¿Quieres encontrar a Dios? Si quieres un camino seguro y sencillo, ¿cuál mejor que el presentado por san Juan de la Cruz (1542-1591)?
Considerado como uno de los más grandes místicos de la historia, presenta en sus escritos la senda que conduce a la unión con el Señor.
Repasemos los escritos de este doctor de la Iglesia para redescubrir la guía que lleva al encuentro con Dios.
1«Caer en la cuenta» del amor de Dios
El punto de partida del encuentro con Dios, según San Juan de la Cruz, consiste en «caer en la cuenta», es decir, tomar conciencia de un gran malentendido: el cristianismo no es un conjunto de doctrinas, de ritos, de simples reglas morales.
El cristianismo es ante todo y sobre todo el encuentro con el amor de Dios, que nos ha creado por amor, que nos ha redimido por amor, y que nos rodea constantemente con su amor.
Así lo explica San Juan de la Cruz: «Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer […]; conociendo la gran deuda que debe a Dios en haberla criado solamente para sí (por lo cual le debe el servicio de toda su vida)…» (Cántico Espiritual 1, 1).
«Caer en la cuenta» no consiste en comprender plenamente el misterio del amor de Dios, algo imposible, ni en tener claro qué hacer para servirle. Constituye más bien el punto de partida de un proceso de encuentro con el Señor, que dura la toda la vida.
2Purificación del alma
Una vez que el alma cae en la cuenta del amor de Dios, experimenta la necesidad de purificar su alma, es decir, de alejar de sí todo aquello que la separa del Señor.
En el Cántico Espiritual, «Canciones entre el alma y el esposo», san Juan muestra cómo el objetivo de la purificación del alma consiste en amar a Dios con el mismo amor con que es amada.
Subida al Monte Carmelo, otra de las obras fundamentales de san Juan de la Cruz, presenta el viaje espiritual que el alma debe recorrer para lograr esta purificación del alma, necesaria para escalar el monte de la perfección, símbolo del Monte Carmelo.
El «estado de la perfección», como él mismo subraya en la introducción, consiste en la «unión del alma con Dios».
Salir de las cosas no significa carecer de ellas, sino no poner en ellas el corazón, usarlas con libertad y con moderación, como medios, pero nunca como fines.
Como «el amor hace semejanza entre el que ama y el objeto amado» (Subida del Monte Carmelo Libro 1, Capítulo 4, 3), si el destino último de nuestro amor son las cosas, nos cosificamos.
3Unión transformante
Este«salir de sí y de todas las cosas» es la primera etapa de la vida espiritual, que inicia el camino de la unión. Solo se puede encontrar la fuerza para dejar los apegos y vicios si se encuentra algo mucho más bello, el amor de Dios (Cf. Subida al Monte Carmelo Libro 1, capítulo 14, 2).
«¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido?», comienza preguntando el poeta para dar a entender la sed de Dios que nos lleva a buscarle por encima de todas las cosas.
En Llama de Amor viva, san Juan describe de forma detallada el proceso de unión transformante en Dios.
Se sirve del fuego como imagen: cuanto más encendido está, más consume la madera, y su llama se hace más incandescente.
Esto mismo le sucede al cristiano gracias a la acción del Espíritu Santo: purifica el alma, la ilumina y la calienta, como si fuese una llama.
En la Noche Oscura, Juan de la Cruz describe el aspecto «pasivo» de la progresiva transformación y purificación de la persona. Al fin y al cabo, se trata de un proceso en el que el protagonista no es el alma, sino Dios.
El esfuerzo humano no es capaz por sí solo de liberarse de las inclinaciones y vicios de la persona: puede solo frenar ciertos de sus movimientos, pero no arrancarlos de raíz.
Por eso, la clave que explica todo es la acción de Dios, que purifica al espíritu radicalmente y le dispone a la unión profunda con su amor.
En el matrimonio espiritual, el Esposo da a comprender a la esposa (el alma), «sus maravillosos secretos […], principalmente los dulces misterios de su encarnación y los modos y maneras de la redención humana» (Cántico Espiritual 23,1).
De ese modo,descubrirá que la encarnación de Cristo, su muerte y resurrección, se han realizado «por ella», por el alma, y, aunque no hubiera nadie más sobre la Tierra, Cristo hubiera muerto y resucitado igualmente «por ella». Por amor. Dios se ha entregado totalmente por el alma, sin ningún mérito por parte de ella.
De este modo, a manera de conclusión, se comprende la famosa frase de san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado» (Dichos de Amor y de Luz, 59).
Y en esa misma obra, añade: «Quien a su prójimo no ama, a Dios aborrece» (Dichos de Amor y de Luz, 178).