permiten salir de nosotros mismos, no encerrarnos en la preocupación ni en el desánimo.
Isabel se nos presenta aquí como una mujer dispuesta escuchar y a acoger: ¿a qué debo que la madre de mi Señor venga a mí?
Es una mujer que escucha activamente a quien le habla: siente los efectos de la palabra que escucha y se interroga sobre esos movimientos internos.
Estas dos mujeres, cada una a su manera, son dos mujeres que no se detienen, que buscan, que se abren a lo que la vida les presenta y a lo que Dios obra en ellas.
No son poderosas ni grandes, son dos mujeres sencillas y, para la cultura de la época, insignificantes; sin embargo, son ellas las que hacen historia.
Quizás es también una invitación a cambiar de perspectiva sobre la historia, una invitación a descubrir cómo interviene y actúa Dios en ella.
Todo está en movimiento. Dios, aunque con tiempos y formas que la mayoría de las veces se nos escapan, mueve las cosas, por lo que también nosotros estamos invitados a no quedarnos quietos, sino a ponernos en camino y a despertar el corazón.