—Mi novio y yo nos decidimos por la unión libre, porque lo nuestro es tan auténtico que pensamos no era necesario someterlo a las formalidades de un matrimonio que, para nosotros, solo es para tener reconocimiento social o sentirse honorables, algo que ni al caso —contaba en consulta una inteligente jovencita.
Pero pasa que tenemos dificultades, y, aun cuando mi novio no acepta ayuda, yo sí estoy dispuesta a luchar por lograr un cambio -agregó con cierta inquietud.
—¿Por qué considera auténtica su relación? —le pregunté orientando el diálogo.
—Simplemente porque es un amor pleno de sensibilidad, espontaneidad, y libre de prejuicios sociales.
Algo no está funcionando
—Sin embargo, algo no está funcionando y.… todo efecto, tiene una causa.
—Bueno, sí, pero creo que el problema no está en nuestra forma de relación, sino en nuestras personalidades... ¿Qué me dice de ello?
—Que creo que está actuando con rectitud de intención, pero con una conciencia errónea, tratando de alcanzar el bien por un medio equivocado.
—Disculpe, pero parece ser el comienzo de un sermón que ya he escuchado antes.
—Por supuesto que no es un sermón, ya que una conciencia errónea sin culpa no convierte en mala a una persona. Sin embargo, el verdadero problema es cuando alguien, dándose cuenta de su error, no lo acepta y se justifica, creando su propia conciencia, sin tener en cuenta la realidad.
Se pasa entonces, de tener una ignorancia no culpable, pero vencible, a una ignorancia realmente culpable.
La voluntad engañada
—Eso no lo desearía para mí, luego... ¿Cuál sería esa realidad, si estuviéramos en el caso de una ignorancia no culpable?
--Sucede que, en las relaciones amorosas entre varón y mujer, la inteligencia, por un juicio erróneo, puede engañar a la voluntad, presentándole la espontaneidad, el instinto, los sentidos o los solo sentimientos como la auténtica validación del amor.
—Bueno, si me habla de rasgos tan humanos... ¿Por qué tienen que ser algo necesariamente malo, para tomar libremente una decisión amorosa?
—No lo son de suyo, sino que, en el amor, la inteligencia y la voluntad, deben regir para que, en el orden del buen amor, no sean estos los que se impongan, y así decidirse libremente por aceptar o rechazar una relación, en función a su verdad, como algo bueno o no.
Descubrir la verdad de lo que ocurre
—De acuerdo, pero si el amor y la libertad tienen los límites de esa verdad, ¿cómo sé que, en nuestro caso, mi pareja y yo, no estamos decidiendo sobre una buena realidad?
—Piensa que una decisión, cuanto más libre más responsable; cuanto más voluntaria, más consciente; y cuanto más decidida, menos inconsecuente, inestable y casual.
—¡Oh! Siendo honesta, me doy cuenta de que en nuestra relación hay mucha indecisión en mi pareja, con todas las consecuencias que menciona.
—Siendo así, deben considerar que el problema radica más en la forma de relacionarse afectivamente, que, en otras disfunciones de su personalidad, y que, por lo tanto, es en esa dimensión que deben formar rectamente su conciencia, para corregir, según verdad.
Entonces ya no será necesario justificar sus problemas.
Debe ser así, pues no es lo mismo el amor libre, según la propia conciencia, que la libertad de amar, dentro de una conciencia rectamente formada ante Dios, y ante los hombres.
De otra manera, una relación que nació con un amor desordenado, se puede convertir en algo fatal, inconsistente, fugaz, inestable y arbitrario.
Mi consultante tomó nota, y tiempo después había convencido a su pareja para que se formaran en su afectividad, en la conyugalidad del amor y el verdadero matrimonio, para lograr hacer auténtica su relación, y formar familia.
La conciencia es lo más noble del hombre y de la mujer, y si la libertad señala lo más profundo de su dignidad, la conciencia señala el ser mismo de la persona.
Por Orfa Astorga de Lira
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