Es inevitable toparnos con dificultades, pero sí es muy oportuno saber como resolverlas.
Parece que hemos entrado en una era en la que quisiéramos que no existieran problemas que enfrentar, algo parecido a lo que muchos papás pretenden hacer con sus hijos, al sobreprotegerlos, metiéndolos en una burbuja de cristal, deseando que no les pase nada. Y, en vez de protegerlos, resulta que les impiden desarrollar sus habilidades e intuiciones, para enfrentar y superar sus dificultades.
Sólo cayéndonos, aprendemos a levantarnos.
Dicen que los seres humanos somos de las pocas especies que nos caemos más de dos veces en el mismo hoyo. ¿Será que no aprendemos, o que no queremos ver los problemas por estar distraídos con nuestras fantasías?
Finalmente cometemos muchas veces el mismo error, como si no estuviéramos dispuestos a no volverlo hacer.
Y eso debería de ser, precisamente, uno de los valores más importantes de la educación. Más que aprender sobre las ciencias y a resolver complejos problemas de álgebra, física o geometría, deberíamos empeñarnos más en que las nuevas generaciones aprendan a enfrentar los problemas de la vida cotidiana y los resuelvan con elevadas calificaciones.
Que sepan tomar decisiones, ante las diversas encrucijadas, que adquieran más seguridad, a pesar de las burlas y de las críticas. Hagamos que logren distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo cierto de lo falso. Que no derrochen el valioso tiempo en tarugadas y preocupaciones inútiles. Que dejen de estropear su vida en adicciones y dependencias, que atan la libertad y los convierten en esclavos.
Sí, en la vida no dejará de haber obstáculos, baches y problemas de toda clase. Así que mejor dediquemos más esfuerzo a que nuestros hijos sepan manejar mejor la frustración, el enojo, la tristeza y los múltiples miedos que azotan a la humanidad por doquier.
Pero aún falta resolver un obstáculo: cómo le vamos a enseñar a nuestros hijos lo que nosotros, como adultos, aún no hemos podido lograr.
Por lo que empecemos por levantar nuestro ánimo y a resolver problemas sin enojos, miedos y tristezas. Pero sobre todo, libres de adicciones, pesimismos y desesperación.
Los adultos tenemos que ser ese bello ejemplo de madurez, trasmitir la confianza de que los problemas tienen siempre una solución. Y como bien señalan algunos, si tu problema tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y si no la tiene, igual.
Mantener la cordura y la serenidad en tiempos difíciles
El caso es mantener la cordura y la serenidad, ante los distintos retos que la vida nos va poniendo. Tiene mucho sentido el reafirmar la confianza en sí mismos, de que seremos capaces de esforzarnos por superar las dificultades y así no quedarnos atrapados en el desaliento y la derrota.
Seamos sensibles a comprender, que la vida de cualquier persona, no es nada fácil.
Hay quien cuenta que un rabino en la ciudad de New York, hacía una sesión con algunos miembros de su comunidad y les pidió que escribieran los más grandes problemas y dificultades por los que estaban pasando. Una vez escritos, pusieran su hoja al centro del grupo. El rabino tomó todas las hojas, las revolvió y las arrojó al centro y les dio la indicación de que tomaran la que les quedaba más cerca, y les pidió que la leyeran. Ahora, estos son tus problemas, les dijo. Cuando las personas empezaron a leerlas, se sintió una densa nube, y de inmediato alguien alzó la voz para decir: "Mejor devuélvanme los problemas que escribí, éstos son peores".
Confianza puesta en Dios
El rabino les hizo ver una gran lección: tus problemas son tuyos, para que los resuelvas. Y aprende a ver que todos estamos en las mismas, y que incluso hay quien está en una situación mucho peor que la tuya, y lo más importante es que no se pierda la cabeza y la confianza de que estamos en manos de Dios, para ayudarnos a resolverlos.
Nuestras vidas están llenas de dramas, tragedias, accidentes y de toda clase de imprevistos. Lo cual nos ha más bien de motivar, para que siempre estemos, plenamente convencidos, de que vamos a salir triunfantes de ellos.
Todo es por nuestro bien
Tener una fe firme en que las cosas que nos suceden son parte del plan de Dios, para que aceptemos esa realidad y nos esforzemos, al máximo posible, por mantener un elevado optimismo en que al fin y al cabo, todo es por nuestro propio bien.
Visto de esta manera, entonces todos los obstáculos que se nos atraviesan por el peregrinar de nuestras vidas, tienen mucho sentido. Nos hacen crecer, madurar y mantener viva nuestra fe.
Así que basta de quejarse y de vivir lamentándose, para mejor empeñarnos, en seguir con nuestra frente en alto, plenos de confianza y alegría, de que sí seremos capaces de encontrar la solución más adecuada para nuestras dificultades.