Los protagonistas de esta historia han tenido la generosidad de compartir su aventura con los lectores de Aleteia, pero desean permanecer en el anonimato como protección a sus hijos y a su familia. Así que de ahora en adelante sus nombres serán Ana y Carlos.
Se casaron hace 15 años. Ella es profesora de educación infantil y él es gestor de patrimonios. Se conocen desde los 10 años. Eran veraneantes del mismo pueblo del Maresme catalán y del mismo grupo de amigos. A los 19 años de ella y los 21 de él empezaron a salir.
De novios habían hablado de tener hijos, sin un número específico. Deseaban con fuerza recibir de Dios todos los niños que Él mandase. También habían contemplado adoptar un niño con Síndrome de Down pues en la familia tienen casos de este tipo de adopción y no les daba miedo, al revés, lo veían como un regalo.
Pasados los años de noviazgo, llegó la boda y el deseo de materializar aquello que habían soñado de novios.
Sin embargo, al cabo de un año sin poder tener niños descubrieron su infertilidad.
Para averiguar qué sucedía no hicieron tratamientos contrarios a la naturaleza, sólo se pusieron en manos de Dios y de profesionales con una ética médica.
Tal era su anhelo que transcurrió tan solo una semana hasta que decidieron enfrascarse en un proceso de adopción. Paralelamente a esto seguían investigando y eran atendidos por un sacerdote que les orientaba.
La aventura de la adopción: Rusia
El primer paso en todo proceso de adopción es obtener el certificado de idoneidad, proceso que tiene una duración de un par de años, dependiendo de la pareja. Tras unas pruebas y la valoración de una serie de aptitudes, el matrimonio logró la idoneidad para poder adoptar.
Recibieron la noticia de que había dos hermanos en Rusia y por tanto se ponía en marcha la segunda fase del proceso de adopción: viajar al país de los niños para conocerlos.
Cuenta Ana que este viaje es impresionante. Lo describe como una experiencia mucho mejor que el viaje de novios porque hombre y mujer están con los mismos sentimientos.
“La vivencia de la maternidad natural al final la vive la mujer, y el hombre queda relegado hasta pasados los 9 meses de gestación”, me explica. “Con el parto ocurre algo parecido. Es la mujer la que tiene las vivencias más íntimas y, por mucho que cuente con el apoyo del hombre, él no es plenamente consciente al mismo nivel de la carga emocional del momento. En cambio, en la adopción, partimos los dos de la misma base. La emoción es igual en ambos”, me confiesa.
A pesar de la ilusión del viaje éste también escondió su parte amarga, pues fue una travesía de ida y vuelta sin los niños, después de haberlos conocido.
Al cabo de unos meses se produjo el segundo viaje: el definitivo. Por fin la familia al completo.
Ya en España, la adaptación fue increíble. Como buena profesora, Ana se dedicó en cuerpo y alma a los pequeños. Les enseñó el idioma, a leer, etc.
Segunda adopción: esta vez tres hermanos
Quedaron tan contentos con la experiencia que no tardaron mucho en solicitar nuevamente plaza en otro proceso de adopción. Esta vez estaban disponibles tres hermanos rusos, dos de ellos gemelos. Fue ponerse en contacto con la agencia y la llamada no tardó demasiado.
Los viajes fueron distintos a los anteriores por la dureza. Esta vez dejaban a dos niños recién adoptados en España y la región de Rusia de donde eran los pequeños era mucho más pobre. A pesar de estos inconvenientes, fue una aventura emocionante. De pronto su pequeña familia pasaba a ser de siete miembros.
Reconoce Ana que ser joven ha sido un plus, porque se tiene la energía necesaria para la actividad que exige ser madre de niños pequeños y tan seguidos.
Los primeros años les hizo homeschooling hasta que poco a poco los han ido escolarizando.
Tercera adopción: un niño con síndrome de Down
Pasados tres años de la última adopción, Ana y Carlos tuvieron el deseo de adoptar a su primer hijo con síndrome de Down. Enseguida pensaron en adoptar en España. Estaban convencidos de que no hacía falta irse tan lejos para cumplir su deseo.
Así que se pusieron en manos del Servicio de Adopción de la Generalitat de Catalunya. Para ello debían obtener de nuevo la idoneidad, esta vez con más dificultad dado que el matrimonio ya tenía otros hijos. A los pocos meses pudieron adoptar a un niño de 3 años.
“Adoptar un niño con trisomía 21 es muy distinto que quedarte embarazada de uno de ellos, en que te suele inundar el miedo y la incertidumbre. Nosotros sabíamos lo que queríamos, lo deseábamos. Lo habíamos deseado desde que éramos novios”, me cuenta Ana emocionada.
Al ser en España, se trataba de una adopción más sencilla. Incluso lo fue para la cuidadora que podía entenderse con el niño porque no se daba la barrera del idioma.
“La acogida de los niños fue maravillosa”, me relata Ana.
Donde caben seis…
El año pasado Ana y Carlos recibieron una llamada de la Generalitat para convocarlos a una reunión. En ella les pedían ayuda para encontrar 14 familias para 14 niños con síndrome de Down. Sin dudarlo, se plantearon ser una de esas familias.
En la actualidad, los seis mayores están escolarizados. El mayor hace 1º de bachillerato y el pequeño, de un año, está en casa. Está siendo muy fácil, se han integrado muy bien en el colegio.
“No cierro la puerta a futuras adopciones. Vivo la maternidad a los ojos de Dios, no ponemos impedimentos. Si Él quiere adoptaremos más”, aclara Ana.
Educación de los niños
En cuanto a la educación de los niños, Ana y Carlos les exigen igual que si fueran hijos biológicos. No dejan de repetirles la suerte que tienen y huyen de todo aquél que los compadezca o excuse.
Ana pasa todas las tardes con ellos. Atiende sus deberes, los baña, les da de cenar, los acuesta… Se define como una madre entregada:
Y añade: "Lo más difícil es lograr que nadie los etiquete por el hecho de ser adoptados y la lucha de los padres por demostrar que son como todos y que el hecho de ser adoptados no significa necesariamente que tengan ningún tipo de problema distinto a los que puede tener un hijo biológico”, explica Ana.
Una familia digna de admirar por su generosidad y entrega.