El tiempo es ese tesoro que todos tenemos. Un tesoro guardado como los jarabes de frasco opaco, que no permite ver cuánto te queda. Por eso, todos tenemos el instinto de querer aprovecharlo, de sacarle todo el partido. Un instinto que se torna más voraz a medida que pasan los años.
Y hay un tiempo que sabemos que es importante, necesario y agotador: el tiempo que dedicamos a nuestros hijos. En los años noventa y principios de los 2000, vaciamos nuestra conciencia, nos engañamos un poco con un término que callaba a nuestro Pepito Grillo: "Tiempo de calidad". Un tiempo que no importaba que fuese breve, si estábamos por y para ellos durante el rato que estábamos.
Y, como toda teoría de educación, tiene una versión contraria. Te la voy a resumir en una frase que una abuela le decía a su hija en una famosa serie de televisión: "Quiero estar las 24 horas en casa, para no perderme los 12 minutos importantes".
¿Quién tiene razón? Un poco ambas teorías, y un poco ninguna. Lo primero que debemos hacer es reconocer que querer cansa. Cansa más que una clase de spinning. Estar dándose es estar consumiéndose.
Por eso es importante que no te sientas culpable cuando tu cuerpo o tu cabeza necesiten: parar, pasear, leer, o distraerte sola, sin tener que mirar continuamente a la persona de al lado para comprobar que todo esté bien. Necesitamos un tiempo en el que la única obligación sea respirar.
Dándoles la importancia que se merecen y cuidando esos ratos de descanso, comprobaremos que, cuando los niños son pequeños, les puede valer el tiempo de calidad. En dos horas, puedes escucharles, besarles, hacerles sonreír, y colmar el vaso de sentirse queridos: nos esperan como agua de mayo.
Los adolescentes nos necesitan más que nunca
Pero, al crecer, todo se complica, porque las citas con el "tiempo de calidad" las ponen ellos. Suelen ser cuando les queda un hueco libre. No te dejan hacer reservas. Es una época en la que, a pesar de que son autónomos y bastante independientes, nos necesitan más de lo que ellos mismos se dan cuenta.
Cuando soplan estos vientos, nuestra estrategia debe ser posicional: estar cerquita, dejándonos notar, y preparándonos… Porque, el "tiempo de calidad", la cita más memorable e interesante, puede tener lugar a las tres de la mañana.
Por ejemplo, cuando llegan a casa un sábado después de salir. Ese no suele ser el mejor momento para nosotros, pero, por desgracia, sí lo puede ser para ellos. Ese colacao en mitad de la noche puede convertirse en la gran cita, donde nuestro hijo, ese renacuajo con un zapato del 42, abra la tapa del corazón y nos cuente sus logros más importantes, sus grandes temores, alguna herida, sus grandes ilusiones, etc. Un momento que nos puede servir para orientarle, y en el que tenemos que poner toda la carne en el asador, pues no sabemos cuándo va a ser la próxima cita…
Y los hijos siguen creciendo… Hay un tiempo para los baños, hay un tiempo para la lactancia, hay un tiempo para esas primeras tareas, hay un tiempo para empezar a salir, y llega el momento de salir para irse de casa.
Cuando ya escuchamos el silencio del nido vacío, tenemos que pensar, soñar, ingeniar, nuevas formas para que sepan que seguimos aquí. En definitiva, el tiempo con nuestros hijos deberá metamorfosearse con vuestras vidas, con vuestros cambios.
Mejor un "te quiero de más"
¿Cómo saber si vamos bien? Preguntándole a Ella. Tomándonos un café con la Virgen. Ella, que supo dejar a su Hijo salir al mundo y mirarlo orgullosa desde lejos, pero que no pudo estar más cerca a los pies de la Cruz, nos recomendará, en cada momento, la mejor posición.
Recuerda que el tiempo es ese tesoro que viene en un frasco opaco, que no nos deja ver cuánto nos queda. Mejor un "te quiero" de más, aunque parezca que suena vacío o pegajoso, que un “te quiero” de menos. ¿Hacemos brillar ese magnífico y limitado tesoro del tiempo con nuestros hijos? Why not?