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Maruja Moragas falleció el 28 de abril de 2013. Su vida se apagó en la Clínica Quirón de Barcelona a causa de un cáncer. Tenía tan solo 60 años.
Pero desde aquel momento comenzó a surgir un movimiento suave -como ella- de personas que la habían conocido y que dicen notar su huella. Han transcurrido diez años y la figura de Maruja ha adquirido una dimensión espiritual fuerte, que hace pensar que estamos ante una mujer que está en el cielo y desde ahí puede ayudarnos.
La historia de Maruja es la de una mujer del siglo XX y XXI, con la que muchas otras personas podrán sentirse identificadas.
Maruja nació en Sabadell (Barcelona) el 14 de mayo de 1952, en el seno de una familia de la burguesía catalana. Tuvo una infancia y una juventud llena de comodidades: veraneos en la playa de Sitges, esquiadas... Su familia era muy familia y lo sigue siendo. La unidad entre ellos era y es un valor prioritario. Eso lo aprendió Maruja y lo llevaba grabado a fuego: la unión familiar.
En aquella época, ella era "un buen partido". Era inteligente, guapa, atractiva, elegante, buena conversadora. Una chica bien que practicaba la fe católica con cierta rutina: la misa de los domingos, la celebración de las fiestas tradicionales como Navidad o Semana Santa... Aquello le resultaba suficiente.
Enamorada de Juan
A los 17 años comenzó a estudiar en la Universidad la carrera de Filosofía y Letras. Un día, en casa de unos amigos, conoció a Juan, un joven de Zaragoza que se había trasladado a Barcelona donde estudiaba Ingeniería industrial. Él era cinco años mayor que ella. Fue conocerse y enamorarse.
Al cabo de un tiempo, en 1975, Juan y Maruja se casaron. Era un matrimonio "perfecto". Económicamente las cosas estaban más que resueltas y la pareja se llevaba de maravilla. Llegaron tres hijos: Joan, Xavier e Ignasi.
Maruja se había licenciado pero no ejercía. Podía ser ama de casa y madre de familia, sin preocupaciones y con una vida familiar y social muy agradable.
Nada hacía pensar que todo se quebraría.
La primera gran crisis
Pero en 1997, cuando llevaban 22 años de matrimonio, Juan comenzó a mostrarse nervioso, inquieto. Maruja no sabía qué ocurría, pero pensó que podía tratarse de algún problema en el trabajo.
Sin embargo, un día a la hora de cenar Juan le dijo que necesitaba espacio, fuera de la familia. Maruja se quedó desconcertada. Aquello no tenía ni pies ni cabeza, no era lógico.
Pero a pesar de que para ella no era "lógico", Juan desapareció de casa a los pocos días. Abandonaba a su esposa y a los tres hijos. Sin más. Para él estaba decidido y no había vuelta de hoja.
Abandonada
Aquella situación fue la primera gran crisis de Maruja. Por primera vez en la vida se encontraba con un problema de magnitud abrumadora. Su marido la había abandonado y la había dejado sin recursos de ningún tipo. Había que ponerse a trabajar fuera de casa, sacar adelante a sus tres hijos, tomar las riendas del hogar, ser cabeza de familia. Y seguía sin comprender por qué: por qué Juan se había marchado y la había dejado.
Para Maruja, aquella etapa tan dura resultaría providencial. Buscando respuestas a su dolor y a su vacío, comenzó a pensar en Dios de otro modo.
Una cita de san Pablo
Un día, leyó un fragmento de la primera epístola de san Pablo a los Corintios:
"El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta."
Alguien le sugirió que acudiera al oratorio de Santa María de Bonaigua, cerca de su casa en el barrio de Pedralbes de Barcelona, y allí habló con un sacerdote del Opus Dei. Le contó la desgracia que le había ocurrido y se preguntaba por qué Dios permitía su situación. ¿Qué había hecho ella para merecerlo? Aquello supondría el primer paso en el camino de su conversión.
Maruja conoció entonces a una mujer del Opus Dei que le enseñó a hacer oración con Santa Teresa de Jesús, concretamente con el libro "Las misericordias de Dios". Y lo que había comenzado como una queja, pasó a ser aceptación y descubrimiento de un camino personal en el que Dios la amaba profundamente.
