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Una joven señora que consultaba sobre sus problemas de autoridad con su hija adolescente -a la que habían reportado de la escuela por vestir con cierto desparpajo y poca feminidad- hizo una convencida disertación acerca de la ideología de género como avance del pensamiento moderno en la primera consulta.
La escuché con atención y respeto, y sin confrontar sus argumentos, me decidí por hablar acerca del valor de la feminidad, en términos que ella pudiera identificar desde el plano de su propia vida, con la intención de sustraerla del claro egocentrismo de su posicionamiento.
La premisa a tratar fue que el sexo no es solo cuestión de biología, sino una dimensión que abarca a todo el ser personal, en lo corpóreo, psíquico y espiritual.
Estas fueron las verdades expuestas:
1La mujer tiene, ante todo, el don de amar y darse a los demás
La mujer conserva la profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades orientadas al despertar de otro, a su crecimiento y protección.
Para ello, la naturaleza la dotó de un conocimiento intuitivo que brota de su profunda intimidad, que es superior al conocimiento racional.
Es por eso que su inteligencia y voluntad se ponen al servicio de su espíritu para, a diferencia del varón, ser más sensible, servicial, compasiva, generosa y abnegada al momento de las obras del amor.
Eso explica que, aun cuando se desempeñe con capacidad en todos los campos de las actividades humanas, suele destacar en profesiones como psicóloga, pedagoga, enfermera, coordinadora de actividades de grupos, orientadora familiar, acompañamiento en el dolor y pérdida, entre otros.
Es así porque su capacidad de dar y acoger al prójimo es siempre un bálsamo al servir con delicadeza.
2La belleza en la mujer
Su verdadera belleza es la de conservar un espíritu que crece siempre en el amor a los demás, al personalizar los más nobles sentimientos. Solo ella con una sonrisa comprensiva es capaz de reunir y convocar al trato íntimo y confiado para descansar en su fortaleza interior.
El pudor, la modestia y el vestir con propiedad son su verdadera elegancia y perfume natural.
3La madurez en la mujer
Su capacidad de dar vida estructura profundamente su personalidad, madurando más pronto que el varón. Muy jovencita adquiere el sentido de la gravedad de la vida y se responsabiliza de ella a través de una visión concreta de las realidades, sustrayéndose a ensoñaciones inútiles y hasta peligrosas.
Por ello, puede ser roca firme en las situaciones más desesperadas, promoviendo la vida en medio de las adversidades, sin perder nunca un tenaz sentido del futuro. Lo hace conservando la sensibilidad de las lágrimas y el recuerdo del precio de cada vida humana.
Su mayor felicidad es que, a quienes ama, se dejen amar por ella.
4La presencia de la mujer en la familia y la sociedad
Las mujeres están presentes con firmeza en la familia y desde ahí plasman las enseñanzas fundamentales que se trasmiten a la sociedad. Enseñanzas que promueven la verdadera confianza entre las personas, un sentimiento que cohesiona más que las leyes y normas de un marco jurídico.
La mujer da un rostro humano a la sociedad.
Por eso, la sociedad que corrompe a la mujer atenta contra su mayor tesoro, pues se constituye entonces en una sociedad que sufre de múltiples violencias.
Y la corrompe, sobre todo, desnaturalizando su ser.
En cuanto a mi paciente, acudió a algunas sesiones en las que, finalmente, sintiéndose personalmente implicada en cuanto mujer, reconsideró sus convicciones acerca de la sexualidad humana, lo que seguramente influirá en su vida y le hará mucho bien.