Emanuel Aguilar nació en Estados Unidos, en el estado de Texas, y tiene 26 años. No niega sus raíces indígenas, que son su esencia, ni niega su pasado de drogas y los intentos de suicidio en un país que le dio a sus padres, y a él, el famoso “sueño americano” y una estabilidad económica.
Por la soledad, por los abusos escolares y por un noviazgo fallido, que lo hirieron y lo marcaron para siempre, se lastimaba cortándose, buscando apagar la llama del odio y del resentimiento que llevaba adentro, y de ahí fue cayendo en el abismo de las drogas, intentando liberarse de la ansiedad y la tristeza que lo dominaban.
Tocó fondo cuando intentó suicidarse, pero algo y alguien lo salvó.
- ¿Qué estudiaste o qué estudias y cuáles son tus habilidades?
Me acabo de graduar en Psicología y en Ciencias Sociales; me costó trabajo, pero ya tengo dos oportunidades presentes.
También me metí a una maestría, me aceptaron en Consejería Clínica, y todo es para la gloria de Dios.
Pertenezco una diócesis misionera, rural, con pocos recursos, y me gustaría poder ayudar en el área de salud mental, especialmente a los jóvenes que tienen padres latinos y sufren un choque cultural.
También tengo el amor a la danza de los concheros, una herencia de mi abuelo que cada día aprendo mejor.
La danza conchera es una tradición católica, es una ofrenda eucarística que tiene sus orígenes en la Santa Cruz.
Al danzar, en general, se siente una libertad; pero ante el Santísimo es diferente: no se puede explicar, es un gran gozo, pero siempre hay un orden por el amor que se le tiene al Rey de Reyes.
- ¿Consideras que uno de tus dones y habilidades es la escucha?
Creo que sí. La gente me tiene confianza y creo que Dios me ha dado ese carisma. También creo que es algo personal, pues me hubiera gustado que alguien estuviera ahí, para mí, cuando lo necesité.
Y lo hago con toda la disposición, especialmente con los jóvenes que no sólo necesitan ser escuchados, sino también acompañados.
- ¿Nos puedes compartir un poco sobre tu contexto familiar?
Soy parte de una familia ministerial: toda mi familia sirve en la Iglesia.
Desde los seis o siete años era monaguillo; mi mamá sirve como sacristana, y mi papá tiene diez años de haberse ordenado como diácono.
Mi hermano y yo servimos con los grupos de jóvenes a nivel parroquial y diocesano.
- ¿Cómo fue tu niñez y adolescencia?
En mi niñez crecí en un rancho. Vivimos ahí por más de 20 años cuidando vacas y otros animales. Fue una infancia muy tranquila.
Lo diferente fue cuando entré a la escuela elemental pues, al ser católico y mexicano, sí fue difícil porque me trataban diferente, me discriminaban.
Antes de la prepa hubo más fricción. Recuerdo que, como mi familia ha estado muy involucrada en la Iglesia, se burlaban de mí y ya el bullying era peor porque me llegaron a pegar.
En la prepa fue diferente porque me encontré con amigos y fui parte de algunos grupos culturales.
En el último año de la prepa me enamoré y me pegó muy duro, me deprimí. Ahora creo que era una acumulación de cosas de los últimos años, porque hasta rencor le tenía a la Iglesia; tenía una crisis de fe.
Por una chica estalló todo lo demás, se me abrió la puerta a una vida de miseria y empecé a tomar malas decisiones.
- ¿Qué decisiones empezaste a tomar?
Recuerdo que, poco antes de terminar la prepa, empecé a lastimarme a mí mismo: me cortaba, y era por querer escapar de mi mente, de mi ansiedad, de la depresión.
Mi imaginación no estaba quieta, y esa inquietud me llevó a una desesperación muy fea. Tanto, que discutía con Dios, lo cuestionaba.
Después de cortarme pasé a las drogas, a distintas drogas para buscar escapar de mi tortura interior.
Estar normal y sobrio era una tortura; me drogaba para no sentir, porque para mí era un horror.
Estaba en un círculo en donde todo el mundo estaba deprimido, ansioso y con tendencias suicidas.
Es decir, nadie podía darle consuelo a nadie, porque nadie se amaba, así que buscábamos las sustancias como consuelo.
