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Nacida el 5 de mayo de 1913 en la burguesía católica belga, Jacqueline de Decker tuvo una infancia feliz y cómoda, rodeada de sus ocho hermanos y hermanas y tres sirvientes. Muy pronto sintió la llamada a ser misionera al servicio de los pobres.
Llena de determinación, persiguió pragmáticamente su objetivo estudiando en la Universidad Católica de Lovaina, donde obtuvo diplomas en enfermería tropical y trabajo social.
La Segunda Guerra Mundial retrasó la realización de su sueño. Se alistó en un equipo de la Cruz Roja y participó activamente en la Resistencia belga.
Pasó mucho tiempo ayudando a las víctimas de los bombardeos alemanes y a los soldados británicos fugitivos que intentaban regresar a Inglaterra.
Cuando terminó la guerra, ayudó a liberar y cuidar a los supervivientes de los campos de concentración nazis de Belsen y Buchenwald.
En 1946 recibió siete medallas de guerra... pero nunca olvidó su mayor anhelo: ir a la India en cuanto terminara la guerra.
El derrumbe de un sueño
Con la ayuda de la Providencia, Jacqueline supo que el obispo de Madrás estaba pidiendo la ayuda de una enfermera para crear un centro médico-social.
Y con el apoyo moral y económico de su padre espiritual jesuita, partió con entusiasmo hacia la India.
Pero nada más llegar a Bombay, recibió un telegrama anunciándole la muerte de su padre espiritual. Tuvo que renunciar a la creación del centro médico-social.
A pesar de la precaria situación en la que se encontraba, optó por quedarse en la India.
Durante dos años, vivió una vida itinerante por todo el país. Vestida con un sari tradicional, viajó por los pueblos donde aportó su experiencia como enfermera y trabajadora social.
Jacqueline sintió que había encontrado su vida ideal, pero quería compartirla con otras mujeres.
Un sacerdote jesuita le habló de una joven religiosa de Calcuta, sor Teresa, que como ella dedicaba su vida al servicio del pueblo indio, especialmente de los más pobres.
Jacqueline se sintió llamada a unirse a esta hermana. Conoció a Sor Teresa en 1948.
Ambas descubrieron con entusiasmo que compartían el mismo ideal y decidieron unir fuerzas para fundar una nueva comunidad de hermanas.
Fue entonces cuando Jacqueline se vio obstaculizada por las complicaciones de sus graves problemas de salud, que habían comenzado a los 17 años. Regresó de urgencia a Bélgica para ser tratada.
En el barco de vuelta a casa, tuvo la terrible sensación de que nunca podría regresar a la India.
Asaltada por la duda y la profunda convicción de que su vida no tenía sentido, pensó varias veces en tirarse por la borda.
La esperanza vuelve... con una carta
Jacqueline llegó a Amberes totalmente desesperada. Sus temores se justificaron cuando recibió un diagnóstico que cambiaría su destino para siempre: una rara enfermedad de la columna.
Se sometió a 15 trasplantes, que vivió como un verdadero suplicio. Además los esfuerzos de los cirujanos no lograron evitar los peores efectos de su enfermedad. Permaneció discapacitada por el resto de su vida, prisionera en un corsé de yeso.
Llena de vitalidad y energía hasta ese momento, Jacqueline no podía entender esta prueba. Pasó una larga noche espiritual, sintiéndose rechazada por Dios.
Escribió una desgarradora carta de despedida a su amiga en Calcuta: "Mi sueño de unirme a ustedes y regresar a la India acaba de extinguirse".
Teresa aún creía en la posible recuperación de su amiga y la animó a perseverar en la oración y la esperanza.
Sin embargo, con el paso de los meses, tuvo que enfrentarse a los hechos: Jacqueline quedaría discapacitada de por vida y no podría cumplir su sueño de ser misionera en la India.
La mujer que mientras tanto se había convertido en "Madre Teresa" fue inspirada por el genio, o más bien por el Espíritu Santo. En 1952, escribió una carta a Jacqueline de Decker que literalmente cambió su vida.
La invitó a unirse espiritualmente a las Misioneras de la Caridad, ofreciéndole sufrimientos y oraciones y participando así espiritualmente de sus méritos, oraciones y obras.
Le pidió que se convirtiera en su "hermana espiritual" con su "cuerpo en Bélgica pero su alma en la India".
Una cadena de amor
La carta de la Madre Teresa cambió radicalmente la vida de Jacqueline de Decker.
La Madre Teresa le dijo que la necesitaba y que sus sufrimientos y oraciones ofrecidas con amor a Dios harían fructífero su trabajo en Calcuta.
Jacqueline inmediatamente encontró un sentido a su vida al descubrir un valor positivo a su sufrimiento y su discapacidad.
Finalmente podría cumplir su gran sueño de ser misionera, pero desde una perspectiva completamente diferente a la muy activa y ocupada que había imaginado. Aceptó esta relación espiritual y respondió con fe a la carta de Madre Teresa:
"El sufrimiento unido a la Pasión de Cristo se convierte en un don precioso. No busco una explicación a mi sufrimiento. He encontrado significado en ello".
Se convirtió así en hermana espiritual de la Madre Teresa, ofreciendo su sufrimiento y oración día tras día para acompañar a la Madre Teresa en su trabajo diario en la India.
Shutterstock I Zvonimir Atlético
A partir de entonces, Jacqueline recuperó toda su energía y quiso compartir su nuevo ideal de vida con la mayor cantidad de personas posible.
La Madre Teresa la animó a continuar esta asombrosa "cadena de amor" entre las personas discapacitadas o con enfermedades terminales y las Hermanas Misioneras de la Caridad, que trabajan de la mañana a la noche en las clínicas de lepra, dispensarios, orfanatos y centros de atención creados por la Madre Teresa a lo largo del mundo.
Durante 40 años, Jacqueline continuó esta inmensa tarea de hermanamiento espiritual hasta su muerte en 2009.
Así nació una nueva rama de las Misioneras de la Caridad, los Colaboradores Enfermos y Sufrientes, que la Madre Teresa describió como el "verdadero motor espiritual" de la congregación
La vida de Jacqueline de Decker es un magnífico testimonio de la misericordia y los planes insondables de Dios.
Como Teresa de Lisieux, que nunca salió de su convento, Jacqueline experimentó que no se necesita ir a los confines de la tierra ni tener una salud robusta para ser misionera.
En el atardecer de esta vida, nos revela San Juan de la Cruz, no seremos juzgados por la multitud o el carácter prodigioso de nuestras acciones, sino sólo por el Amor.