Más de una vez me he visto absorbida por la falsa idea según la cual dar supone perder lo que se da. Cada uno puede trasladar esto a su contexto y situación. Luego, por suerte, recapacitas, subes de las tinieblas y te preguntas: ¿qué puedo entender de la santidad si el primer paso es olvidarse de uno mismo? Y sí, efectivamente, uno se da cuenta de que tristemente no ha entendido nada
Hace unos días, tuve la oportunidad de visitar la tumba de San Pelayo en el Norte de España. San Pelayo fue un niño mártir en el 925 d.C. Su vida es una vida de fe, entrega y servicio y, aunque se podrían destacar muchísimas cosas en tan corta edad, hay una frase suya que se me quedó grabada: “Ser una ofrenda con Cristo cada día”.
Hoy, más que nunca, hace falta educar en la entrega y el servicio. Hoy, donde nada es “gratis”, donde de todo se espera recompensa, reconocimiento, méritos y medallas, es totalmente necesario educar en la belleza de la entrega al prójimo.
En palabras más entendibles para los más pequeños: vivir para entregar ese trocito de ti que quizá, sin que te des cuenta cuenta, le falta al otro. Estamos hechos para vivir en comunidad, en hermandad, dándonos, a pesar de que, a veces, nos cueste o signifique renunciar a momentos confortables y apetecibles. Volviendo a San Pelayo, ¡como cambia el instante vivido con la vista puesta en, "ser una ofrenda con Cristo cada día”!
Gratitud en la familia
¿Cómo proponer esto desde la familia?, ¿cómo enseñar esto a nuestros hijos?
Pues, primeramente, siendo nosotros ejemplo, haciendo ver que la familia es un equipo y no una balanza. Claramente, esto implica una fuerte voluntad personal de darse a los demás, gratuitamente, sin gritarlo al mundo. Y, como todo, esto en parte también es educable.
Podemos animar a nuestros hijos a realizar ciertas tareas por el bien común de la familia o como forma de demostrar el amor en el hogar. Detalles como preparar con cariño un desayuno, ayudar y explicar la lección a un hermano pequeño, preparar la bolsa de la merienda para todos, sacar la basura, poner una lavadora y tantas otras cosas educan a los niños en el servicio al prójimo por el bien común.
Gracias a esta mirada altruista, todo se engrandece pues, para empezar, incluso el acto menos apetecible va cargado de una belleza intrínseca. Toda la teoría pierde su valor si no tenemos en cuenta que lo más importante es que nuestros hijos puedan experimentar la satisfacción interior después de haber hecho algo valioso por los demás. Como padres, debemos ayudarles a aprender a descubrir las necesidades de los demás, manifestación del amor generoso hacia el prójimo.
Es una forma de vivir que se resume muy bien en esta frase de Madre Teresa de Calcuta:
“Lava los platos no porque estén sucios ni porque te digan que lo hagas. Sino porque amas a la persona que lo usará después”.