Quiero compartir una historia sobre uno de los mártires de la guerra cristera y sobre algunos miembros de mi familia.
El 23 de enero del 2003, en el Hospital Civil de Guadalajara, Manuel Orozco, mi abuelo, necesitaba una cirugía a corazón abierto y quería recibir el sacramento de la reconciliación antes de tener la cirugía.
Algunos familiares que estaban con él trataban de contactar a su párroco pero no podían.
De pronto, un hombre joven vestido con bata blanca y mascarilla entró a la sala de espera.
Mi abuela, Amparo, lo saludó diciéndole: "Cómo está, doctor?". El hombre le respondió: "No soy médico, soy sacerdote". Luego se quitó la mascarilla y le dijo: "Vine a confesar a Manuel".
Emoción, paz, libertad
Amparo se puso muy feliz y le besó la mano. Ella sintió una gran emoción inexplicable. Ella lo llevó a la habitación donde estaba Manuel y regresó a la sala de espera, donde se encontraban los otros familiares.
Cada persona que entraba o salía de la habitación de Manuel tenía que pasar por la sala de espera pero nunca vieron salir a nadie.
Mientras el sacerdote estaba confesando a Manuel, uno de los familiares que sí pudo contactar al párroco llamó por teléfono a mi tío Julián Orozco, hijo de Manuel y Amparo, y le dijo que el párroco no podía ir.
Julián no había estado en la sala de espera, por lo que él no sabía que de hecho si había llegado un sacerdote.
Cuando Amparo entró a visitar a Manuel unas horas después, ella le preguntó: "¿Cómo te fue con el sacerdote?".
Él le dijo, "¿Cuál sacerdote me mandaron? Me ha dejado con una inmensa paz. Me siento libre".
¿Quién era ese sacerdote?
Más tarde esa noche, Manuel entró al quirófano para la cirugía de corazón. Mientras tanto, Julián platicaba con su mamá Amparo sobre el párroco que no pudo ir.
Todo ese tiempo, ella pensaba que el padre que había confesado a su esposo había sido ese párroco.
Ahora había cierta confusión sobre quién era el sacerdote con quien se había confesado Manuel.
Ellos preguntaron a los enfermeros para saber si había sido el capellán del hospital pero les dijeron que no había sido él. La cuestión se volvió más urgente.
Ellos realmente pensaron en el Padre José Isabel Flores como una posibilidad porque le tenían una gran devoción.
Y al darse cuenta de que este podría haber sido el caso, quedaron profundamente emocionados al punto de darse un abrazo.
Los milagros existen
Temprano a la mañana siguiente, después de una cirugía exitosa, Julián fue a la habitación de Manuel para averiguar quién había sido el sacerdote.
Le preguntó a su padre: "¿Te acuerdas del sacerdote que vino ayer?". Manuel le respondió: "Sí, ¿cómo no me voy a acordar? Ah que padre!".
Julián entonces le explicó la confusión que había respeto a la identidad del sacerdote. Julián le preguntó a su papá: "¿Piensas que fue el Padre José…?".
Manuel solamente cerró sus ojos y, relajándose, suspiró profundamente. Manuel entonces se volteó a la enfermera y le preguntó: "¿Usted cree en los milagros?". Ella le respondió, "Claro que sí". Manuel siguió respirando profundamente…
Era san José Isabel Flores
Con el paso de los días, Manuel empezó a tener complicaciones. Sufrió una neumonía y falleció el 9 de febrero del 2003.
El funeral fue dos días después y, una vez sepultado Manuel, Amparo regresó a su casa para buscar una foto del Padre José Isabel Flores cuando era joven.
Cuando la encontró, ella supo que estaba viendo la misma cara que había visto dos semanas y media antes en el hospital. El sacerdote que había visitado a su esposo era verdaderamente san José Isabel Flores…
Este evento milagroso no es algo sorprendente porque se sabía que, durante su ministerio terrenal, san José Isabel Flores "se mortificaba y sacrificaba por sus fieles y no quería que alguien fuera a morir sin confesión…"[1]
También él fue quien bautizó a Manuel, entonces era oportuno que fuera él quien le diera su último sacramento. ¡Este santo sacerdote verdaderamente ha tomado en serio su sacerdocio eterno!
[1] Congregatio Pro Causis Sanctorum, Sobre el S. De D. José Isabel Flores, Op. Cit., p. 311.