La mejor distracción posible. Este que les escribe acostumbra muchas mañanas, nada más dejar a mis hijas en el colegio, a recogerse unos minutos en el templo para rezar.
Es una iglesia grande, luminosa, con pinturas estilo bizantino. Entre los muchos bancos, algunos padres y madres desperdigados rezan en silencio en el inicio del día. De fondo, se oye el murmullo del trasiego en el hall de Secretaría. Y miro al Sagrario intentando entablar una conversación con el Señor.
No siempre es fácil porque vibra el móvil en el bolsillo, te perturba una preocupación, te vienen a la cabeza las innumerables tareas de la jornada. Así que hay que hacer un poco de esfuerzo por concentrarse, incluso apretando los párpados mientras apoyo mi cabeza sobre mis puños.
Correteando hasta el Sagrario
Fue en uno de esos momentos cuando apareció una nueva distracción. Muy dulce. Unos pasitos firmes, pero sin corretear. Y una angelical vocecita que era respondida por los susurros de su padre.
No quise girar la cabeza atrás, de donde procedía el sonido, para no volver a desconcentrarme. Hasta que comenzaron a cruzar pasillo abajo dirección al Sagrario.
Escuché a una niña pequeña señalando las pinturas de las paredes, a una ovejita, y a su padre diciéndole qué escena del Evangelio representaba.
Los pasos de la niña, tranquilos hasta ese momento porque iba de la mano de su papá, se aceleraron de repente. Soltó los dedos de su padre y fue corriendo suavemente hacia el Sagrario.
Se trata de una pieza especial. Es un Sagrario con pie, a la derecha del altar según se mira, con su luz encendida detrás. Al nacer desde el suelo, es peculiar. De alto, como una persona adulta. Rojo y naranja hasta llegar a las puertas, donde está representado el Pan. Es la llama de la Vida. Como un horno que calienta el alimento que nos espera para recibirle.
Conmovedor abrazo
Ya me había desconcentrado, con la curiosidad de qué iba a hacer esa niña.
Subió los tres peldaños que hay y abrazó con ganas al Sagrario. Con una ternura increíble. Seguro que le dio algún beso.
Su papá aguardaba detrás. Me quedé atónito, conmovido. No fue un abrazo rápido. Se recreó en el abrazo. Intenso. De amor de verdad.
Luego cogió otra vez el dedito de su padre y sus pasitos y su vocecita se fueron como vinieron.
Qué envidia me dio de ver abrazar así a Jesús. Se sentía con nitidez que el abrazo era recíproco. Qué inocencia, qué desparpajo y qué amor a Jesús.
"Ahí está Jesús"
Evidentemente, hice por encontrar a ese padre, contactar con él y conocer la historia de su familia. Cautivado por Olivia (3 años), por su sonrisa y su naturalidad.
Delante del Sagrario, tras darle un nuevo abrazo, señalé con el dedo y le pregunté "¿Quién está ahí?". Con una sonrisa de oreja a oreja se giró, como para mirarle a los ojos, y me dijo: "Jesús". Le extendí la mano y me chocó los cinco todo lo fuerte que pudo. Luego dio otro abrazo a Jesús.
Impulsados por sus padres
Esta práctica diaria de Olivia no ha nacido sola. Ha estado motivada por sus padres. Jaime es joven, pero con Beatriz, ya tienen a Olivia (3 años), Felipe (2) y un tercero en camino, Diego. Ellos se lo han transmitido así a sus pequeños:
"A mí no me lo enseñaron con suficiente ternura de pequeño. Fui criado en una familia católica, pero ni en casa ni en el colegio (religioso) se me transmitió suficiente admiración, respeto y amor por el milagro de la Eucaristía. Quiero para mis hijos que tengan un acercamiento más natural y que sean capaces desde muy pequeños de tener una intuición más profunda de lo que es este misterio: la grandeza de que Dios se haga un pedacito de pan y esté esperando en el Sagrario de la Iglesia a cada uno de nosotros", me cuenta Jaime.
Dios, el centro de esta familia
Este padre siempre ha tenido fe en Dios. Pero no era importante en su vida. Hasta los 22 años cuando tuvo un reencuentro con el Señor, que le puso a Beatriz en su camino: “Años más tarde conocí a Beatriz, que siempre ha tenido una fe más firme y activa que yo. Nuestro noviazgo estuvo siempre con el Señor y la Iglesia en medio. No necesité ni un año de noviazgo para pedirle matrimonio a Beatriz”.
"Intentamos crear un hogar cristiano, quizás con más esmero y acentuado que el que yo recibí en casa. Queremos que el Señor sea el centro de nuestras vidas. A mí me ha costado asimilar esto varias décadas, por eso intento que nuestros hijos lo vivan desde la infancia”.
Por eso, cuidan con cariño unas normas de piedad en casa, en familia, que desde la sencillez son eficaces: "cosas como que Dios tiene que ser el primer pensamiento al despertar y rezar antes de dormirnos, rezar juntos, dar gracias al Señor, intentar meditar la Palabra, bendecir la mesa… y hablar mucho de Jesús”.
La normalidad de hablar de Jesús
Hablan de Jesús y con Jesús con total normalidad. Felipe ya habla de Jesús y le da besos. "Esa magia de los niños, que creen a ciegas y sin fisuras", relata Jaime. Y me cuenta orgulloso un vídeo que grabó a su hija con el móvil:
"Es increíble que con Olivia, con apenas tres años recién cumplidos, grabamos un video de ella narrando la Pasión de Jesucristo, con un amor y con un conocimiento sorprendente. Lo contaba y se emocionaba, de todo lo que le sucedía al Señor. La gente que lo veía se quedaba fascinada al ver que una niña tan pequeña hablase así de Jesús y se detuviera en detalles de la Pasión que muchos no conocen”.
No es de extrañar. Porque sólo con verla abrazar el Sagrario, cada mañana, los que la vemos quedamos completamente fascinados.
Jaime se despide con humildad contándome que quiere criar "devotos fieles del Señor y seguro que Dios completará todas las lagunas que nosotros dejemos". Y mucho más, porque con sus hijos ya está cautivando y acercando a ese Sagrario, a todos los que les ven y conocen su historia.