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El último inocente –del que se tiene noticia—fue ayer 23 de noviembre. Un recién nacido en una maternidad de la región sureña de Zaporiyia. Así lo informó el miércoles la Fiscalía General de Ucrania en su cuenta de Telegram, concretamente una sala de maternidad de un hospital en Vilniansk.
Según este mismo órgano, hasta la mañana del 23 de noviembre se tenía constancia de 1,279 niños afectados por la agresión de Rusia; de ellos 438 fueron asesinados y 841 resultaron heridos en los ataques indiscriminados que lleva a cabo el Ejército ruso.
Desde luego, es imposible contar con cifras definitivas puesto que los combates continúan por ambos bandos y hoy, 24 de noviembre, cumple nueve meses de haber iniciado la agresión de Putin.
Además, habrá que conocer más adelante, el número de niños que han muerto o han sido heridos (hay noticias de que muchos han sido obligados a tomar la nacionalidad rusa) en territorios ocupados o los que recientemente han sido liberados por el Ejército de Ucrania.
En un comunicado, el jefe de la Administración Estatal Regional, Oleksandr Starukh, dijo que "por la noche, los ocupantes dispararon enormes misiles contra una pequeña sala de maternidad del hospital de Vilniansk. El dolor llena nuestros corazones: un bebé recién nacido murió".
Víctimas de la guerra
¿Qué diría Putín si leyera aquella frase de un personaje de Dostoievski en la señala que si un bruto maltrata a un niño él devolvía el boleto?
O esta otra del mismo autor ruso: "Ama a los niños especialmente, porque ellos también son impecables como los ángeles. Viven para suavizar y purificar nuestros corazones y, por así decirlo, para guiarnos".
La invasión rusa ha dejado un reguero de muerte, desolación, desesperanza y miedo, mucho miedo en las niñas y en los niños de Ucrania, víctimas colaterales de una guerra que, como toda guerra, es un juego mortal de suma cero.
Nada más recordar que, debido a los bombardeos y ataques de diferente índole llevados a cabo por Rusia, un total de 2.719 instituciones educativas ucranianas resultaron dañadas y, de ellas, 332 quedaron completamente destruidas, según la Fiscalía.
En muchos aspectos, incluida la función del Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill, esta es una guerra de religión. Es la ortodoxia rusa contra la decadente occidente.
Bien harían en volver a escuchar aquél grito a principio de octubre de 2001 de san Juan Pablo II en Armenia, previo al inicio de la intervención aliada en Afganistán: "¡No se puede invocar el nombre de Dios para hacer la guerra!"