A veces tenemos poco tiempo para reunirnos como familia y hablar a fondo de nuestros temas, de nuestra familia. El ritmo de la vida nos lo impide y entonces puede suceder que nuestra identidad familiar quede diluida. Y eso nos desdibuja. Como familia hemos de saber quiénes somos, y, en esa misma medida, saber a dónde vamos. Cuál es el sentido de nuestras vidas.
No hablamos suficientemente de estos temas. No nos estamos refiriendo al proyecto educativo familiar. Es importante, pero vamos más allá. El proyecto educativo familiar está dentro de esta gran historia familiar que incluye muchos aspectos. Cómo será de importante este asunto que es objeto de estudio por parte de muchos especialistas (uno entre estos estudios se puede consultar aquí: family narrative). Su carencia solo aporta indefinición familiar. En cambio, a partir de una explícita, narrada, comentada historia familiar se construye lo que podríamos denominar la misión familiar.
La misión familiar es el norte: el fin de las vidas de cada uno de sus miembros. Un proyecto de vida buena guiado por la consecución de un fin que orienta los actos virtuosos de cada día. Puede ser un fin trascendente, pero también una familia que no crea puede tener el servicio y el cuidado del prójimo como gran divisa, como un fin fuerte y cohesionador.
¿Se lo hemos explicado a los hijos?
¿Qué ocurre? Los padres lo saben pues lo han hablado a menudo y conocen sus respectivas historias familiares, pero los hijos no. Los hijos saben vagamente algún detalle de la vida de los abuelos. Y a unos primos que viven lejos ni los sitúan. Hay que hablar de ello. El niño va a comenzar a estructurar su identidad, su auto-comprensión desde ahí: en la lógica y continuidad de una vida familiar.
Desde esas conversaciones va a descubrir el mundo familiar y el mundo en general. Y esas narraciones (que sería el nombre más académico) le ayudarán a descubrir el bien y también la contradicción. Los momentos buenos del pasado y quizá algún acontecimiento que supuso luchar para resolver un gran problema.
Beneficios reconocidos por la ciencia social
La ciencia social dice que los chicos a partir de las historias familiares y las subsiguientes conversaciones que surgirán a partir de estas, no solo hablarán mejor (leerán mejor), con más finura y precisión, sino que crecerán en autoestima. También crecerán en bienestar, sentido de pertenencia, y control de sus propias vidas.
Padres e hijos juntos
No hay que asustar a los hijos. Hay que lograr, padres e hijos juntos, tomar conciencia de cuáles son los valores, las pautas, las virtudes familiares que sirven para afrontar la vida. La narrativa familiar es un camino con un sinfín de aprendizajes. Y no educarán tanto las broncas aisladas, ni los sermones, ni los gritos. Quienes subrayarán la identidad y la misión familiar serán los relatos explicados sosegadamente.
Desde luego la sobremesa es el momento ideal. Y la narración familiar puede empezar por los padres, pero cabría la posibilidad de que un hermano mayor, convenientemente informado, explicara, por ejemplo, que los bisabuelos fueron emigrantes que llegaron de la Argentina muchas décadas atrás.
Y ahí surgirá una verdadera odisea narrativa, con sus toques novelescos, aunque no fantasiosos, a partir de los cuales los biznietos entenderán muchas claves vitales. Una, por ejemplo: la fortaleza que desplegaron los bisabuelos para comenzar a progresar en España.
O las historias más recientes de los padres para explicar cómo se conocieron, ennoviaron y casaron. Qué proyectos tenían y cómo la vida les ha ido llevando hasta el presente. Entonces se pondrá en marcha el despliegue de otras virtudes que se viven a diario. Una es la gratitud de unos padres a tenor de la salud de toda la familia y la unidad que da tanta paz.
Importante: las preguntas de los hijos
Ahí aparece un tema importante: esos relatos (esa narrativa, dicen los académicos) debe contar con las preguntas de los hijos. Preguntas y observaciones en las que contrastan lo que han entendido y bucean en posibles significados de asuntos que aún no conocen.
Entonces los lazos de la familia se estrechan, se fortalecen. Y los hijos calibran la importancia del núcleo familiar y ahí, en el conocimiento de los elementos que lo definen y estructuran, se sienten seguros. ¿Proyecto educativo familiar?, por supuesto, pero en el seno de la historia (o historias) familiares. Si estas historias inspiradoras (aun en las dificultades) se acompasan con el ejemplo de los padres, los mayores, abuelos, tíos, entonces, estamos educando de verdad.
Las fotos son elementos privilegiados, las cartas, los retratos, algunos muebles, libros. Todo se debe enraizar en la historia familiar que también configura un presente y un futuro familiar. Ahí se encajan las creencias, la fe, la confianza en Dios. O la búsqueda de Dios.
Ya sabemos que la tele, los móviles no son amigos de la narración de las historias familiares. Cuando era pequeño, y de eso hace muchos años, se decía ya que la tele acababa con la comunicación familiar. ¡Pues retomemos ahora la narración (comunicación) familiar!
Escuchadores de historias
Hay que hablar, narrar, contar historias porque, como se dice en inglés, los humanos somos contadores de historias (storytellers) y también escuchadores de historias. Pero que no sea el negocio de Netflix quien nos arrebate este don de apasionarnos por las historias, que sea la vida real de una familia quien lo satisfaga.