Siempre fiel a su marido
Mientras, cada noche Maruja escribía a Juan y le contaba todo: la situación de los hijos, cómo se sentía por dentro... Nunca dejó de hacerlo. Son más de 5.000 cartas, porque ella no faltó nunca a su cita epistolar con su marido. Era el amor de su vida y ella le fue fiel hasta la muerte, a pesar de que él quiso y consiguió el divorcio. Maruja decía siempre que creía que él volvería, y que si Juan volvía, ella iba a perdonarle.
Para muchos que le conocieron, el ejemplo de fidelidad de Maruja es muy grande. A ella no le faltaron hombres que trataron de aproximarse en cuanto supieron que Juan la había dejado. Pero Maruja nunca dio pie a una nueva relación, porque para ella la fidelidad en su matrimonio seguía como el primer día.
Descubrió su vocación al Opus Dei
En este proceso externo -encontrar trabajo, estabilizar la familia- e interno -volver a Dios y descubrir la vida de oración y los sacramentos- descubrió que tenía vocación al Opus Dei. Era posible buscar la santidad en el mundo siendo una mujer casada y abandonada, separada y divorciada a su pesar, con tres hijos, trabajando...
En cuanto al trabajo, con su carrera de Filosofía y Letras y su nivel cultural, primero encontró un puesto en el servicio de idiomas de la escuela de negocios Esade. De ahí pasó al Iese, donde primero trabajó en el servicio de idiomas, pero enseguida trabajó codo con codo con la profesora Nuria Chinchilla.
Maruja Moragas se convirtió muy pronto en aquella mujer discreta que ayudaba enormemente a alumnos y alumnas adultos a través del coaching. Muchos testimonios coinciden en que transmitía paz, confianza, serenidad.
Maruja integraba las humanidades con la dirección de empresas. Con la profesora Chinchilla escribieron Dueños de nuestro destino. Cómo conciliar la vida profesional, familiar y personal. Muchas personas han encontrado en él herramientas para mejorar en su vida.
Así, la carrera profesional de Maruja fue creciendo -leyó la tesis doctoral- y sin grandes alharacas conectaba con personas de todo tipo pero especialmente con mujeres que encontraban en ella un gran apoyo. Eso hizo que acometiera una iniciativa para acompañar a mujeres abandonadas -como ella- y con hijos -como ella. Quería transmitirles todo lo que podría serles de ayuda en la fragilidad. Les daba formación y lograba recursos económicos. Fruto de ello son las becas que se otorgan gracias a su legado:
Último reto: el cáncer
Pero la vida volvió a presentarle a Maruja un último reto. Cuando tenía 59 años, se le diagnosticó un cáncer de riñón. El pronóstico era de muy pocos meses de vida. Maruja asumió aquella segunda crisis como una nueva llamada de Dios. Decidió que en aquel tiempo iba a escribir un libro que recogiera su trayectoria, por si podía servir de ayuda a otras personas. Y sí lo fue.
Publicó El tiempo en un hilo enferma y con pocas fuerzas ya, pero diciendo que sí a lo que Dios le pedía. En el libro escribe que desde que había comenzado a rezar gracias a santa Teresa, había de decidido “dar carta blanca a Dios y confiar en Él”. El espíritu del Opus Dei -vivir como hijos de Dios en medio de las circunstancias de cada uno- se concretaban ahora en estar enferma y prepararse para morir. Atrás quedaba un reguero de amor a su marido, a su familia, y de servicio a todos.
Al cumplirse 10 años de su muerte, la Asociación de Amigos de Maruja Moragas ha programado un ciclo de tres conferencias para este mes de abril en el que se tratarán temas relacionados con los valores. Este es el enlace.
Quien esté interesado en conocer más acerca de ella, puede ponerse en contacto con la Asociación de Amigos de Maruja Moragas a través de la web o del perfil de Instagram.
Entre quienes hablan de la ayuda de Maruja desde el cielo, se cuenta el padre del pequeño Pau, un prematuro que salvó la vida: