Escuchar con atención y ser digno de confianza para permitir que el otro diga lo que está en su corazón y en su conciencia equivale, en ciertos casos, a liberarlo de la esclavitud de la soledad
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¿Y si escuchar con el corazón a las personas solitarias, aisladas y atormentadas fuera como realizar una especie de exorcismo? Si la comparación puede parecer exagerada, la lógica que hay detrás de ella merece detenerse en este punto. San Mateo escribe así en la Biblia (Mt. 9, 32-35):
"...le presentaron a un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: 'Jamás se vio nada igual en Israel'. Pero los fariseos decían: 'Él expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios'. Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias."
La prisión de la soledad
Este texto muestra que cuando Jesús echó fuera al demonio, el mudo comenzó a hablar. Jesús libera a este hombre y le devuelve la palabra. Podemos decir que ocurre lo mismo con nosotros. No poder expresar tus pensamientos y liberar tu corazón es el peor tipo de prisión en la que una persona puede estar atrapada, ya que nos hace sentir completamente solos. Así, quien sabe escuchar a su prójimo, a sus seres queridos o incluso a sus compañeros, realiza una especie de exorcismo, liberándolos de su soledad y permitiéndoles decir lo que de otro modo no podrían compartir (esas cosas que nadie quiere o no le importa escuchar).
A esto, el Evangelio añade otro elemento más (Mt. 9, 36-38):
"Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: 'La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha'".
Si estabas buscando una buena definición de lo que es la Iglesia, aquí la tienes. La Iglesia es una extensión de la compasión que Jesús siente por todos los que desconocen el valor real de su propia vida y por qué vale la pena vivirla. La misión de la Iglesia es testimoniar y llevar a todos la mirada compasiva, benévola y misericordiosa de Cristo.
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