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La Iglesia universal celebra con gran gozo el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma al cielo, y la víspera, recuerda la “Dormición” o bien, el “Tránsito” de esta vida al cielo, sin haber sufrido los dolores de la muerte, como lo dicen algunos místicos, porque el anuncio del dogma no aclara si María murió o se durmió, solo dice “cumplido el curso de su vida terrena”. Sin embargo, lo que sí proclama es que ella fue elevada al cielo en cuerpo y alma a la gloria celeste, y por como está declarado, se entiende que lo hizo sin que su cuerpo sufriera la corrupción.
El papa Pío XII proclama el dogma de la Asunción
Este es el dogma establecido por S.S.Pío XII el 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica Munificentissimus Deus –La glorificación de María con la asunción al cielo en alma y cuerpo–, que a la letra dice:
«Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado; que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste».
Como todos los dogmas, es una verdad que debemos creer, porque Dios quiso que así fuera. La maravilla del privilegio que Santa María tuvo, sin duda fue por el gran amor que su Hijo le tiene y por la ausencia de pecado original.
El tránsito de María al cielo
Después de morir, la tradición cuenta que pasó tres días en el sepulcro, y al tercero, fue elevada al cielo por los ángeles.
Ana Catalina Emmerick dice que María Santísima murió de amor, apagó sus ojos en una dormición o tránsito y de ahí subió al cielo. En su visión, narra que la vio entrar en la Jerusalén celestial y llegar al trono de la Santísima Trinidad; ahí vio un gran número de almas, en las que reconoció a San Joaquín y Santa Ana, San José, Santa Isabel, a Zacarías y a San Juan Bautista, que vinieron al encuentro de María con un júbilo respetuoso; continúa diciendo que Ella tomó su vuelo entre ellos hasta el trono de Dios y de su Hijo, haciendo brillar sobre todo lo demás la luz, que salía de sus llagas, la recibió con amor todo divino, la presentó con un cetro y le mostró el mundo a sus pies.
Esta hermosa visión nos da la esperanza sobre lo que nos espera, si procuramos vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios, amando y trabajando, y –por supuesto– orando a la Santísima Virgen María para que interceda por nosotros y nos ayude a alcanzar nuestro último destino a su lado, alabando a Dios eternamente.