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En la vida, desde que tenemos uso de razón estamos continuamente tomando decisiones. Al principio son decisiones sencillas, sin mayor trascendencia. Sin embargo, a medida que uno va creciendo éstas se van volviendo más difíciles de resolver, porque muchas veces comprometen a la propia vida, como puede ser casarse, cambiar de trabajo, tener otro hijo…
En las grandes escuelas de negocios hay una asignatura específica para aprender a tomar decisiones. La materia encierra todo un entramado de variables, opciones y costes de oportunidad necesarios para acertar en la elección final. No se puede dejar todo a la improvisación ya que en la mayoría de las veces escoger mal implica unos costes adicionales para la empresa.
A veces la decisión final se ve clara. Entre dos opciones, una buena y otra mala, lo lógico es decantarse por la buena.
¿Pero qué sucede cuando las dos elecciones son objetivamente buenas? En ese caso no es tan sencilla una respuesta rápida. Por eso quisiera darte luces para acertar, si ese es tu caso.
Ahora que ha empezado el curso y seguramente tienes muchas decisiones entre manos, permíteme contarte una historia personal que sucedió hace 11 años. Yo estaba ya casada y con dos hijos, uno de 4 y la pequeña de apenas unos meses. Vivíamos en Madrid, nos habíamos trasladado hacía un año.
La oportunidad de oro
Yo no trabajaba fuera de casa y un buen día se presentó una gran oportunidad laboral: trabajar como secretaria en una conocida empresa. Profesionalmente hablando era la oportunidad de oro. Me presenté a la entrevista de trabajo y quedaron contentos conmigo. Todo fue muy rápido, apenas tuve tiempo de pensar. A los pocos días me enviaron el contrato por mensajería para que yo lo devolviese firmado.
Fue en ese impás cuando decidí frenar en seco el proceso y pensar bien qué quería hacer. Saqué un papel y me dispuse a pensar los pros y contras de escoger ese trabajo.
También llamé a mi padre, en aquel entonces profesor de la escuela de negocios IESE, para que me diera su consejo; y, por supuesto, pregunté a mi marido qué hacer.
Miedo a equivocarme
Lo que me quedó claro en todo el proceso es que la decisión la tenía que tomar yo, no la iban a tomar otros por mí. Me daba cierto vértigo no atinar y equivocarme. Pero la vida es eso, equivocarse y volverse a levantar.
Yo no tenía nada claro qué hacer. La lista de pros y contras apenas variaba en unas líneas. Fue en ese instante cuando se me encendió una bombilla. Debía dejar de darle vueltas al asunto y visitar a quien me iba a ayudar de verdad.
Así que le pedí a mi marido que se quedara a cargo de nuestros hijos, que yo me iba a rezar un rato a la iglesia. Con tanto trajín no había tenido en cuenta la opinión del Señor. Cogí el papel de pros y contras y un bolígrafo y me planté delante del sagrario convencida de que allí iba a recibir la luz que necesitaba.
No habían pasado ni cinco minutos cuando se me empezaron a ocurrir muchas más cosas que engrosaban la lista de los contras. La mayoría de las ideas que iba plasmando en el papel tenían que ver con costes adicionales que yo no había contemplado. ¿Con quién dejaría a los niños? ¿Pagaría yo el transporte hasta allí? Y si el horario se alargaba, estando la empresa en el centro de Madrid, ¿me compensaba llegar tan tarde a casa? ¿Cómo gestionaría el estrés de lidiar con trabajar fuera y a la vez hacerme cargo de la familia?
No hubo nada más que añadir a la lista de los pros. Salí de allí contenta. Cogí el contrato y lo devolví sin firmar. Llamé enseguida para renunciar a la oferta.
Pasado el tiempo, estoy feliz con la decisión que tomé y más todavía al ver que el Señor me reclamaba en casa. Desde entonces me dedico casi exclusivamente a mi familia. Digo exclusivamente pues parte de mi tiempo lo dedico a escribir artículos para esta casa.
Escoger bien es un entrenamiento, que mejora exponiéndose a futuras decisiones. No se trata de dejar todo en manos del Señor. Se trata de hacer todo lo que sea humanamente posible hasta que llega un punto en que ya no se puede hacer más. Es ahí donde entra el Señor. Y actúa, vaya que si actúa.