- ¿Ya no sentías el amor de Dios y de tus padres? ¿Qué fue lo que te hirió?
Todavía estoy descubriendo qué fue exactamente lo que me hirió y creo que, hasta cierto punto, pude haber sido yo mismo por no haber podido tomar buenas decisiones y no tener el acompañamiento.
No puedo decir que no tenía el amor de mis padres o que el amor de Dios no estaba ahí, no pasa eso por mis labios. Yo creo que más bien no quise ese amor y me aferré a otros lugares.
Muchos recursos me hicieron falta al crecer, y es por eso que ahorita doy ese acompañamiento, un acompañamiento que yo no tuve.
Fui como el hijo pródigo: me aferré a buscar el amor en otro lugar y me fui, pero con el tiempo me di cuenta de que no hay amor en otro lugar más que en la Iglesia.
No es una historia de trauma, es la historia de un hijo que se enojó y decidió ir a buscar el amor en otro lugar.
Mis padres se aferraron a mí, fueron como los papás de san Agustín, siempre oraron por mí y nunca me dejaron faltar a Misa.
- ¿Cuál fue el momento más oscuro que viviste?
He tenido varios. En ese tiempo en que andaba perdido hubo como tres momentos en que no supe qué hacía.
Uno de ellos me hizo tomar la decisión de meterme al ministerio, y fue cuando estaba en la casa de uno de mis camaradas.
Nos estábamos pasando la droga y una de las chicas llegó asustada y nos contó que otra amiga se intentó matar y que estaba en el hospital.
Se puso muy mal y recuerdo que me vi en un espejo y me pregunté: “¿Qué estás haciendo? ¡Te estas pudriendo!”.
En ese momento muchas cosas se conectaron: me di cuenta de la felicidad artificial que estaba viviendo y decidí hacer algo porque ya habían sido varios entre mis amigos los que se suicidaron. Ahora sólo oro por ellos, aunque ya no esté en contacto con algunos.
- ¿Tú atentaste contra tu vida?
Sí. El ambiente en el que estaba viviendo así lo permitía, pero siempre llegaba una intercesión y no lo podía llevar a cabo.
- ¿Quién intercedía?
A veces uno entra en un trance de desesperación. En una ocasión quería cortar el volante del carro y hacerlo ver como un accidente.
Pero en ese momento me llegaron las imágenes de la gente de mi parroquia, pues estaba iniciando el acompañamiento con jóvenes.
Recordé su imagen y pensaba en cómo reaccionarían a mi muerte. Entonces, me estacioné, lloré y me tranquilicé.
Entendí que soy amado, entendí que debo dejar el odio que me tengo a mí mismo y entender que soy amado y digno de recibir el amor de Dios.
Hoy siento el amor de Dios y por eso sirvo, por agradecimiento.
El Señor me ha revelado la belleza de la vida. Ahorita mi sufrimiento es acompañado por Cristo y estoy tranquilo y en paz.
- ¿Cuál es tu labor en la parroquia y cuáles son tus proyectos?
Yo, y unos cuantos jóvenes, nos estamos coordinando para instituir el ministerio de jóvenes adultos para poder centralizar los grupos que hay y crear nuevos.
Es en agradecimiento a lo que he vivido y a lo que los demás colegas han recibido.
Queremos que sea un lugar donde los jóvenes encuentran el amor, donde sientan que pertenecen y donde sientan que pueden contribuir. Si logramos esto, sabemos que no van a ir a buscarlo a otro lugar.
A largo plazo me gustaría desarrollar un ministerio de danzantes, como una orden laical, y esperamos que alguien nos pueda guiar con la formación correcta.
- ¿Cuál es tu consejo para los adolescentes que sienten soledad?
No sé si dar consejo, porque el consejo es algo muy personal. Pero a los que están pasando por situaciones autodestructivas, les sugiero que busquen un círculo de apoyo, ayuda profesional o intercesión ministerial.
Deben recordar que son dignos de ser amados, respetados, perdonados y dignos de misericordia.
Tú no eres tu vicio, no eres lo que estás batallando, eres hijo de Dios, y el que te mete esas ideas equivocadas es Satanás, es la influencia maligna.
Toma la decisión de agarrarte a alguien que de verdad te pueda acompañar, pues la felicidad está en todo lo que es bueno, verdadero y bello.