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La vida del espíritu es dinámica, es movimiento y siempre quiere crecer. Para no ponerle obstáculos, es necesario, conforme maduramos humanamente, hacerlo también en el espíritu. Estos puntos nos podrían dar algunas claves:
1Vivir desde lo que soy, no desde lo que me sucede. No quedarnos en los accidentes
No escapar de lo que nos sucede, sino presentarnos al médico tal cual como estamos.
Sin embargo, estamos llamados a redimensionar la realidad desde lo que somos verdaderamente: lo más real de nosotros mismos es que estamos hechos a imagen de Cristo. La madurez de la vida cristiana consiste en adecuarnos a esta realidad.
2Soy porque soy amado
No asentarnos en la nuestra fragilidad sino mirar a Cristo. Caer en la cuenta de que su amor es el que nos forma.
Estamos estructurados en la Cruz de Cristo y nuestra constitución es el amor. Por eso se trata de usar todas nuestras energías para el amor, para hacer crecer el bien que hay en nosotros y no para fijarnos en nuestros demonios.
Nada, ni la peor circunstancia, puede impedirnos amar, y en el amor somos lo que estamos llamados a ser.
3Nuestro mal está habitado por el omnipotente
Somos el caos inicial de la creación. Ese es el material sobre el que Dios hace en nosotros la nueva creación. Dios trabaja desde nuestra debilidad para que surja en nosotros algo nuevo.
Sobre cada uno de nosotros Dios ha pronunciado su palabra: Cristo. Y aunque todos los días seamos conscientes de nuestra fragilidad, contamos con la fe y con el amor de Dios, a pesar de todos nuestros problemas.
Nuestra sensibilidad debe estar puesta, no tanto en la presencia del mal sino en el amor y la bendición de Dios.
Cuando peor nos sentimos más ganas tiene Cristo de unirse con nosotros. Toda humillación es donde Jesús nace, como en Belén.
En las limitaciones es donde surge Dios. La presencia de Jesús hace bella y buena cualquier circunstancia.
Si está Jesús está todo.
4Soy porque soy continuamente salvada
Como el pueblo de Israel, en nuestra vida Dios nos regala “pasos por el Mar Rojo”. Si nos detenemos a pensar, todos hemos estado más de una vez en esta experiencia, la experiencia de no poder avanzar ni retroceder, de estar estancados. Dios nos lleva al Mar Rojo para hacernos entender que no hay salida, hay una promesa de salvación.
Lo propio de Dios es hacer maravillas. En nuestra vida, Dios hace que se derrumben sueños y se construyan realidades.
Se trata entonces de no eliminar la tempestad sino de meternos en la barca con Jesús. Solo Él puede calmar los torbellinos de nuestra vida.
La esperanza teologal comienza cuando termina la esperanza humana. Somos permanentemente salvados por la ternura de Dios.
5Vivir esperando al Espíritu Santo
Nuestra vida cristiana consiste en hacernos dóciles, como María, a la acción del Espíritu en nosotros.
Partir de Dios mismo para realizar las obras de Dios. Esperarlo en nuestra vida y darnos todos los días cuenta de su obra.
Él armoniza nuestro caos, irrumpe en el momento menos esperado y obra en nosotros sin darnos cuenta.